¿Qué clase de ciudadanos requiere la 4T?

07 febrero, 2019

Becas para jóvenes, apoyos para diferentes sectores sociales, pensiones para adultos mayores y personas con discapacidad, estrategias para frenar el delito a través de un impulso a la economía de las familias.

Todo esto, a la par de la promesa de poner fin a la corrupción. Pero, ¿será suficiente el esfuerzo presupuestal y operativo de los entes públicos para acabar con éste y otros problemas sociales?
Ciertamente, aún es muy pronto para calificar si todas estas acciones son eficaces y si su operatividad es la adecuada. Pero como en toda relación, esto es de dos: los gobiernos (en sus diferentes niveles) o los poderes y la sociedad (ojo, no sólo los ciudadanos).

Para una ambiciosa política de gobierno, hace falta un esfuerzo igual de grande por parte de todos los que conformamos este país, más allá de la actividad a la que nos dediquemos.

En «El futuro de la democracia», Norberto Bobbio cuestiona si es deseable que toda la sociedad participe en los asuntos públicos; la conclusión es que si todos nos volcáramos a una ciudadanía activa, habría una sobre demanda de lo más diversa porque todos tenemos intereses y necesidades muy particulares.

Sin embargo, tampoco es deseable que la participación sea escasa.

A mi juicio, más que convertirnos en ciudadanos de tiempo completo, involucrados en el quehacer cotidiano de los entes públicos; lo más importante es trabajar desde cada una de nuestras trincheras para hacer funcionar el engranaje que poco a poco pueda sacar adelante a este país. Y sí, también vigilar, participar y exigir cuando sea necesario.

Ante la política de «bienestar» que impulsa la actual administración; es preciso reconocer que a pesar de nuestros intereses personales (todos los tenemos), formamos parte de un todo y lo que decidamos o demandemos afecta -en mayor o menor medida- a los demás.

Es verdad que el mundo ha tomado rumbo hacia la exacerbada individualidad y esto ha derivado en violencia, consumismo desenfrenado, indiferencia ante el dolor ajeno, derroche de recursos naturales y a la incapacidad de colocarnos en el lugar de otros.

Soy partidaria de que la complejidad del mundo nos debe retornar a lo básico. Esto significa, por ejemplo, dejar de pensar en la política como ese complejo y lejano entramado de procedimientos, opaco y corrupto; para comprender que no está tan lejos.

Nosotros formamos parte de él y tampoco es tan complejo, sólo se trata de que cada uno haga un esfuerzo diario para tratar de mejorar la convivencia en nuestras calles.

Nos debe quedar claro que lo que yo hago, importa, impacta, afecta no sólo a mi familia, también a mi trabajo, al lugar donde vivo e incluso a futuras generaciones.

El nuevo gobierno ha puesto sobre la mesa un abanico de posibilidades, ¿las correctas? Insisto, es pronto para saberlo; pero ahí están.

Más allá del tema que compete exclusivamente al gobierno, como la administración de programas y recursos; a quienes resultan beneficiados de ellos les corresponde usarlos con responsabilidad, convertirlos en el medio para impulsar su vida y no en una excusa para continuar en la vulnerabilidad.

El problema con los regímenes paternalistas es que si la sociedad no se conduce con ética; los hombres y mujeres se tornan en hijos desvalidos del sistema.

Hacen falta ciudadanos que exijan, que participen y se sumen al esfuerzo colectivo por un mejor país; que sean críticos y no se dejen cegar por la «generosidad» de lo que Octavio Paz llamó el «ogro filantrópico».

Christopher Lasch escribía hace más de 20 años: «a medida que prosiga el derrumbamiento de la vida cívica de estas ciudades hinchadas, no sólo los pobres sino también las clases medias sufrirán condiciones inimaginables en pocos años».

Ya hemos llegado a este punto, particularmente en lo que respecta a seguridad pública y valores sociales, y nos toca sumar para ponerle un freno.

Sí, el pueblo se cansa de tanta tranza; pero el pueblo también es origen y guardián de ella. Por esta razón, debemos mostrar ese hastío con valores, con participación y vigilancia… sobre todo de nuestro actuar diario.

Escribe Zurya ESCAMILLA DÍAZ/ Barra Opinión

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