Migrar a Canadá ¿Espejo o Espejismo?

15 abril, 2019

Son las 4:30 de la mañana y las luces de una casa ubicada en la calle Victoria de Leamington, Ontario, se encienden. A partir de ese momento y hasta las ocho am, 16 mexicanos y un guatemalteco se alistan, escalonadamente, a iniciar su jornada laboral en alguna de las 100 farmas (granjas) que hay en ese poblado de apenas 31 mil habitantes.

Los moradores de esa casa son tan sólo algunos de los miles de mexicanos y de latinos que viajan a Canadá todos los años, principalmente a las provincias de Ontario y Quebec, para prestar su fuerza de trabajo en distintas áreas de la economía, principalmente la agrícola, manufacturera y de construcción.

Como la mayoría de los migrantes, van en la búsqueda de una mejor calidad de vida, más ingresos e incluso con nuevos horizontes (no precisamente materiales) y, por qué no, para huir de toda clase de problemas.

Migran para trabajar entre seis y ocho horas diarias, con un pago que va entre los 10 y 14 dólares canadienses (CAD) por hora; según la actividad, la demanda, el tiempo trabajado y su estatus migratorio.

Los aventureros

En esa casa con la típica fachada gris, con dos pisos y un sótano, viven –al menos- 18 personas: 15 en alguna de las cinco recámaras de la planta baja, tres más en el sótano y un número indeterminado en el primer piso, pues no interactúan con los demás y sólo saben que el lugar está habitado por las pisadas que retumban.

Los 18 comparten el baño y sólo 15 la cocina con tres refrigeradores que guardan alimentos con el nombre de a quién pertenecen, lo mismo que los espacios de la alacena.

No en todas las casas es así. En otras vive menos gente, depende del casero y a algunos de ellos no les importa cuánta gente viva, siempre que paguen la renta.

Una de las habitantes de esta casa es una joven veracruzana, con cerca de un año en Canadá, quien asegura que -como mujer- le fue sumamente difícil llegar. Le “ayudó” un licenciado para garantizarle tanto un espacio de trabajo como un techo. Por este servicio, pagó 25 mil pesos más los boletos de avión.

Al llegar, la realidad fue muy diferente a la prometida. Cerca de mes y medio compartió una habitación con siete hombres y otra mujer. Fue difícil, dice, porque no encontraba privacidad para cambiarse de ropa o descansar. Eso sí, el licenciado le dio buenos consejos para pasar migración: ser mujer, ayuda; hablar inglés, viajar en familia y con poco equipaje, también.

Como todos los que viajan sólo con la Autorización Electrónica de Viaje (ETA por sus siglas en inglés) para “turistas”, ella busca trabajo a través de contratistas; la mayoría de ellos, latinos que reciben entre dos y cuatro dólares por cada trabajador que llevan a las farmas.

Tiempo después encontró el lugar donde ahora habita. Una casa que comparte con 15 personas, a veces menos y otras más, pero con una habitación que fue sólo para ella hasta que generosamente abrió la puerta a amigas y amigos que llegaron sin un lugar para quedarse.

Para los jornaleros es claro que las pesadas horas de trabajo requieren un espacio digno para dormir y recuperar fuerzas; sin embargo, no siempre es posible.

Si bien los habitantes de esa casa en calle Victoria se ven como buenos amigos, no están exentos de los problemas que genera la convivencia diaria con desconocidos: decidir quién lavará los trastes, qué comida es para compartir y cuál para guardar, el compartir el baño, realizar la limpieza; incluso, ajustar la calefacción.

Ella espera un bebé. Por eso, junto a sus invitados, busca una casa donde vivir en mejores condiciones; pues si la asistencia social descubre este escenario, recogerá el recién nacido.

Su consejo para los recién llegados: dejar de pensar en pesos porque la ganancia será en dólares canadienses y hacerlo de otro modo sólo hará más difícil la vida. Pero cuando llegas y aún no recibes un pago, es inevitable convertir los 17 CAD a cerca de 300 pesos que cuesta comer en el “muy barato” buffet chino.

También, sugiere evitar las distracciones porque los supervisores y patrones no reparan en gritar a quien no trabaja o no lo hace con eficiencia.
Aquí nadie quiere irse a la banca, pues la hora del lunch, los descansos y el tiempo que pasas en ella –ya sea por la reducida producción o a manera de castigo- no se retribuye.

Los jornaleros del PTAT

No obstante, esta situación no es para todos. Otros trabajadores son reclutados en su lugar de origen con visa de trabajo.

Tal es el caso de un taxista de Tlaxco, quien fue contratado como parte del Programa de Empleo Temporal para Trabajadores Agrícolas en Canadá (PTAT) y llegó a trabajar a una empacadora. Asegura que tan sólo en Leamington habitan cerca de 400 tlaxcaltecas y que en cada ciudad que ha visitado, ha encontrado oriundos de la tierra del pan de maíz.

Entre 2012 y 2018, el PTAT ha enviado 152 mil 24 mexicanos a laborar en Canadá; de los cuales, 13 mil 847 son tlaxcaltecas. Además, el gobierno canadiense registra más de 400 mil mexicanos que han ingresado a su territorio por diversas razones.

El director de Atención a Migrantes en Tlaxcala, Salvador Cote Pérez, estima que de cada 10 viajeros a tierras canadienses, siete van por motivos de estudio o trabajo y, los tres restantes, en calidad de turista.

