09 agosto, 2023
Juan FLORES
En lo que podría describirse como una triste parodia de organización y un marcado desvío de sus objetivos, la anticipada megamarcha promovida por un grupo reducido de «resentidos gubernamentales» ha culminado en un rotundo fracaso, dejando en su estela una serie de preguntas que cuestionan tanto su legitimidad como su alcance real.
Desde el inicio, la megamarcha se presentó como un vehemente y amplio acto de protesta dirigido contra las políticas gubernamentales. Sin embargo, lo que presenciamos fue un panorama completamente opuesto: una demostración inequívoca de la incapacidad del pequeño grupo organizador para movilizar y representar de manera eficaz el descontento genuino de la ciudadanía.
Los esfuerzos de supuestos activistas, como Yeny Charrez y Eréndira Jiménez, resultaron ser meros intentos fallidos de movilización.
Sus llamados y consignas quedaron atrapados en la indiferencia general, exponiendo de manera dolorosa la falta de influencia real que poseen en la opinión pública. Este fracaso no solo es el suyo, sino también un reflejo de una desconexión alarmante entre las voces que pretendían representar y la realidad de las inquietudes de la población.
Es particularmente desconcertante que la megamarcha careciera del respaldo y la simpatía de la población en su conjunto. Participantes mismos admitieron que los objetivos planteados no resonaban con ellos, dejando claro que la convocatoria no logró captar la atención ni el apoyo de quienes podrían haber formado parte de una movilización significativa.
Esto señala una brecha crítica entre los organizadores y la base ciudadana, poniendo en tela de juicio su capacidad para liderar una protesta legítima y con impacto.
Más preocupante aún es la presencia evidente de figuras políticas vinculadas al PRI y al PAN entre los asistentes. La aparición de nombres como Blanca Águila, Manuel Cambrón, Yeny Charrez y Minerva Hernández arroja una sombra inquietante sobre las verdaderas intenciones de la marcha. ¿Estamos siendo testigos de una auténtica manifestación ciudadana de descontento, o se trata simplemente de una plataforma oportunista para promover agendas partidistas?
Esta pregunta es esencial, ya que diluye aún más la credibilidad de la convocatoria y su supuesto propósito.
En última instancia, la megamarcha de burócratas, en lugar de ser una voz poderosa de la ciudadanía, ha sido reducida a una caricatura de sus propias aspiraciones.
Es una lección elocuente sobre la importancia de una convocatoria genuina, liderazgo efectivo y la necesidad de que las voces de las personas sean auténticamente representadas en lugar de manipuladas con agendas ocultas.
Esta experiencia debe servir como recordatorio de que la legitimidad y el impacto de una movilización dependen en gran medida de la autenticidad de su propósito y la sinceridad de su liderazgo.
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