Crónica: La evocación de un #8M Negro, Negrísimo

09 marzo, 2024

* En el “Día Internacional de la Mujer” comenzaría, en medio de una clima de claroscuros. De la congoja al silencio, del silencio a la indignación.

Escrita por Paco Conde

Las feministas y las verdaderas luchadoras sociales; las radicales y las nobles; las madres con su dolor perpetuo y su rosario en mano; las mujeres de negro y las de verde con morado; las rebeldes y hasta políticas, todas estaban ahí. Dispuestas a alzar la voz.

Desde varios puntos de la capital tlaxcalteca se concentraron, para aglutinarse tiempo después en la Plaza de la Constitución que hasta las tres de la tarde lucia semi-vacía. Se pasaría de la serenidad a la hostilidad.

Por fin, la anhelada marcha del #8M, esa que conmemora en el “Día Internacional de la Mujer” comenzaría, en medio de una clima de claroscuros. De la congoja al silencio, del silencio a la indignación.

A su paso las consignas femeninas fueron abrumadoras, pero más el sol, avasallante. La expresión facial de las concurrentes era real, tan real que había ojos sollozos y con una fatigada palabra en su boca llamada: ¡Justicia!…

En algunos rostros se leía el desprecio, en otros su enfado o de una marcada tristeza, de disgusto y hasta de inevitable repudio en contra un puñado de hombres evidenciados.

Las consignas se transformaban en cantos, liberaban su propia catarsis. El tendedero con decenas de historias se redactaban al tiempo que pintarrajeaban paredes y banquetas.

Su acto de protesta quedaba como signo de dolor colectivo por las que ya no están, y por las que son víctimas de sufrimiento, ese que supura por cada poro de su piel.

Al avanzar por la Avenida Independencia la ola violeta y verde se convirtió en retrato, en un mosaico de un verdadero clamor en contra de la violencia de género y de la violencia vicaria.

Una, y todas las voces femeninas hacían que retumbaran las paredes de viejas casonas de la capital del estado.

Las fotografías de esos masculinos pegadas en sendas cartulinas eran la evidencia en contra de esos acusados de feminicidas, de abusadores sexuales y laborales, de violentadores.

Dramáticas expresiones…

Con el brazo extendido y con su puño en todo lo alto todas demandaban justicia. Esa palabra tan difícil de creer.

Esos pañuelos amarrados en las muñecas fueron su bandera, esa bandera verde y morado imponente.

Las venas en el cuello y el rojizo de sus mejillas expresivas eran una evidencia honesta, real de su coraje. Esos rostros encolerizados expresan su enfado.

Fueron abrumadoras y dramáticas sus expresiones, y que dolían al saber que Karla Romero Tezmol, aún está desaparecida desde aquel el 16 de enero de 2016.

Su madre y su padre aún le lloran en su humilde morada de San Pablo del Monte. ¿Karla dónde estás?… ¡Añoramos tu regreso!, decía una cartulina de color rosa fosforescente.

Denuncias y más denuncias emanaban de esos labios sedientos de justicia, testimonios que estrujan, que aprietan el alma al saber que también Ashley Córdoba, una menor está ilocalizable desde el cinco de marzo de 2023.

Y los nombres de Laura, Enhola, Viviana, María, Karla, Katia Guadalupe, Gabriela, Mayte, Daniela, entre otras más, aún aparecen en las fichas localización de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas Tlaxcala. ¿Dónde están?… ¿Dónde?…

Un espiral de denuncias, unas historias atroces, otras llenas de misterio y unas más de añeja nostalgia o también de un fresco recuerdo esperanzador.

Metros más allá y para ser precisos en el corazón de la capital, se escondía el rostro de la violencia, el de la zozobra.

Cerca de las 16:00 horas, las autoridades ya habían identificado al sector negro, ese grupo de mujeres y hombres radicales, foráneas y foráneos que más tarde incitaría al resto de la concurrencia a sumarse a la quimera de la hostilidad.

