EL SEÑOR SECRETARIO

16 diciembre, 2011

Por MANUEL ADAME

* Así se las masca el brother…

Bien decían los viejitos, que “el ejemplo arrastra”. Y pus con esas enseñanzas, ora entiendo por qué en el Ayuntamiento las cosas andan de la re patada… ¡Puro general y ningún soldado raso!

Más no crea que estoy disvariando ni que me eché mis alipuses. No. Lo que pasa es que hace unos días vino a visitarme al taller uno de mis grandes camaradas, de esos de la infancia, con los que hicimos reartas diabluras.

Resulta que Agapito Melo Aguirre llegó echando ajos y cebollas; cualquier cosita era suficiente pa’ mentar madres y pues la neta hasta a mí, que soy re mal hablado, me extrañó esa conducta.

-¡Y ora, qué mi Agapito!, ¿pus qué mosca te picó?, ¿cuál es la causa de tanta mentadera?

-Pus es que estos jijos su re puuuuurísima madre que me train a la vuelta y vuelta y no me pueden atender. Mira Manuel, tengo que hacer un arreglo en la fachada de mi casa, y necesita tramitar varias cosas en la presidencia municipal pero se me hizo excesivo lo que me cobraban, disque porque ora ya cambio no sé qué reglamento. Y pues la verdá es que no me pareció ni justo ni nada que quieran cobrar tanto.

Y pues que pido entrevista con el director de obras y que me salen con que no estaba, que no sabían cuándo podría recibirme, que tendría que llamar antes para confirmar mi cita, que no sé cuántas chiiiiifladeras.

-¡Ay Agapito, pero no es para que hagas tanto desmán!

-No, espérate. Pues como mi acompañaba el licenciado Santiago Rico, pues que me dice: “no preocupe, don Agapito, vamos con el Secretario del Ayuntamiento; y verá que orita mismo arreglamos todo este asunto”.

-¡Y de inmediato que te resuelven tu problema!

-No. Resulta que el señor secretario no estaba en ese momento en la oficina. Le pedí al licenciado Rico que, mientras llegaba don Bernardo, me acompañara a sacar unas copias fotostáticas para tener la documentación completa y pues aprovechamos pa’ir a echarnos una coquita.

Al cabo de una media hora que regresamos a la presidencia y pus que resulta que el Secretario del ayuntamiento había salido a no sé qué comisión y que no podría atenderme ese día, ni al siguiente, ni al siguiente del siguiente.

Lo único que me dijo la secretaria era que hablara yo por teléfono para saber cuándo podría atenderme el señor secretario. Ya iba yo a mentarle su jefa a la estirada esa, pero muy atinadamente el licenciado Rico que me toma del brazo y me jala de la oficina y ya fuera que me dice: “no se enoje usted, don Agapito, mañana temprano lo busca usted en su casa y verá cómo rápido lo atiende”.

-Y ¿fuistes al otro día o dejastes pasar dos días antes de ir?

-Que luego luego voy al otro día, tempranito. ¡Pos me urgía! Y que me sale una señora y me dice: “¿qué se le ofrece?”; y le digo, “pues busco al licenciado Bernardo”; y me dice, “no está, fue al vapor”; y le digo, “¿cree usté que tarde?”; y me dice, “pues quién sabe porque luego se sale y ya no regresa”; y le digo: “bueno, pues muchas gracias, regreso más tarde”.

-¿A poco fue fuiste capaz de ir al vapor a buscarlo?

-Pos casi, casi; pero no. Regresé como una hora más tarde y que me sale la misma señora y me dice, “¡uuuuuy, señor, acaba de llegar el licenciado pero tuvo que salir de urgencia”; y le digo, “¿y no le dijo a qué hora llega?”; y me dice, “no, pero le avisé que l ovino usté a buscar”; y le digo, “¿y qué le dijo?”; y me dice, “que lo alcance usté en la presidencia”.

-Pues conociéndote, que corres rumbo a la presidencia…

-Así es, Manuel; pero hazme el favor, que llego con su secretaria y que me dice, “el señor secretario no está”; y que le digo, “pero en su casa me dijeron que se había venido para acá”; y que me dice, “pues sí, pero tuvo un desayuno con un funcionario estatal y no se le puede interrumpir”; y que le digo, “¿pero llegará pronto?”; y que me dice, “Pues quién sabe, porque luego tiene que salir con el señor presidente a arreglar unos asuntos muy importantes”… Ya ni ganas tuve de mentarle su maaaaaayor logro a la señorita.

-Pues ni aguantas nada, Agapito; apenas llevas día y medio; insiste y verás que tendrás mejor suerte.

-¡No seas güey, Manuel! Llevo más de dos semanas tratando de hablar con el señor secretario y nomás me train de la Seca a la Meca. ¡Si ya hasta hice caminito de mi casa a la presidencia y de ahí a su casa, y nuevamente a la presidencia y otra vez a mi casa! Ya de plano, mejor le dije a los albañiles que hagan la obra en la noche para que no estén jorobando los méndigos de la presidencia… ¡Total me va a salir más barato y no tengo que andar de huelepedos con estos desgraciados!

-No pus sí está grave tu caso, Agapito; ora sólo te queda buscar al presidente…

-¡No ma…nches! Ya ni siquiera se digna a atender al pueblo; a menos que vaya uno de mucho traje y oliendo a harto perfume, como dama pública… Mejor ya me voy a apurar a mis albañiles para que terminen con su trabajo. Ahí nos vemos, Manuel.

Pus si está canijo este asunto, porque como mi amigo Agapito Melo Aguirre, hay muchos ciudadanos inconformes que se quejan porque no han recibido atención oportuna… bueno, no han recibido atención y ya llevan varios días. Pero pues los de la presidencia han de creer que están haciendo lo mejor.

Y si no me cree, vea usté si no tengo razón. Apenas el pasado martes el presidente envió al cabildo su informe de gobierno y ni quien nos enterara de qué se ha hecho, cómo lo recibieron los del cabildo. No. Nada.

Antes el Informe era todo un acontecimiento; era la ocasión para presumir lo hecho; era la oportunidad para pararse el cuello; era el reencuentro con el pueblo. Pero ora, vea usté, ni un grito pa’decirnos “esto es lo que ha hecho la administración a su cargo”.

Pus ni pex… Si no quiere dar a conocer su informe es porque no tendrá qué informar, y yo mejor me voy a la cantina a echarme unas bien frías pa’que entre yo en calor.

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