23 julio, 2012
Escribe ALEXIA BARRIOS G.
Créeme tío: si queremos que todo quede como está,
es preciso que todo cambie.
Lampedusa
El 6 de septiembre, según la ley, se concluirá una fase más de la sucesión presidencial 2012. Para entonces habrá presidente electo o se anunciará una trama realmente muy complicada para todos: quién podrá ocupar la presidencia interinamente mientras se organizan nuevas elecciones.
Siendo sinceros, jurídicamente el Movimiento Progresista y el PAN tienen muy complicado tumbar la elección presidencial. Pero todo puede ocurrir y si de pronto apareciera una prueba contundente de las acusaciones hasta ahora mediáticamente bien explotadas, el TEPJF podría dar un fallo histórico.
Pero mientras esto ocurre y se define en el Tribunal Electoral el resultado de la elección, en las calles y en varios foros, que no son pocos ni pequeñas las movilizaciones, hay una inercia ciudadana muy marcada contra el regreso del viejo PRI al poder. Lo gritan en las calles, en las universidades, en varios medios (Siendo precisos en La Jornada, Proceso, Reporte Índigo y Reforma) y en las redes sociales.
Hay detrás de ello, sin duda, expresiones personales y partidistas muy claras: Andrés Manuel López Obrador y su interés por prolongar su liderazgo en las izquierdas y trascender si es posible hasta el 2018 en una tercera candidatura presidencial. Hay interés de parte de los partidos pequeños, el PT y MC, por esperar la salida de AMLO del PRD y jalarlo para sus filas junto con el enorme potencial político electoral –y si es posible hasta alguna gubernatura de las ganadas en la pasada elección—.
Hay también el interés del PAN calderonista por encarecer la negociación con quien le garantice impunidad y su paso por la historia. Por eso la ambivalencia de los panistas con respecto al reconocimiento o no al triunfo de Peña Nieto.
Más allá de los intereses partidistas y personales, también hay una genuina inconformidad social por el regreso de las viejas prácticas del PRI. Hay quienes, a pesar del enorme desfalco en Pemex, de la negligencia criminal de varias dependencias federales, o las corruptelas que han cobrado vidas humanas (de niños incluso, como es el caso ABC), preferirían que hubiera ganado el PAN antes que regresara el PRI.
Otros más, quizá nostálgicos del espíritu 1968 y del “foco guerrillero” de las décadas de 1970 y 1980, piensan que hoy es la oportunidad para hacer historia.
A esas expresiones, el PRI y Peña Nieto no están atendiendo ni los está entendiendo. Por el contrario, han deslizado algunos nombres del futuro gabinete presidencial como si se tratara de reciclar basura, por el perfil que tienen algunos de ellos.
Para el PRI era fundamental mostrar una cara diferente a fin de ganarse a los inconformes que cada día se hacen escuchar más fuerte. De ahí que su estrategia debió presentarse como muy alejado del partido autoritario del pasado: ciego, sordo y mudo ante las expresiones de disenso social.
Del mismo modo, desde la misma dirigencia nacional se debió afianzar la idea de que su partido debía representar los intereses del mandato ciudadano y el respeto a sus estatutos, haciendo suyas las demandas sociales antes que la de los grupos de poder económico. Hoy, en lugar de plantar su oposición a reformas hacendarias antipopulares y a las iniciativas de reforma energética que pretenden “privatizar” Pemex, hace suyas dichas ideas y se compromete con un sector financiero muy pequeño a impulsar las “reformas estructurales”.
Si el Tribunal Electoral le da la razón al PRI y finalmente Enrique Peña es Presidente de la República, tienen que atender con mucha inteligencia las expresiones de rechazo que se están manifestando y definir con prudencia con quiénes hará su alianza en las cámaras de diputados y senadores. La clave de un gobierno diferente para el PRI es convencer a los inconformes; construir una oferta clara y sin ambigüedades ideológicas; elevar el nivel del debate político de sus contendientes y proyectar a la ciudadanía una auténtica legitimidad democrática de su elección.
Muy mala señal será de parte del PRI y Peña Nieto que pese a la ausencia en el poder presidencial por 12 años, pese a que hay una amplia oposición a su partido, a que la sociedad ha cambiado –para bien o para mal— y los medios han madurado, pretenda repetirnos las mismas dosis de siempre y, finalmente, le termine dando toda la razón a sus detractores de toda la vida.
alexiabarriossendero@gmail.com