Conforme la marcha programada avanzó desde varios puntos de la ciudad capital, los gritos emancipadores de esas gargantas sedientas de expresión clamaban una y otra vez: ¡Justicia!… ¡Justicia!…

Sí para todas esas víctimas de feminicidio y de trata de personas, para las desfallecidas y muertas, para las violentadas, para las olvidadas. El clamor era unísono.

“Esas méndigas historias de sufrimiento que retratan la asfixiante realidad de un país, donde la violencia nos condena a todas y todos”, como lo cita el periodista, Alejandro Almazán, autor del libro Las Chicas Kaláshnikov.

Se sabía de antemano que el ocho de marzo, sería la víspera de un triste recuerdo por el cúmulo de agravios en contra de muchas mujeres.

El espacio era propicio para exigir que la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), entregara resultados. Muchos de esos expedientes no tienen respuesta están muertos, congelados. Cada carpeta de investigación tiene el sello del olvido, cada averiguación guarda más preguntas que respuestas.

El siseo de las cámaras de los foto-periodistas eran abundantes al igual que esos rostros ocultos en su cobardía incitando al desorden.

Las imágenes en hojas de papel, lonas, cartones de Cecilia N. y Laura N. asesinadas; de Daniela N., la maestra de Apizaco que sigue desaparecida, estaban ahí, un doloroso y quebrantador recuerdo.

Y la agresión verbal contra reporteras y reporteros que cubrimos tal conmemoración, por parte de algunas feministas radicales fue permanente.

Nunca dieron tregua a su propio acoso ante la mirada indiferente de las y los observadores de la propia Comisión Estatal de Derechos Humanos.

De los gritos a la hostilidad…

Y por fin la marcha llegaba a la plancha del zócalo de Tlaxcala. Ese río de protestas, de gritos cerca de las 17:00 horas eran muy retadores por parte de algunas feministas extremistas.

Tal y como pasó hace un año líderes de colectivos locales habían emprendido la huida ante la aparición de los excesos, el pacto de una sana protesta se había roto.

Los actos de ferocidad de las y los encapuchados pudo más que el protagonismo de Yeny Charrez y de Eréndira Jiménez. Ambas políticas y activistas huyeron de la escena.

Bajo el balcón principal de Palacio de Gobierno, había un pelotón de policías que resguardaba la sede del Poder Ejecutivo, el blanco perfecto radicalista.

Los gritos de clamor de unas eran de repudio total. La evocación de la rudeza masculina aparecía en un acto feminista. Algo inexplicable.

Sujetos con el rostro cubierto y con el torso desnudo, con esos ojos venenosos sacaban entre sus mochilas martillos, pintura, clavos y cadenas, todo lo que pudiera generar daño. ¿Un patriarcado en una marcha feministas?…

Otro batallón de rijosas y rijosos se trasladaba a las instalaciones del Congreso del Estado, donde vandalizaron, realizaron un mural de vulgares pintas, rompieron vidrios, lanzaron fuego contra los ventanales, fieles a su estilo. Es ese extremismo que no tiene misericordia de nada.

Fue evidente que varios rebeldes se mezclaron entre las manifestantes que quemaron boletines oficiales de la autoridad e incitaban a mujeres a dejar una cartulina con sendas leyendas.

Sí tomaron piedras, tubos, arrancaron luminarias del zócalo, para destruir parte de la infraestructura urbana, y utilizarlas como proyectiles.

Un sujeto, con un brasier color negro iba al frente de la insurgencia.

La infraestructura de la Plaza de la Constitución nuevamente resultó dañada, los muros de las viejos ediciones del primer cuadro siguen acumulando la propia historia de una emblemática ciudad capital.

Al igual que ese mismo fanatismo ignoró y manchó el apotegma universal de don Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

La efigie del celebre mexicano quedaba manchada de pintura del rencor y de la hostilidad, por unas alborotadoras que la vandalizaron. La Plaza Juárez, también fue presa de ese fanatismo.

En las paredes de la sede del Tribunal Superior de Justicia y de la Dirección de Gobernación quedaron tatuadas pintas con manos emulando sangre, ese rojo púrpura, frases hasta en contra de una propia diputada local, acusada de golpear a otra mujer.

