26 mayo, 2013
* Nunca intento, siempre me juego la vida, dice
* No existe miedo, no existe el torero cuando estoy frente al burel, afirma
Por JAVIER CONDE
Primera de dos partes
La historia, su increíble historia como torero, parece acercarse al final. A Rodolfo Rodríguez “El Pana”, autor de su propia fábula, se le vinieron los años y con ellos, un mar de anécdotas muchas severas contra su persona, otras llenas de aplausos, de éxtasis y unas con ásperas teñiduras de fracaso cuando empuñando su muleta reta, desafía y burla al toro, a la vida, a la muerte.
Con su clásica percha de matador de toros, con su inseparable puro Monte Cristo en mano, con su clásica irreverencia habla de él, de los bureles, de la fiesta brava, de la bohemia, del aroma de las suripantas, de las del tacón dorado, de su adicción al alcohol, de sus fragilidades, de sus denostaciones, de su misticismo y por supuesto de Dios.
En una conversación con este reportero el hombre de la silueta encorvada, de cortos y frágiles pasos, de esa coleta color plata -lo que deja el paso de los años-, con un clavel rojo en la solapa de un saco gris afirma que aún le quedan dos o tres temporadas más antes del retiro.
Parece que “El Pana”, es un hombre que no entiende de razones, que su crítica siempre termina por endurecer su punto de vista sobre los toreros y de los empresarios de la tauromaquia. Va al grano.
“Desde hace 15 años, la fiesta brava en México no tiene sentido, ha perdido su rumbo, no hay actualmente figuras del toreo, es una lástima”.
Su pasado, su presente
Él, Rodolfo Rodríguez, el panadero, el sepulturero, el que desborda pasión en una tarde de toros, el vendedor de gelatinas, el campesino, se envuelve en la nostalgia y dibuja cómo ha sido su pasado. Deduce que este ha sido lleno aciertos y desaciertos, de claroscuros, entre lo absurdo y la razón. Jamás ha confirmado si tiene cáncer como en un principio lo intuyó.
Franco, como es él afirma: “me a operaron de la vesícula. Todo mundo sabe mi afición al alcohol y en mis andares en los anexos a donde estuve para rehabilitarme, bebía loción, que tiene fijadores y eso me afectó muchísimo a la vesícula”.
Preguntas y respuestas
La entrevista con el brujo de Apizaco transcurre momentos antes del anunció que hicieron para la integración de un patronato que servirá para hacerle un monumento de resina, que se ubicará en la plaza que lleva ya su nombre en aquel municipio que lo vio nacer hace 60 años y de aquella tarde torera del 13 de abril, en la cual cortó una oreja en la plaza Jorge “El Ranchero” Aguilar.
-¿A Rodolfo Rodríguez, que le falta por hacer como torero?
– “Lo que me falta como torero, es todo el bagaje taurino que he estado practicando a lo largo de 42 años, de esas viejas suertes que me enseñaron mis viejos toreros y que tuve el tino de para oído y que no me gustaría que se quedaran en el tintero, la verdad no me gustaría irme de los ruedo y decir ´chingaos´ me faltó hacer esto”.
Agrega que sólo le falta un 20 por ciento de suertes que no ha explotado frente a la cara de un astado como “El quite del milagro”, “El quite del perdón”, “La maquinita”, “La Adelita”. “El riel”, “El cambio de vía”.
Varios de los pases llevan el nombre de todos aquellos antiguos ferrocarrileros que vivieron en su natal Apizaco.
-¿Siempre intenta triunfar en el ruedo?
– “Nunca intento, nunca intento, siempre salgo a jugarme la vida, no cambies las cosas”, revira a este periodista.
-¿Qué pasa por la mente de “El Pana” cuando está frente a la cara de toro?
-“Nada, simplemente mi mente está en blanco”, responde atufado.
-¿No siente miedo?
– “No existe miedo, no existe temor, no existe el toro, no existe el torero, no existe nada”.
Polémico, siempre polémico
Su vida ha estado escarchada de música, de enredos, de pobreza, opulencia y hasta de hambruna. En una crónica, el periodista Fidel Samaniego quien en vida fuera apasionado de la fiesta brava redactó algún día:
“El Pana”. El que parece haber saltado de las páginas de un libro, el que él mismo ha hecho al andar. El que se tiró como espontáneo al ruedo de la plaza más grande del mundo, el que después hizo una huelga de hambre para que la empresa le diera una oportunidad, está ahí más vivo que nunca.
El que dio los primeros pesos por la senda del triunfo y después, no pudo, o no quiso, o no lo dejaron seguir. El que hace unos meses, en un parque cercano a la Monumental México, comía tacos, brindaba, charlaba con sus amigos, los seguidores de las que, hasta entonces, eran sus glorias inconclusas, ahí está dando la batalla. Ahí culmina la cita del excelso periodista.
“El Pana”, torero, intensamente humano. Se suponía que estaba en el olvido, y que se había resignado a olvidarse de sí mismo, de sus sueños. Y encontró la oportunidad, la que se suponía, sería la de su despedida de los ruedos, está ahí a la luz del día.
Y nuevamente el apizaquense fue buscado para las entrevistas por los que antes lo ignoraron, lo criticaron, lo despreciaron. Y se puso el viejo terno de rosa y plata. Y se subió a una calesa, y se fumó un puro, y le sonrió a la tarde.
“El Pana”, difícil saber cuándo actúa y cuándo, no. Imposible para él evitar lo que dice su mirada, la que brillaba en el atardecer hace ocho días, la que daba un toque especial a ese rostro surcado por las tardes de esperas sin esperanza, de días sin huella, de noches sin fin, de faenas sin realizarse.
Y cuando se suponía que la historia, su historia estaba por llegar al final, él, Rodolfo Rodríguez González, “El Pana” redivivo, reverenciado, irreverente fue ante cámaras y micrófonos, aclaró la garganta, dejó salir la temblorosa voz, brindó a ellas, “damitas, damiselas, princesas, vagas, zurrapas, buñis”, ese toro bravísimo, en esa inolvidable tarde de consagración.