Tras los dos primeros años, el joven taxista volvió a la tierra del queso y el pulque, pero sólo de visita. Regresó a Canadá para trabajar como empacador y también en la construcción. Ahora se dedica a los “raites” (una forma de servicio de taxi) como lo hacía en Tlaxco.

Algunos contratistas le llaman para que pase por los trabajadores al inicio y al final de la jornada. Comenta que, semanalmente, su ingreso alcanza el de los jornaleros, pero el esfuerzo de trabajo es mucho menor.

Y, a propósito, ¿cuánto ganan? Entre mil 440 y cuatro mil 800 CAD a la semana (entre 20 mil 160 y 72 mil pesos mensuales si se considera un tipo de cambio mínimo de 14 pesos y máximo de 15). Menos: renta (300 CAD en promedio), los “raites” –pues no vienen incluidos en la contratación- (100 CAD al mes), y la comida (400 CAD al mes aproximadamente); les da un margen de ganancia entre 700 y cuatro mil dólares canadienses mensuales.

Pero no todo es trabajo, junto a los jamaiquinos de piel oscura que también llegan a las farmas; los fines de semana concurren a los bares de la ciudad, todos muy peculiares. El Paraíso, dicen, es el peor de todos; frecuentado principalmente por latinos, es uno de esos lugares donde ser mujer significa atraer decenas de insistentes e indeseadas miradas o piropos.

También está Mezza, a donde también concurren latinos, pero con un ambiente más amigable; o Crazy Moe’s donde los clientes son principalmente jamaiquinos. Los demás están son frecuentados por canadienses, y no es que te impidan el paso; pero las miradas te hacen saber que no eres bienvenido.

Los residentes

A través de los años, algunos de los que han prestado su mano de obra en las diferentes provincias de Canadá, ya han logrado su residencia e incluso se han jubilado. Según las estadísticas de migrationpolicy.org, entre el 10 y 25 por ciento de los trabajadores temporales se convierten en residentes permanentes.

Tal es el caso de un poblano, quien desde hace 30 años reside en ese país y actualmente también funge como contratista y renta cuartos de su casa. Él, particularmente, vive en un espacio de 15 metros cuadrados que anteriormente parecía destinado a una cochera.

En él se acumulan una cama matrimonial, un tocador, una mesa para computadora, un refrigerador, una mesa de cristal, unas mesas con botellas de diferentes tipos de vinos y licores; así como muchas memorias de México y de Telmex, lugar donde prestó sus servicios durante mucho tiempo.

Leamington, Ontario

Son ellos, los migrantes quienes, más allá de su estatus, llegan a dar vida a una población donde la mayor parte de los jóvenes canadienses ha emigrado a Estados Unidos o a otras ciudades de Canadá; por lo que entre la población nativa predominan los adultos mayores.

Ahora, el español se coloca como uno de los idiomas no oficiales más hablados de la ciudad, más de mil 300 hispanohablantes, según www12.statcan.gc.ca.

En temporada invernal, el sol se oculta tras una densa masa de nubes grisáceas y Leamington casi se convierte en un pueblo fantasma; pues sólo entre las dos y cuatro de la tarde se ve a canadienses y migrantes moverse hasta los restaurantes o centros comerciales más cercanos.

En esa temporada, el ferry que transporta a la isla Pelee, donde se produce vino, se encuentra anclado a la espera de una mejor temporada que sin duda llegará; pues ese lugar donde las temperaturas pueden bajar hasta -30° centígrados, también pueden subir a 30°.

Leamington se sitúa a siete horas de la capital de aquél país, Otawa, y la cantidad poblacional señalada en un letrero a la entrada contempla a cerca de seis mil 900 latinos que residen o trabajan entre tres y seis meses al año en actividades relacionadas con la producción y empaque de pepinos, tomates, setas, marihuana o pimientos.

Según Cote Pérez (DAM), la cifra real de tlaxcaltecas que laboran en ese país es difícil de determinar porque no todos avisan que viajarán, otros ingresan en calidad de “turistas” y se quedan a trabajar, algunos otros ya no son contactados por el gobierno, sino a través de familiares.

Comparativamente con la migración a Estados Unidos, la de Canadá es más flexible por los requisitos, los costos (el ETA cuesta 7 CAD, mientras que la visa estadounidense cuenta 160 dólares), el tiempo para obtener la documentación y la repatriación mínima, prácticamente nula.

Los paisanos, dice el director de la DAM, “son bien vistos. Si hay algo de lo que tenemos que sentirnos muy orgullosos es que nuestra gente es muy trabajadora. Está muy bien cotizada, no solamente en Canadá y Estados Unidos, sino en cualquier parte del mundo porque saben que los mexicanos, en particular los tlaxcaltecas, son muy trabajadores. Su misma creatividad, talento, ganas de hacer las cosas son las que les recomiendan”.

Así, la migración se vuelve para unos un sacrificio momentáneo; para otros, destierro o refugio; y para otros tantos, el acercamiento a una vida ¿mejor? Por lo menos, sí con más ingresos. Al final, un reflejo en el espejo o, depende quién y cómo se mire, también un espejismo.
Epílogo

Al final, unas muestras de arrepentimiento. Una enfermera que en México cubre el turno de la noche afirma que su estancia será breve; pues el trabajo es más pesado y no le retribuye igual. Mientras, otro joven asegura que, en proporción, gana lo mismo en su natal Veracruz, “sin tanta chinga».

Zurya ESCAMILLA DÍAZ/ Reporte Especial

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