Las doce plegarias, una desgarradora cifra de los muertos en Xaloztoc

30 octubre, 2024

Ese rojizo acero se convirtió en el mismísimo infierno, en una caldera hirviendo a una temperatura a más de mil grados, y que mató los anhelos de doce trabajadores en una fábrica acerera de Xaloztoc, Tlaxcala.

La Catrina, esa figura enigmática y de huesos mondos, silenciosa y perturbadora, de sombrero de ala ancha se los llevó, para siempre.

Tal cual, el sistema giratorio de ollas de producción en la empresa SIMEC, de Xaloztoc, se sobre calentó y explotó.

Una enorme bola como la de un dragón lanza fuego consumió las ilusiones.

Vaya tragedia, la de ese cruento estallido que provocó pánico en la planta laboral y de pobladores a la redonda.

Y con ello, cegó doce vidas, el porvenir de igual número de trabajadores. Una historia ahora dolorosa.

Los obreros son parte de una desgarradora y realista cifra oficial.

Cuando el reloj marcaba apenas las tres de la mañana de este miércoles, un posible desperfecto se produjo en ese calefón del horror, y cambió lo apacible de esa noche por un rojo amanecer.

El tercer turno en ese lugar donde se fabrica acero quedará marcado en el umbral de un martes negro, negrísimo que enlutó a varias familias.

Emmanuel, Saúl, Juan Pablo, Izael, Jonathan, Javier, Alejandro, Mauricio, Pedro, Ignacio, Juan Manuel, Brandon y Leonardo fueron las víctimas. Eran parte del rezo de una triste mañana.

Un ruido abrumador

Sin duda, es un hecho trágico que indigna y que llena de dolor.

El sonido de las sirenas de las ambulancias, y de las patrullas aturdían los oídos en medio de esa dramática sinfonía.

Sobre la avenida Atlax estallaron también las lágrimas perpetuas, y que no dieron tregua a la serenidad, a la paz, al silencio, al propio sosiego.

Familiares de los fallecidos llegaban confundidos hasta esa empresa, esperando buenas noticias, y solo encontraron una bolsa negra, con las pertenencias de sus seres amados.

Las tomaron entre sus frágiles manos, y con un rostro por donde solamente corrían gotas de sufrimiento entre sus mejillas. Esa era la cruda realidad.

Un mar de llantos, un sin fin abrazos consoladores, de palabras sinceras, de sentimientos encontrados duraron por un largo tiempo en este día fatal.

El va y ven de unidades del Servicio Médico Forense (Semefo), no paró, como también la pasarela de militares, marinos, policías y un reducido número periodistas en el lugar de la tragedia.

Mientras que en las redes sociales circulaba la información y la propia cara de la desinformación hasta que el Gobierno de Tlaxcala, confirmó oficialmente el fallecimiento de 12 obreros y uno más gravemente herido.

La Atlax se convirtió en una calle del eterno calvario, como la circulación de las nueve motocicletas en las que Emmanuel, Saúl, Juan Pablo, Izael, Jonathan, Javier, Alejandro, Mauricio llegaban al turno de las 23:00 horas.

Demasiado trágico, muy desolador fue ese cuadro laboral de hoy donde la muerte urdió un trama siniestro, conspirando en medio de esas llamas que danzaron y crujieron salvajemente.

El ADN del dolor

La Gobernadora Lorena Cuéllar mostraba su consternación, y ordenaba instalar la Mesa de Seguridad en la alcaldía de Xaloztoc, para analizar el caso.

Después del recuento de los daños decía a la prensa que llevaría al menos diez días a la Fiscalía General de Justicia (FGJ), aplicar pruebas de ADN, y así para identificar a los cuerpos.

En la plaza pública familiares de otros trabajadores fallecidos pedían el apoyo de la misma mandataria estatal, y ella les prometió que el apoyo oficial sería total. Su solidaridad ante todo.

Reyes Gutiérrez, un adolorido familiar responsabilizaba a la empresa SIDEC, de la tragedia, pues decía que algunos empleados habían reportado supuestamente -hace tres semanas- un desperfecto en la caldera que explotó.

Agobiado, pensativo y con una franca amargura espiritual pedía al Gobierno Federal y Estatal, una exhaustiva investigación, y que este posible delito no quedara impune.

Ese infame tatuaje que reina en México, y donde la palabra justicia no existe, para las víctimas terrenales, menos en las ánimas del santo purgatorio. Solo hay la justicia divina.

Decenas de hipótesis

En la zona de la explosión surgieron sinnúmero de versiones sobre lo sucedido.

Los militares prohibían el uso de drones a algunos periodistas, pero finalmente la audacia informativa se imponía.

La llegada de peritos, de médicos, de funcionarios fue interminable como interminable fue también el sufrimiento de las y los deudos.

La noticia alcanzaba una dimensión nacional, pero lo real es que doce trabajadores morían calcinados, entre fierros retorcidos y reducidos a chatarra.

En su memoria centrales obreras, se sumaban a la cadena de oración por ellos, que dejaron una huella imborrable aun cuando esa catrina garbancera se los halla llevado con su sonrisa tétrica.

Y esas mismas y mismos deudos llegaban a la empresa Siderúrgica Mexicana Corporation, para buscar entre los escombros a sus muertos.

El protocolo legal se los impedía, y en vísperas del Día de Muertos, nada volverá a ser igual en esa fábrica, donde las dudas y las mínimas respuestas son un hervidero de interrogantes. ¿Qué pasó en realidad?

“Nuestros rezos para las doce víctimas de este funesto suceso, nuestras plegarias por su eterno descanso”, se publicaban infinidad de cuentas de las redes sociales.

Las 03:15 horas, de este 30 de octubre fue la evocación de miércoles negro, donde el gélido viento de este otoño pareció más frío y trajo consigo el sufrimiento, el recuerdo de la muerte.

Un réquiem por todos ellos.

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