Su rechazo total contra los proxenetas, y la malvada trata de personas que pondera en varias municipios de Tlaxcala, principalmente, Tenancingo.

El muro de la excitación…

El mural de contención que instaló el Gobierno del Estado, a fin de evitar daños a la sede del Poder Ejecutivo, se había convertido en eso, en un mural de la protesta, para ofender a las autoridades.

Simplemente, una fuga emocional.

Esos rostros encolerizados querían pelear, buscaban la reacción de la fuerza pública, que siempre estuvo atrincherada detrás de esas vallas de acero que resistían los embates.

Por más de una hora, esas mujeres y esos hombres de negro, subversivas ellas y ellos, de una apariencia extraña hacían suya la escena grotesca.

Con los postes de las luminarias las y los manifestantes intentaban derribar, una y otra vez, esa pared metálica de tres metros. Nunca lo lograron.

Además, apareció la vanidad de unas se peinaban, se cubrían de maquillaje, para tomarse una fotografía en medio de su revuelta. Las selfies inundaban las redes sociales.

De diversas formas intentaron hacer daño. Una y otra nube de polvo de extintores de la autoridad, de la contención se esparcía en el aire, la tos secundaba la escena.

Unas mujeres se desistían de su intentona de brincar la cerca y aventaban piedras a los balcones de Palacio de Gobierno.

Las pintas sobre la plancha de la Plaza de la Constitución, en las fuentes coloniales y en el mismo kiosko quedaban como aquel tatuaje de la intolerancia, de la desobediencia.

Y otras féminas permanecían expectantes, estupefactas, atónitas de lo que su mirada veía, varias preferían retirarse de esa revuelta, para unas feminista, para otras no.

En la suma de expresiones hubo palabras que calaban:

¡Grítalo!… ¿Si un día de estos me matan?… ¡Ma, si no me encuentras búscame en las estrellas!… ¡Hijas del patriarcado!… ¡Somos las que no se quedan calladas!… ¡Tlaxcala proxeneta!… ¡Existo porque resisto!.. ¡Ni una más!… ¡Vivas nos queremos!…

El reloj marcaba las 20:30 horas, y una aparente calma llenaba esos espacios donde la intolerancia había estallado.

Ya pocas mujeres quedaban ahí, una de ellas se sentaba fatigada, encorvada, con su cartel atrás, en su espalda que decía: “¡Queremos vivir y florecer!”…

Y era una de las que minutos antes protestaba enérgica cerca del kiosko al cual le prendieron fuego. Hincada al igual que otras pedían por un mundo sin violencia, contrarios a sus actitudes.

Instantes después, el pelotón de policías -de ambos sexos- rompieron filas, estaban sedientos y agotados.

Las y los del bloque negro se perdían entre la oscuridad, entre la penumbra de las calles de la capital, rindiendo culto a su propia violencia.

Conforme la noche cayó su protesta en la Plaza de la Constitución de Tlaxcala, redactaba su propia página, la que ha soportado todo tipo de agravios y que sigue mirando el acontecer ciudadano a través del tiempo.

Para ser exactos a las 22:00 horas, ese muro de acero, el de la resistencia se vino abajo, ya sin el estigma de la violencia, esa que ejercieron esos rostros con músculos contraídos y que bufaban. Sí que bufaban.

Esta es una crónica de un ocho de marzo duro, de un relato puntual, de un reclamo compartido, con la potencia de esas voces femeninas, pero que se manchó por la fiereza exacerbada de unas y unos.

Y que dista de ser recordada como una marcha positiva en un Tlaxcala distinto, donde las mujeres tomaron las calles para demandar seguridad, justicia e igualdad.

En esa marcha de batallas ideológicas y donde todas las voces tuvo su propio espacio, sí su propio espacio a pesar de la indisciplina de ese bloque negro, negrísimo.

Y en medio de esa penumbra, en una pared de ese monumental kiosko de la capital, tiznado por el fuego insurrecto quedaba una cartulina con una leyenda con un crudo y salvaje mensaje:

“¡Disculpen la violencia, nos están matando!”…

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