19 abril, 2012
Escribe MANUEL ADAME
¡’Uta, a este ritmo acabaremos por perder el turismo que empieza a llegar a nuestro “Pueblo Mágico”!
Le cuento que hace unos días, nos juntamos el Gordo Peláez, Elpidio Vergara, Memo Jara, el Sargento Cabas y yo mero, para disfrutar unos camaroncitos en el “Callejón del Hambre”, para curarnos la cruda del fin de semana.
Y no lo va usté a creer, pero mientras nos refinábamos unos coctelitos, acompañados de sus respectivas cerbatanas, en la mesa vecina se levantaron dos conocidos y reputados huamantlecos que, al irse, comenzaron a despotricar, pa’variar contra el programa de los parquímetros.
Uno de ellos, conocido comerciante, mientras esperaba su cambio, dijo: “¡’Uta, a este ritmo acabaremos por perder el turismo que empieza a llegar a nuestro ‘Pueblo Mágico’!” Y en seguida se fue que bufaba de coraje.
Mis cuates y yo, nos quedamos de a seis por ese comentario de pero pus, ya sabe usté, fue tema de conversación mientras saciábamos nuestra hambre.
– Ya sé a qué se refiere nuestro conocido –exclamó Elpidio Vergara–. Los visitantes se quejan, como me lo han platicado muchos conocidos, especialmente los que vienen a Huamantla los fines de semana, que no hay muchos atractivos qué visitar. Por ejemplo, los domingos no pueden visitar el Museo del Títere, porque los trabajadores gozan de su “semana inglesa”…
– Nel, compadrito –le reviró el Gordo Peláez, mientras daba tremendo bocado a sus camarones–; yo creo que lo que quiso decir aquel señor, es que no existen lugares decentes para comer durante su estancia en estas tierras de Dios. Luego dan las diez de la noche, y lo único que podemos encontrar para comer son los tacos de suaperro, o jotdogs; porque ya no es posible encontrar un restaurante abierto…
– ¡La manga del muerto! –terció el Sargento Cabas, como sintiéndose seguro de tener la razón–; mis contactos en las calles de esta ciudá, me han hecho saber que el enojo de muchos turistas se origina porque las “cuidadoras” de los parquímetros tienen la consigna colocar por lo menos cuatro “arañas” al día; y apenas ven placas de otra entidad, pues luego luego los apañan…
– ¡Váyanse mucho al averno, bola de ignorantes! –interrumpió Memo Jara con aires de grandeza–; lo que pasa es que la gente se queja de que las calles, principalmente las del centro están llenas de basura y de vendedores ambulantes que nomás afean la ciudá; el otro día, un señor de Hidalgo me comentó que si Huamantla no tuviera tantos ambulantes y estuviera más limpia, tendría otro nivel.Yo nomás escuchaba a mis cuates que se peleaban por tener, cada uno, la razón. Pero por primera vez en mucho tiempo, no quise abrir el hocico, porque estaba rumiando lo que decían mis amigos. Hasta que por fin, a coro, todos me pidieron mi opinión.
– Pus yo no sé, pero creo que todo este desmoche es una combinación de cada una de las razones que han dicho, porque todo es cierto, y de alguna manera entre todos tenemos la culpa de que vean a nuestro “Pueblo Mágico” con esos ojos.
-¡Ay!, ¿no ma… menir tu mamá? –me reclamó el Gordo Peláez–. ‘Ora si me saliste más mamón que un bebé de meses. Se me hace que la autoridá “ya te llegó al precio” y ahora me sales con esas vaciladas. Nel, wey; aquí la culpa nomás es de uno…
– ¡Hijo de mi vieja! Eso si no te lo voy a perdonar –le reclamé al Gordo Peláez–. ¡A mí nadie me llega al precio!; pero pus sí hay que ver que todos tenemos un poquito de culpa; unos porque no queremos trabajar en los días de descanso; otros porque no sabemos trabajar hasta ya entrada la noche; otros más porque nos avorazamos y les encajamos el diente a los turistas que traen su dinerito, y otros más porque no organizan un programa de turismo que permita cambiar el rostro de Huamantla en la prestación de servicios al turismo…
– Este wey si que está enfermo o todavía no se le baja la peda –insinuó el Sargento Cabas–. Ya hasta delira con que todos somos culpables de ahuyentar a los turistas; si hasta parece que desconoce que “Tlaxcala es anfitrión por tradición”.
– Sí –me acusó Elpidio Vergara–. Creo que a este pinche Manuel Adame se le cruzaron los cables de la azotea con tanto cruzado que se echó anoche; para mí que ya le hablaron re bonito y por eso dejó de hablar como siempre.
– Pos me vale lo que piensen, bola de necios. Si quieren pensar eso de mí, hagan lo que quieran…Ya tan encabritado como estaba, me levanté y me fui sin pagar mi consumo. Pero mientras me iba pa’l taller pa’ seguir camellándole, seguí con la idea de que para cambiar el rostro del “Pueblo Mágico” es necesario que cada uno hagamos nuestra parte.
Yo por lo pronto, ya pensé en poner un anuncio –en cada entrada a Huamantla– para atender a los turistas a los que se les descomponga su coche… igual y hago mi ronchita…