24 marzo, 2013
Por JAVIER CONDE/ CRÓNICA II
Los muertos no eran parte de una cifra, sino parte de un día fatal. Las autoridades, daban un primer corte preliminar. Once personas fallecidas y más de 25 heridas. Sobre el cielo, una parvada de helicópteros de todos los tamaños se deslizaban.
Entre el sonido de sirenas de ambulancias, entre ambulantes que no respetaban el luto comencé a caminar para llegar al Hospital del Sur y eso me tomó más de 20 minutos.
Carros militares, subían y bajaban. Sus tripulantes ya portaban el gafete amarillo que anunciaba el Plan DN-III, el de los desastres. Frente a dicho nosocomio había otro batallón el de los médicos, el de los paramédicos y las enfermeras.
Una y otras voces angustiadas pedían informes a trabajadores de la Secretaría de Salud, sobre sus familiares. Los periodistas ya sabíamos que la lista de heridos llegaba a los 50 y que podía crecer. Increíble pero cierto.
Y esa misma mujer desquiciada por el dolor, la que encontré en la zona del silencio llegaba para preguntar por su esposo. Entre los gritos de desesperación, de confusión se colaba entre el enjambre de gente que buscaba hacer la misma pregunta.
En la parte trasera del Hospital del Sur, el estacionamiento se convertía en un helipuerto y metros más lejos en un mosaico de torretas de ambulancias listas para los traslados.
De incógnito…
Ver, escuchar, preguntar, apuntar, pensar y tener el olfato de sabueso, es parte de la talacha de un periodista.
Entre un muro de seguridad que vigilaba las puertas principales de acceso al nosocomio ingresé de incógnito justo cuando paramédicos entraron con una camilla. Este es el apunte de un cronista.
Camine por el pasillo principal. El olfato me advertía bruscamente el olor a sangre y a piel quemada. Sobre el piso había guantes de latex, gasas, sabanas teñidas de rojo. Sobre las camas había heridos. Entraban y salían los camilleros.
Una que otra pared, dejaba el tatuaje de la sangre misma. Por radio, por celular y personalmente el secretario de Salud, Jesús Fragoso Bernal, daba órdenes para atender a los heridos.
Al edificio llegaban médicos especialistas de la Policía Federal, médicos militares y médicos del gobierno del estado de Puebla. La hermandad, sin fronteras, sin tintes partidistas.
Y qué decir de los familiares que buscaban a las víctimas de la explosión de miles de cohetes que muchos de ellos llevaban en sus manos y hombros.
Quienes sobrevivieron a la refriega de esos artefactos asesinos cuentan que un tronido y una nube gris, rápidamente se convirtió en una inmensa capa negra, pero sobre todo en minutos de terror, como si un dragón aventara bolas de fuego.
Los apuntes…
Entre un viento gélido y una pertinaz llovizna, que cortaba el medio día con la tarde, las palabras de aliento invadían los medios de comunicación, las redes sociales, empero, en ese hospital los huesos mondos de la muerte seguían rondando.
A las cuatro de la tarde, el número de personas heridas aumentaba y poco a poco los pasillos del nosocomio se iban descongestionando. La mayoría de los lesionados habían sido trasladados a Tlaxcala, Puebla y el Distrito Federal.
En mis apuntes escribí, parte de la tragedia que viví en el Hospital del Sur, ubicado en Nativitas. Ningún médico, ningún guardia me dijo nada. Camine por ese mismo pasillo, varias veces. Constante, la gravedad. Ahí, nada será como antes.
En la entrada principal esos rostros de familiares afligidos, consumidos era interminable. Los músculos de esos mismos rostros estaban contraídos. Y la escena en dicho hospital parecía como una toma de una película de guerra.
Y, precisamente, donde aquella mujer desquiciada por el dolor estaba sentada, esperando noticias 30 minutos antes, los parientes de Mucio lloraban porque él había muerto. Y ahí, se volvían a escuchar esas voces de tormento.