Más de cuatro mil personas asistieron a los funerales del párroco de la «Barca de la Fe»

21 abril, 2016

El repique de las campanas desde El Mirador de la «Barca de la Fe» -la única en su género en el mundo- anunciaba el último adiós a su morada del presbítero Arnulfo Mejía Rojas.

En San Andrés Buenavista, municipio de Tlaxco, desde lejos se apreciaba que los miles que llegaban hasta el santuario edificado en forma de nave estaban de fiesta como cada 12 de octubre.

Al interior del templo de cinco niveles, de 87 metros de largo y 18 metros de ancho, no cabía una sola alma, unas cuatro mil personas rezaban de pie.

De los rostros de las mujeres cubiertas con velo, brotaban lágrimas revestidas de esperanza, los hombres del campo permanecían agachados, con la cabeza descubierta.

Era las 12:00 horas cuando Francisco Moreno Barrón, Obispo de Tlaxcala, daba inicio a la misa de cuerpo presente del religioso más querido en esa región de Tlaxco, ahora denominado Pueblo Mágico.

El féretro de Arnulfo Mejía, estaba ubicado en la proa del barco, frente al altar, en el que durante 32 años influyó para anunciar las buenas nuevas de Jesucristo.

Durante la hora y 45 minutos que duró la homilía, José Luis Mejía y otros dos de sus consanguíneos, montaron una guardia de honor.

Apolonio Lazcano, compadre del párroco de la «Barca de la Fe», fue la cuarta persona en la guardia que permaneció de pie durante la eucaristía.

Muy cerca, Adelaida, la hermana que constató las obras del que llamó padre, hermano y amigo y del que vio hasta la hora de su muerte, cuidaba a su madre Carmen Rojas Bello.

A la despedida del religioso acudió medio centenar de párrocos, seminaristas y siervas de Dios, la plana mayor de la Diócesis de Tlaxcala estuvo presente.

Y no podían faltar alumnas del Colegio de Bachilleres de Buenavista, quienes conocían al párroco porque impartía clases de inglés y derecho, para ganarse la vida y concluir las obras para gloria de Dios.

«El padre Arnulfo es una síntesis de amor y obediencia a Dios entre sus hermanos y progenitores: Agustín Mejía y Carmen Rojas», expresó el máximo jerarca de la grey católica.

Dijo que el Todopoderoso le regaló al extinto sacerdote, el don de servir con vocación al anunciar la palabra Dios a través del evangelio.

También, comentó que Arnulfo Mejía santificó a su pueblo al consagrar toda su vida, para convertirse en un pastor al que seguían sus ovejas de 15 comunidades.

Reconoció que el presbítero oriundo de Santa Cruz Aquiahuac, municipio de Tetlatlahuca, en tres décadas dejó obras fehacientes, iglesias renovadas en las comunidades de la parroquia.

Mencionó que en 59 años de vida, el padre Arnulfo vivió plenamente la existencia, como cristiano y «con la alta encomienda del sacerdocio, es un ejemplo a seguir y estoy seguro que ya está al lado de su padre esperando el juicio final».

Durante la comunión Francisco Moreno, abandonó el altar para llevar la ostia hasta el interior del templo, en donde lo esperaban más mujeres que hombres.

Y entonces algunos vecinos recordaron que el presbítero tuvo tanta fe que podía levantar una barca en un desierto, pero al mismo tiempo, dejar una identidad a todos pueblos al edificar 14 iglesias, cada una con su sello característico.

A las 13:45 horas, el féretro fue cargado en manos de sus tres hermanos y su compadre, durante 60 metros hasta la popa del barco-iglesia.

Mejía Rojas construyó cinco sepulcros donde habrán de ser sepultados sus familiares y su compadre Apolonio Lazcano, de esto, dan testimonio los pobladores.

El sitio número dos de ese panteón -se ubica entre dos columnas- estaba destinado a su persona, pues así fue su voluntad que dejó por escrito, comentó la víspera, su hermana la séptima de 11.

A ese lugar, solo fue permitido el acceso a los familiares e integrantes de la Diócesis de Tlaxcala.

Y de las lágrimas cantaron «El Rey»

Por el acceso a la zona de ascenso del templo católico apareció una banda de música que interpretó «El Rey».

Apolonio Lazcano, visiblemente afectado por la partida de su mejor amigo y compadre, cantaba con gallardía «El Rey», de la autoría de José Alfredo Jiménez.

El sacristán Silvestre Vázquez comentó que en vida ambas personas hicieron un pacto de caballeros que consistía en que, quien falleciera al último, debía sepultarlo en el interior de la «Barca de la Fe» y con música de banda.

Así, la banda y el mariachi como «qué falta me hace mi padre» y «el tiempo pasa» se escuchaban en la mayoría de los hogares de la comunidad de unos dos mil 900 habitantes.

A esa hora, el cuerpo del religioso ya descansaba en los sótanos del barco, su tumba fue recubierta con piezas de mármol.

Para entonces, sobre la calle principal, mujeres y hombres provenientes de las 14 comunidades de la parroquia y de diferentes puntos del país, se organizaron para darle de comer a todos los presentes en la misa.

Y los pobladores hicieron lo mismo que el 12 de octubre de cada año -una de las dos festividades en honor al Santo Patrón San Andrés-, que consiste en ofrecer comida a los peregrinos.

Y los comensales degustaron carne de ternera, de borrego, carnitas de cerdo, pollo y guajolote; después de alimentar a los varios miles, quedó alimento y bebidas.

El alcalde de Tlaxco, Jorge Rivera Sosa, daba instrucciones al director de Seguridad Pública para que su personal vigilara la seguridad de los visitantes.

A esa hora, los nativos de San Andrés que no pudieron observar el descenso del féretro del sacerdote hasta su morada final, tuvieron un espacio para despedirse.

Como Marisol, de la Magdalena Soltepec, quien después de besar el piso donde estaba sepultado su pastor expresó que «era un padre respetado pero enojón, aprendí muchas cosas de Dios en el tiempo que lo tuvimos con nosotros, descanse en paz».

Y así, entre el repique de campanas y la música de banda, los feligreses dieron el último adiós al presbítero Arnulfo Mejía Rojas, en su morada final, de donde levantarán un monumento.

El Sol de Tlaxcala/Tomás Baños/ Se retoma por ser un buen trabajo informativo.

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