EL VIENTRE DE LA MALINCHE

13 febrero, 2012

* La montaña muestra diferentes caras…

Por JAVIER CONDE/ CRÓNICA

Mi travesía comienza sobre una montaña, en un inmenso manto color blanco, en medio de un camino pedregoso y una abultada mancha de verdes pinos que gustosos bailaban al ritmo del viento, en esa gélida tarde de invierno.

En uno de tantos caminos, encontré a un buen amigo, en su camioneta Ford modelo 1999, una poderosa 4×4 y comenzó a relatar que en las costillas de La Malinche, a unos 3 mil 900 pies de altura sobre el nivel del mar había un lugar insólito.

Ambos pactamos, en medio de un mágico paisaje, que en el segundo día de mi expedición iríamos a ese lugar, al que llama “La Cañada”, dentro del Parque Nacional y que el ascenso se haría a pie en las primeras horas de ayer domingo. Y así fue.

No obstante, la tarde del sábado pasado, la naturaleza me regalaba un hermosísimo retrato. Observé en el fondo de la montaña -lo que muchos consideran su cráter- una inmensa cortina de nieve, casi color plata.

Los pocos rayos del sol que golpeaban el vientre de La Malinche, engalanaban lo que quedaba de aquel día, mientras que aquellas nubes andarinas se deslizaban por los fríos vientos del oriente. Y qué decir de aquellos halcones que trazaban siluetas en el aire.

Atrás había quedado para mí la desagradable imagen de dos sujetos que ilegalmente destruyeron algunos renuevos cerca de la caseta cuatro de vigilancia.

Ambos recibieron un regaño por parte de los trabajadores de la Coordinación General de Ecología (CGE) y también les decomisaron su carga

También era tiempo pasado la visita al parque sinérgico dentro del volcán, cuyo proyecto trata de reflejar el trabajo que hacen los forestales para protegerlo, para conservarlo. Y vaya ironía, en ese sitio solamente llegan los políticos en el poder para tomarse la foto.

La problemática está latente y dentro de la misma caseta cuatro, hay tres camionetas averiadas, en completo abandono.

Atrás habían quedado sepultadas las dos horas que camine fatigadamente, entre árboles de oyamel y encino, una vez que el pedregoso camino impidió que mi vehículo ascendiera.

Un día después…

Llegué temprano al punto de reunión, el albergue cuatro y junto con un grupo de exploradores encabezados por mi amigo Felipe Palacios Meléndez. Comenzamos la travesía. Fueron cuatro horas de camino.

Una de ellas, circulando solamente en la 4×4, que traía consigo a unas nueve personas en un remolque adaptado.

Posteriormente, cruzamos un largo estrecho de esa inmensa barranca llena de piedras de todos tamaños. Lo más impactante de la escena, es que en medio del barranco había un viejo árbol, sin vida biológica, que orgulloso murió de pie.

En el ascenso encontramos una diversidad enorme de hongos.  Simplemente, la vegetación dentro de la propia montaña obligaba a pensar que ésta tiene diferentes caras.

En este lugar la humedad es abundante. Los rayos solares no penetran y por consiguiente la vegetación es notoria, lo que no ocurre en otros puntos de La Malinche.

El guía nos enseñó a diferenciar cómo son las pisadas de un gato montés y las de un propio perro. Jamás vi a un felino en la inmensidad de la montaña, pero sí sus huellas.

¿Pulque en la montaña?…

Los exploradores, entre ellos, una familia de origen alemán caminamos sin sentirlo.

Observamos cientos de metros que hay de tubería de lo que es el agua rodada de La Malinche y que llega a varios puntos de los municipios de Huamantla e Ixtenco.

Además, en las costillas de la montaña hay algunos árboles derrumbados, por los desgajes que se han registrado en los últimos días por la presencia de nieve y lluvias. Este lugar no ha sido explotado ni turísticamente hablando.

En medio de una vereda, unas cuatro personas venían descendiendo y nos informaron que estábamos a una media hora de la cueva y del vientre de La Malinche.

Le pregunté a uno de ellos que si era pulque lo que llevaban en un envase y me respondió:

“Claro mi carnal, nos trajimos nuestro `Herbalife` pal camino ¿Quieres un vasito?”… Mi respuesta fue que sí, porque el líquido que llevaba era ya escaso derivado del ascenso.

Ya para la despedida quien traía la garrafa me decía: “Carnal, te va a caer rebien nuestra bebida vitamínica, ya sabes, el pulquito es nutritivo y te da fortaleza hasta espiritual”.

Y sí, la fuerza de las piernas ya no era la misma, los músculos de las mismas parecían estallar. El pulque sabor toronja deslizó suevamente por mi estomago.

Un insólito lugar…

Y  Felipe quien se dedica al turismo ecológico a través de Tlaxcala Extremo nos informó que estábamos a unos diez minutos del lugar pactado.

En las paredes de la montaña sólo había restos de nieve pero el gélido frío era abundante. Atravesamos troncos de árboles, un tramo resbaloso de suelo, un tapete inmenso de pequeñas flores y lama.

La vegetación era muy abundante y lo mejor del caso es que la mano del hombre casi no ha destruido nada. Las pulsaciones de mi corazón se habían acelerado porque estábamos a casi 3 mil 900 metros sobre el nivel del mar.

Seguimos nuestra travesía y de pronto Felipe decía: “hemos llegado, esta es la entrada a la cueva”. Y sí, en medio de ramas pudimos acceder a dicho socavón.

Sólo algunos del grupo nos atrevimos a ingresar pues estábamos sabedores de la existencia de murciélagos.

El mismo guía me decía que siguiera mi camino a un costado de la caverna y que me toparía con algo espectacular.

Camine con mi cámara de video quizá unos diez metros y me tope con algo insólito. Lo que vi era un increíble, un verdadero paisaje, un regalo divino de la naturaleza.

Pero insistente regresé a la cueva. Camine unos doce metros hacia adentro y grite: ¿Hay alguien ahí?… rematando con un aullido… ¡Auuuuu!

Cuando de pronto, una parvada de murciélagos inició su aleteó acompañado con su singular chillido, provocando en mi una sensación de miedo y fue entonces cuando inicie la graciosa huida.

Quizá el estigma que se ha generado sobre estos animales me obligó a salir corriendo, Ya en la boca de la cueva una persona comenzó a reír por la cara de pavura con la que aparecí repentinamente.

Les podría decir que los músculos de mi corazón estaban igual de acelerados que cuando iniciamos el ascenso a la montaña o más.

Misión cumplida

La misión periodística se había cumplido. Observe unas rocas gigantes, enormes, imponentes. En medio de ellas corría el agua cristalina, marchaba pausadamente. Por fin conocía el vientre de la montaña La Malinche.

Un suave céfiro se deslizaba en ese lugar y me atreví a ascender diez metros de una escalera que conduce a ese lugar inexplorado por muchos, del que casi nadie sabe.

Comprobé que la montaña no sólo es un atractivo turístico, sino una gran abastecedora de oxigeno y agua para los tlaxcaltecas y que lamentablemente, no hay conciencia para protegerla.

Aún así, el corazón del quinto volcán más grande del país, sigue latiendo y su vientre emanando agua que es vida para la humanidad.

Y vaya que la frase plasmada en un letrero situado en  algún lugar de La Malinche tiene toda la razón: “Aquí ves a la especia más necia y destructora que incluso amenaza aniquilarse así misma”. Reflejando tu imagen en un espejo.

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