De damnificados a presuntos sospechosos

13 julio, 2014

* Edgar y Miguel, los sobrevivientes de la explosión de Nativitas aseguran que han sido confundidos con delincuentes.

*Ambos portan una máscara producto de las quemaduras que sufrieron.

Por JAVIER CONDE/CRÓNICA

Aquí, donde el silencio aturde, las miradas acuosas y rostros quebrantados se preguntan ¿por qué?, cuya respuesta queda en el viento que sopla los caminos del sur. Aquí, donde 25 personas perdieron la vida hay preguntas sin respuestas.

Aquí, donde el color negro está presente en todas partes, los sobrevivientes de la explosión de Nativitas regresaron al lugar de la tragedia. 365 días después, todos ellos están ahí para recordar a sus muertos, sin enterrar su pasado.

Aquí, donde los pasos se hacen más pesados, las víctimas de esta fatal explosión rememoran lo que sucedió a las 13:15 horas de aquel fatídico 15 de marzo de 2013, donde decenas de cohetes destruyeron las ilusiones.

Aquí, en el camino a Santa Ana Portales, los damnificados retornan a este lugar para elevar sus plegarias en una misa colectiva. Ahora, la fiesta de Jesús de los Tres Caminos, se ha vuelto hasta dolorosa y llena de misterio.

Decía el periodista mexicano, Fidel Samaniego que los pueblos no pueden, no deben olvidar en el relato puntual de sus historias, porque en ellas, está la esencia de su futuro. Y para ello, hay que regresar forzosamente los ojos al origen.

Por ser enmascarados, somos sospechosos…

A un año de la explosión se le pregunta a Edgar Madrid, uno de los sobrevivientes ¿Qué tanto le ha cambiado la vida?…

“Pues me cambió mi presente, mi pasado; me modificó por completo, el ritmo la vida; lamentablemente, hemos pasado de moda y por esta razón el gobierno y la misma sociedad nos han olvidado, sólo fuimos la noticia del momento”.

En su rostro, el joven de apenas 25 años de edad, junto con su hermano Miguel, tienen que portar obligatoriamente una máscara para quemaduras. Frente a frente, sin tapujos señalan que ambos han sido objeto de discriminación.

Incluso, los han confundido con delincuentes sólo por el hecho de portar dicha máscara. Edgar, dice que en varias ocasiones los policías estatal y ministerial, los han detenido porque son presuntos sospechosos.

“Hace unos días fuimos a comprar un refresco a un Oxxo de Tlaxcala, y cuando estábamos ahí adentro arremetieron los efectivos contra nosotros por el hecho de traer una máscara; nos confundieron, según ellos, con delincuentes”, externa.

Agrega que siempre trae consigo un papel que le expidieron los médicos para sustentar el por qué debe portar dicha careta. “Pido que no nos vean como unos extraños sino como seres humanos a los que les cambió el ritmo de la vida”.

Hoy, cuando el luto sigue impregnado entre los damnificados, ambos señalan que lamentan profundamente que su hermano Uriel, el más pequeño de los tres haya muerto aquel negro, negrísimo día.

Una fotografía, en sus manos…

Aquí, donde el dolor no se puede disolver están los recuerdos de un día festivo que terminó en tragedia. Aquí, las lágrimas de Sofía, una madre que perdió a su hijo, no cesan. Las heridas supuran en lo más recóndito de su corazón.

Con ambas manos, la mujer quien porta un velo negro sobre la cabeza sujeta entre sus manos un cuadro. Es de un joven, enfundado en un traje oscuro, con una franca sonrisa; hoy, su hijo está muerto ha dejado este mundo terrenal.

Este domingo, fue un día estremecedor, conmovedor por demás duro. Inexplicablemente, el obispo de Tlaxcala, Francisco Moreno Barrón, no quiso venir al lugar donde hace un año observó cuerpos sin vida y donde palpó la muerte.

Aquí, donde sucumbieron once de los 25 muertos, está sentada Sofía, con la mirada perdida. Frente al improvisado altar que colocaron para la celebración, parece que tal madre espera el día de la resurrección.

Los mismos sollozos…

Y hoy, después de un año se volvían a escuchar sollozos, rezos y cánticos, en este sitio donde las causas sobre el origen del accidente jamás se dieron a conocer por parte de las autoridades federal y estatal.

Durante, la misa que ofreció el párroco de Nativitas, Reynaldo Osorio Nava, los familiares, los amigos, los devotos, los sobrevivientes están ahí; unos con flores en las manos y otros cargando una cruz, oprimiendo los puños.

Hoy, cuando las interrogantes crecen, el mismo presbítero insiste -en un discurso repetitivo y desgastado- que no fue castigo de Dios, sino una llamada de atención. Frente a sus palabras algunos encontraron la paz, pero no la resignación.

En ese lugar, donde la iglesia afirma que sucumbieron 25 personas y para la Secretaría de Salud (SESA), un total de 23, no hay espacio para la alegría, el dolor sigue impregnado como en aquel primer segundo de la desventura.

Aquí, en este lugar las madres le lloran a sus hijos que fenecieron; los niños huérfanos a sus padres; pero el único alivio, que nace en las entrañas de su corazón es que algún día se volverán a reencontrar, quizás el día del juicio final.

El misterio…

Y dentro de lo se que dice y se cuenta en el barrio de Jesús de Tecpactepec, cuya fiesta será en el mes de abril, con motivo de la Semana Santa, los relatos, las historias, las fábulas, han comenzado a rondar dentro y fuera de Nativitas.

Con autorización del fiscal de la iglesia de Jesús de los Tres Caminos, Refugio Sartillo Rivas, este cronista penetró a la intimidad de dicho templo. Del altar caminó hasta la sacristía donde se encuentra el estandarte, insignia de la tragedia.

Rodeado de imágenes y de un profundo silencio observó dicho objeto religioso bañado en pólvora, deshilachado; provocando una cadena de interrogantes. La mirada de este periodista quedó atónita, estupefacta, absorta.

Resultó doloroso, desgarrador observar el estado que guarda dicho emblema; aquel gallardete que encabezaba la procesión aquel aciago día.

La imagen de Jesús tiene el corazón extirpado como si alguien se lo hubiera cortado en forma circular y por demás extraña.

Los devotos aseguran que Jesusito, se arrancó el lado del corazón para salvar almas del purgatorio y a decenas de ciudadanos que habrían participado en dicha celebración.

Lo cierto, es que el resto del cuerpo de la efigie está intacto, pero simplemente, guarda la catadura de la tragedia, que enlutó al pueblo de Tlaxcala, ese tristísimo día.

Pero resulta por demás curioso que la persona que portaba la banderola salió totalmente ileso, contrario al lugareño que llevaba la bandera con el símbolo del municipio de Nativitas, quien cayó muerto por el impacto de la pólvora.

Mientras que el devoto que llevaba la bandera de México, en esa caminata religiosa sufrió quemaduras, en todo el cuerpo como si hubiese ido a un combate, hoy padece las secuelas.

Dentro de lo que se relata, es que desde ese día al Santo Patrono, se le observa un rostro más triste y se han atrevido hasta decir que su largo cabello apareció maltratado, después del aquel suceso, como si se hubiera quemado como signo de penitencia, sí de una perpetua penitencia.

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