Calderón: dueño de su nostalgia

12 julio, 2013

Por JAVIER CONDE/CRÓNICA

La tarde, era fría. Fría tarde de un día. Y el presidente Felipe Calderón ingresaba a aquella vieja casona hoy convertida en museo envuelto en la nostalgia. Y sus últimos minutos como el hombre con más poder en México seguían corriendo.

El político que enarboló la bandera de un gobierno “valiente” caminó junto al mandatario Mariano González Zarur. Y el rictus de una visita presidencial tuvo que consumarse y lo hizo en Tecoaque, Calpulalpan a dos días de entregar la investidura.

Aquí, en este lugar donde aún reza la historia, donde se enaltece una parte importante del mestizaje, del brutal choque de dos culturas, Felipe Calderón decidió pasar la penúltima tarde de su gestión en medio de vestigios prehispánicos.

El presidente llegó y saludo. En tres ocasiones hubo el destello de una sonrisa por demás forzada. Inauguró formalmente dicha zona arqueológica, la de Tecoaque.

Posteriormente, tomó asiento y escuchó las palabras del embajador Alfonso de María y Campos, director General del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Y nuevamente sumergió en la nostalgia.

Aquí, entre campesinos, entre políticos, entre delegados federales panistas que pronto dejarán de serlo, Calderón Hinojosa, enfundado en una camisa blanca y un pantalón color caqui soportó la morada de un gélido frío.

Y con los minutos, el viento frío, la expectación de la última visita de un polémico presidente se iba consumiendo al igual que la tarde, al igual que su mandato.

Poco a poco comenzó a agonizar el día. El hasta ahora jefe de las Fuerzas Armadas sostuvo que está preparado para entregar el bastón de mando, sí el bastón de mando. En ese lugar el viento comenzó a bailar con el silencio.

Frente a un México distinto

Su visita a Calpulalpan, se dio en medio de una serie de acusaciones contra él y el aún secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, por parte del narcotraficante, Edgar Valdéz Villareal “La Barbie”, de aceptar supuestos sobornos y proteger a delincuentes.

Y con los minutos, escuchó con detenimiento al gobernador del estado, Mariano González Zarur, que dictó un discurso pausado, sin críticas.

El priísta dijo que hoy, en Tlaxcala, se impulsan acciones de alto impacto, de manera conjunta con el gobierno federal, en coordinación, en comunicación, para mejorar la calidad de vida y el nivel de bienestar de las familias.

Luego, vino el elogio político: “El trabajo del gobierno federal y el esfuerzo del gobierno del estado están encaminados a lograr más y mejores oportunidades para todo el estado”.

Mariano González también dio un adelanto de lo que será su tercer informe de gobierno y destacó los logros alcanzados a la mitad del camino, a la mitad de su gestión.

Y después de su intervención vendrían las palabras de la despedida, las del protocolo. González Zarur encontró este mínimo vocablo para despedirse:

“Y reitero, Tlaxcala le agradece, al presidente, su apoyo. ¡Buena tarde!… ¡Gracias!… ”No hubo más palabras.

Luego vinieron los aplausos a pocas horas de la sucesión. Esa hora que marcará el regreso del PRI al poder, después de 12 años.

Las clases de historia

Y con esos mismos minutos, el michoacano dio ocho pasos y llegó hasta el pódium. Tomó un sorbo de agua.

Frente a él estuvieron los representantes de los tres poderes en la entidad y por fin emanó una ligera sonrisa de los músculos del rostro.

Expresó a la concurrencia: “Qué gusto que sí se me hizo el poder regresar y muy rápidamente a este lugar”.

Y el hombre del poder presidencial prosiguió: “Les confieso que la vez pasada que venimos a supervisar la modernización de la carretera Texcoco-Calpulalpan, que está prácticamente ya, a punto de terminarse”.

En tono serio, firme, sereno, en su papel de mandatario agregó: “visitamos este lugar y yo francamente me quedé, se los confieso, maravillado de este sitio arqueológico, de las obras que se han venido haciendo en él”.

Luego el próximo académico de la Universidad de Harvard y que se convertirá pronto en el primer participante invitado al programa Angelopoulos rememoró lo que este sitio arqueológico representa en la historia del país.

Calderón dijo: “finalmente, hoy, tengo el gusto de venir a este sitio maravilloso de Zultepec-Tecoaque, a abrir formalmente y a poner a disposición de los tlaxcaltecas y de todo México”.

De lo violento, de lo duro…

Y rememoró: “Como se nos ha explicado, este sitio prehispánico fue poblado en dos momentos distintos”.

“Uno, es un momento que corresponde, precisamente, al esplendor de Teotihuacán, y sería una ciudad vecina, cercana y muy cercana a la Metrópoli, que fue, en aquel entonces, la gran ciudad del Altiplano”, refirió.

Señaló que posteriormente, fue abandonada con la decadencia teotihuacana y, tiempo después, poblado por los acolhuas, aliados tradicionales de los mexicas y que tenían su asentamiento y su señorío, precisamente, en Texcoco.

En 15 minutos que duró su arenga habló de la cultura teotihuacana, de los que rendían culto a Quetzalcóatl, Dios del Viento; a Mayahuel, a la Diosa del Pulque; a Xochipili, al Dios de la Renovación, de la Vegetación, de la Danza y del Canto.

Desde luego tocó el tema de todos aquellos rindieron culto a Tláloc, de la universalidad de dicha cultura previo a la llegada de los españoles. También parloteó de la existencia de aljibes y de los moradores.

