02 noviembre, 2024
En esta fecha, la del Día de Muertos, las y los mexicanos nos sentimos calavera, le guardamos tributo, aún cuando sabemos que llevamos una dentro, muy arraigada con sus huesos mondos, y que será siempre eterna.
Desentrañar el fin de la vida y la muerte siempre será un tabú, pero en nuestro país, todas y todos la plasmamos de muchas formas, su representación puede ser macabra, en un dibujo o con un maquillaje de fantasía.
En el tributo a la muerte a los fieles difuntos, los que se han ido y que regresan de su viaje perpetuo enfundados en una ánima siempre hallarán un mágico colorido en sus ofrendas.
No imagino a un difunto panzón, disfrutando lo que en vida le gustaba saborear, y regresar al más allá, si finalmente pensamos que son calaveras. Ese es el misticismo en un país, de infinitas creencias.
En este festival de la vida y la muerte, la representamos con silencio abismal o con alegría, con un tributo que marca un antes y un después de la vida.
En esa misma fiesta desnudamos nuestras emociones, y más aún nos convertimos en literatos de miles de expresiones.
Pero lo cierto, lo real es que algún día cerraremos nuestros ojos para comenzar el otro viaje, el perpetuo, y el que no tiene regreso.
Con música prehispánica o con mariachis entonamos canciones que nos abren nuestro fervor ante la vida, y que desafiamos a nuestra propia existencia.
Con cantos enigmáticos, donde recreamos a la muerte, los fieles difuntos danzan entre flores de cempasúchil y en una nube de incienso.
Y quizás se queden estupefactos cuando hallaron su propio retrato, en esa fotografía que reflejaba su imagen en vida. ¿Vendrá a su mente un mar de de recuerdos?…
Vaya canción…
El Adiós de la Vida”, esa canción muy mexicana me provocó un suspiro, para escribir brevemente sobre nuestra existencia y el fin de un ciclo.
En este “Día de Muertos”, clareando el sol redacté una reflexión de quiénes somos y a dónde iremos después pisar la tierra.
Retomé parte de una crónica de mi autoría, escrita años atrás. Era necesario desempolvar esas palabras articuladas.
En la misma relato cómo es nuestra cultura, nuestras tradiciones, y ese misticismo único que envuelve a nuestro México, profundo.
Sí, ese festival de la vida y la muerte.
Dibuje narrativamente qué es “La Catrina Garbancera”, ese símbolo tétrico, con sombrero de ala ancha del famoso grabador mexicano, José Guadalupe Posada, que nos da identidad ante el mundo.
El artista visual decía que “la muerte es democrática, ya que al fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”. Coincido, totalmente.
Pero también al poeta urbano, José Alfredo Jiménez, amigo de mil parrandas le doy la razón en una de tantas estrofas cautivadoras cuando canta:
“La vida no vale nada…
Comienza siempre llorando
Y así, llorando se acaba,
por eso es que en este mundo,
la vida no vale nada”…
Metafóricamente, así es nuestra existencia.
Sin darnos cuenta, los dedos huesudos de la muerte siempre urdirán un trama siniestro, en toda materia que se aniquila y que se desvanece.
Así es la condición del cuerpo humano cuando queda inerte.
En los “Días de Muertos” muchos acuden a un panteón.
Instalan ofrendas en fervor, por los que se han ido, por aquellos candidatos a las filas del cielo.
Considero que la muerte siempre rondará con ese misticismo fúnebre que la envuelve siempre acechando, espiando y maquinando.
Astuta sabe que los músculos del corazón algún día se detendrán. Esa huesuda siempre guardará un misterio abismal, sepulcral.
Octavio Paz, en su libro “El Laberinto de la Soledad”, dice que la muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida.
También expresa que la misma muerte no es el fin natural de la vida, sino una fase de un ciclo infinito.
Pero cómo los mexicanos vemos a la calaca.
El premio Nobel de Literatura, explica que la muerte está presente en nuestras tradiciones.
“Ella nos seduce. La muerte nos venga la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones. La convierte en lo que es: huesos mondos y una mueca espantable”…
La bandera de la vida…
El mismo Octavio Paz, ese singular literato agrega: “El culto a la vida y a la muerte, es profundo y total. Ambas son inseparables”.
Remata al decir que el mexicano obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes, ¿Se abre ante la muerte?…
“Así de sencillo, la adula, la festeja, la cultiva, le canta, se abraza de ella, definitivamente y para siempre, pero jamás se entrega”.
Lo cierto, es que es que en esta época del año las y los mexicanos hacemos un festival de la vida y de la muerte, con un impresionante colorido.
Sí, sin importar que la calaca -como entidad antropomórfica- dance con su guadaña en mano conspirando contra todas y todos. Sí contra todas, y todos.
“El Adiós de la vida”, esa canción muy ranchera cita alegremente “yo quisiera una muerte tranquila, bajo el sol de mi patria… el día que me muera que sea con mariachis y adiós a la vida”…
Así es el “Son de los Difuntos”, como lo describe esa mujer oaxaqueña, de voz preciosa, Lila Downs.
Y así somos las y los mexicanos obstinados con nuestras creencias, con nuestra fe, con nuestra idiosincrasia…
Y frente a la vida siempre vendrá el cúmulo de preguntas: ¿Qué me falta por hacer?… ¿Ya he disfrutado la vida?…
Pero nadie podrá en la faz de la tierra decir cuándo será nuestro último respiro.
Creo entonces que la vida es un suspiro y la mismísima muerte una eternidad.
Llego a la conclusión que he sido muy feliz, en toda mi existencia, y cuando sea mi último suspiro quiero tres deseos.
Que mi corazón se eche a reposar eternamente, mi alma a retozar sin descanso, y que me canten “El Adiós de la vida”, y muchas otras rolas más.
A mis seres amados no se les olvide empujarse un trago de tequila o mezcal en mi memoria.
En mi morada, me recordarán de muchas formas, la principal es que fui una ave de paso.
“Soy mexicano hasta los huesos”, como dice una canción popular.
“Se va la muerte cantado por entre las nopaleras, ¿En qué quedamos pelona me llevas o no me llevas?”…
Así es el festival de la vida y la muerte.
Nota: Reflexión dedicada a mi papá, que yace en el cielo eterno, y quien me enseñó el apasionante mundo de las letras, espero nunca fallarle, pero sí anhelo abrazarlo algún día, nuevamente.