10 abril, 2012
Escribe SAMANTHA CONDE HUERTA
Durante estos tiempos de “reflexión” podemos darnos cuenta el efecto que tiene la sumisión del hombre provocada por la fe; tiempo atrás el ser humano era un esclavo de la iglesia ya que toda conducta en contra de las leyes, normas o moral se consideraba como un pecado, pecado que Dios no iba a perdonar tan fácilmente.
Con esto hacía ver a Dios y a la religión como agentes malos, crueles e inalcanzables para el ser humano y la sociedad a la que pertenecía, además con todas sus cualidades como un “Dios” lo tomaban como ejemplo o modelo para el pueblo, que entonces era más manipulable de lo que es ahora.
Las sociedades de los bajos niveles son las que están más propensas a la desesperación y a estar bajo el yugo de la religión. Esto provoca al hombre la distorsión del significado de “moral”, considerándola como una característica extremadamente inalcanzable, por lo que el mismo hombre no podría alcanzar la perfección que plantea la famosa “iglesia triunfante”.
La distorsión de estos términos orilló que entonces el ser humano se alejara cada vez más de la religión, con el pretexto de que la moral era sólo un impedimento para desarrollarse. Entonces, es cuando se comienza a rechazar a Dios para que el hombre pudiera involucrarse en la ciencia y desarrollarla sin sentirse culpable por faltarle a Dios.
Esto es porque el hombre que se sentía angustiado no podía determinar por sí mismo lo que quería hacer con su vida, más bien su futuro dentro de la sociedad era determinado por lo que mandaba la iglesia. Dichos planteamientos llegaron a ser considerados como un grado máximo de liberalismo, a pesar de que no fuera su terminología.
Hoy en día la religión católica ha perdido creyentes debido a dicha manipulación por parte de sus principales líderes; la moral no es cuestión de unos cuantos, todos debemos estar al margen y ser responsables de lo que pasa con nuestras vidas y con la gente que nos rodea y que además podemos afectar con nuestros actos.
La Semana Santa son cuatro días que nos permiten (si así lo deseamos, claro) reflexionar sobre lo que más nos preocupa, para estar con nuestras familias y disfrutar de ellas, así que ¿por qué no darle una oportunidad a nuestra religión para que nos demuestre que no solo nos aleja de nuestra misma razón?
La religión y la razón no tienen por qué estar peleadas una con la otra, pues ambas nos complementan y nos hacen mejores seres humanos, ya que no nos limitan.