Resaltó el hallazgo de cráneos perforados; de la cultura de la gran Tenochtitlan, de la llegada de los españoles frívolos y del sanguinario Hernán Cortés a Tecoaque; del árbol de la noche triste y de la propia destrucción de esta ciudad. Habló de triunfos y derrotas.

El panista conversó de la historia de lo violento, de lo fuerte, de lo duro, de lo complejo durante la época de la conquista, y que dejó escrita parte de la historia de nuestro país.

Arguyó que de Tecoaque no quedó piedra sobre piedra y que sus habitantes murieron mirando hacia el sol como unos verdaderos guerreros. “Cayeron con todos los honores”.

Decía el periodista Fidel Samaniego que los pueblos, no pueden olvidar, no deben olvidar en el relato puntual de sus historias, de sus hombres y mujeres, en su pasado, está la esencia de su futuro. Por eso recuperar la historia reciente es algo más que un juego de rememoraciones.

En el corral donde estuvo la prensa, uno que otro reportero citó que Calderón relató con mucha puntualidad, el choque de dos culturas y el relato exacto del pasado, de los muertos, pero menos los efectos de su propia guerra, la que dejó víctimas y victimarios.

Y coincidieron que así de violenta, de dura y de compleja fue su administración, toda vez que la suma de muertos y de víctimas creció día a día, en todo su sexenio.

Incluso, este miércoles -por la mañana- el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD), sostuvo que Calderón Hinojosa será recordado por dos aspectos: el del “voto por voto” y el de “cadáver por cadáver”.

La despedida

En la recta final de su discurso sentenció: “decía el más ilustre de los acolhuas, el gran rey poeta Nezahualcóyotl: Resuene nuestro tambor, a fin de mostrar el poder y la grandeza”.

Asimismo, agregó: “Agradezco a Tlaxcala, a sus autoridades, pero, sobre todo, a todos los mexicanos, el enorme honor de haber servido a México a lo largo de estos años como Presidente de la República”.

Sin duda, la mayor responsabilidad, el mayor privilegio que pueda tener un mexicano, y “por esa misma razón, lo he asumido con entrega, con pasión y con un absoluto amor a México”.

“Le doy las gracias a Tlaxcala por las atenciones que siempre tuvieron conmigo, por su apoyo y por su comprensión. Les deseo, de corazón, que les vaya muy bien, que tengan mucho éxito y que Dios los bendiga. ¡Muchas gracias!”, concluyó.

Los hombres del presidente

Y entre un mar de gente, de solemnidades y apariencias, Calderón procedió a inaugurar el museo en dicha zona arqueológica. El siseo de la cámaras fotográficas fue continuo, interminable.

Ahí, algunos invitados contaron que el presidente quedó ensimismado cuando estuvo frente a una vitrina, en cuyo interior había un cadáver. No dijo nada.

Y qué decir del gobernador sólo lo miró de reojo. ¿Pero qué habrá pasado por la mente de Calderón?

Mientras que un batallón de elementos del Estado Mayor Presidencial con su mirada de lince, como siempre atufados y nerviosos estaban cerca de él, pero ahora más que otras veces.

Tecoaque, mudo testigo de la historia nuevamente sintió la presencia de un enorme pelotón de hombres con armas pero esta vez de soldados modernos dispuestos a todo. Sí a todo.

Durante la salutación, el periodista Sergio Enrique Díaz Díaz, le soltó a bocajarro una pregunta a Calderón al tiempo que le dio la mano: “Señor presidente entre la nostalgia y el miedo de dejar el poder ¿Con cuál se queda?”…

Y el Ejecutivo Federal, le respondió atufado, serio, cortante y con mirada incómoda… ¡Perdón!…

Por segunda ocasión, el jefe de información de El Sol de Tlaxcala le hizo la pregunta al panista y éste le respondió ¡Perdón!… Se dio la vuelta y se fue. El reportero no encontró una respuesta.

Alrededor de las seis de la tarde, Felipe Calderón salió pensativo, dueño de su serenidad, no intercambió muchas palabras con el gobernador.

Y los hombres del presidente lo seguían cuidado, le protegían las espaldas al controvertido personaje.

Justo cinco minutos después, el jefe de las Fuerzas Armadas montó en su Puma, aquel fortachón helicóptero color blanco. Activaban sus hélices y pronto se elevaba.

Poco a poco, ese pájaro de acero, ese amigo inseparable de los presidentes se perdía entre los cerros donde el sol se oculta todos los días.

El panista ya se había despedido de Tlaxcala y dejaba atrás minutos y días intensos de la vida nacional.

Calderón estaba a unas horas de entregar el poder a Enrique Peña Nieto, de consumar seis años de claroscuros, seis años de una guerra que parece ser interminable.

A dos días de entregar el poder el mandatario decidió estar en un centro ceremonial donde el tatuaje ancestral de la guerra, del choque que dejó la marca de la sangre aún existe.

En Tecoaque quedó escrito aquella tarde donde el presidente decidió refugiarse a 48 horas de que fenezca, de que expire su mandato y de que vuelva a ser un hombre como los demás. Ya sin el poder.

La vida sigue. La vida inicia todos los días. Y está muy cerca el final de un camino para él antes de iniciar otro, tal y como lo decía un narigón cronista (Fidel Samaniego).

Sí aquel, entrañable reportero de El Universal que vivió como periodista las entrañas del poder, en esos caminos ásperos y pocos comprendidos de la democracia mexicana, en aquellos tiempos del salinismo que aún se resiste a morir.

 

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