16 enero, 2012
* Los caminos abruptos de la democracia.
Por JAVIER CONDE
Primera de dos partes
Decía Jorge Luis Borges que él no hablaba de venganzas ni perdones, que el olvido era la única venganza y el único perdón. Pero Mariano González Zarur, no lo vio así, poéticamente, no tuvo compasión de su adversario político Héctor Ortiz Ortiz, quien permaneció callado, sin poder decir palabra alguna.
En su primera arenga como gobernador del estado, el apizaquense fue demasiado riguroso con Ortiz Ortiz, quien ya se había convertido en un hombre como los demás.
Ya sin el poder, el panista tuvo que apechugar cuantas palabras rigurosas provenían de su rival en la máxima tribuna del estado.
La sesión solemne donde rindió protesta Mariano González, por los próximos seis años estuvo cargada de aristas, de momentos ásperos, de momentos inauditos, de momentos significativos, por ejemplo, desde hace 18 años la familia priísta no asistía a una toma de protesta de un gobernador.
Para el recuerdo quedó ese 1998, cuando Alfonso Sánchez Anaya, otro de los alumnos de Emilio Sánchez Piedras, les arrebató el poder, sí en ese funesto noviembre cuando el exgobernador de Tlaxcala, Tulio Hernández, inmortalizó una frase muy célebre: “Tanta pinche democracia nos partió la madre”.
Y la reyerta de indirectas vendría cuando González Zarur sostuvo: “como no hubo proceso de transición como sucede en toda democracia, instruyo a cada uno de los titulares de las diversas dependencias, para que realicen una minuciosa entrega-recepción apegada a la ley”.
Ese era el momento del deslinde, el momento en que Mariano González marcó su distanciamiento de Héctor Ortiz, pero lo cierto es que la mayoría de esas cuartillas, de esas líneas llevaban el “fuego amigo”.
El mural de gestos
Mientras que en la primera fila de butacas el rostro de los exgobernadores Beatriz Paredes Rangel, Alfonso Sánchez Anaya, Tulio Hernández Gómez, Samuel Quiroz de la Vega y José Antonio Álvarez Lima, era un mural vivo de gestos diversos.
Y cuatro de los gobernantes, aplaudían cada vez que el gobernador lanzó esas palabras con fuego puro, principalmente, cuando habló de que en su gobierno se acabarían los privilegios para la familia en el poder y para los amigos, menos Samuel Quiroz de la Vega, fiel colaborador de Ortiz durante su gestión.
Ya con el bastón de mando, González Zarur, provocó una ovación entre sus seguidores, mientras que el descontento en todos aquellos panistas que se dieron cita para ser testigos de la transmisión del poder, de la sucesión.
Ricardo Sánchez Cervantes, esposo de la otrora candidata panista a la gubernatura, Adriana Dávila, se mantuvo inquieto durante toda la sesión solemne y hasta nostálgico, porque tuvieron la oportunidad de gozar de las mieles que da el poder, ese que sólo se vive desde Palacio de Gobierno.
Y el orticista, el diputado federal y exsecretario de Salud, Julián Velázquez Llorente, permaneció parco en primera fila, justo a dos asientos de Beatriz Paredes.
Su rostro permaneció contraído, impávido, atónito de escuchar al nuevo gobernante, de observar la reacción de Héctor Ortiz, quien no paró de hacer apuntes con su pluma finísima Montblanc. Y qué decir del líder estatal panista, Benjamín Ávila Márquez, decidía abandonar la sala de sesiones.
Fueron 15 minutos largos, muy largos para Ortiz Ortiz, que estuvo más serio que nunca; casi no quiso mirar hacia donde estuvo Mariano González, el hombre nuevo en el poder político y sólo dos ocasiones fijó su mirada donde estuvo sentada, Beatriz Paredes Rangel, su madrina política, su gurú.
Sin embargo, las miradas de lince, las miradas de fuego, provinieron de los hermanos del exgobernante. El rector de la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT) Serafín Ortiz Ortiz, nunca mostró tintes de serenidad, principalmente cuando Mariano se refirió al valor de los estudiantes de esta casa de estudios.
“No es posible utilizar el presupuesto para beneficiar a los familiares, pagar aviadores sin cargo y funciones. Ahora y siempre mi cariño a la valentía de los jóvenes de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, que se esfuerzan por mejorar el futuro de nuestro estado”, sentenció Mariano.
Ese mural de gestos siempre quedará escrito para la historia de Tlaxcala, para quienes fueron espectadores del deslinde, de ese distanciamiento que hacen los políticos para quitarse el fantasma de otro sexenio productivo o no.
Los discípulos de Emilio Sánchez Piedras, fueron fieles testigos del hecho, Beatriz Paredes, Alfonso Sánchez Anaya, Tulio Hernández Gómez, principalmente, atestiguaban la llegada al poder de Mariano González, el último de los alumnos de esa generación.
Ojo por ojo
Y también Mariano González tuvo que soportar el desaire, la descortesía de nueve de diez diputados locales panistas, como hace seis años cuando los priístas hicieron lo propio cuando Héctor Ortiz Ortiz, asumió el poder, en ese acalorado proceso electoral de 2004.
Pero más allá de una grosería al nuevo mandatario era una falta de respeto para quien traía la representación del presidente panista, Felipe Calderón, el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora.
Y por fin terminó el discurso de Mariano, al tiempo que subía cuatro escalones para estar junto a la presidenta de la mesa directiva, Mildred Murbartian y saludaba a un asombrado secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, pero menos le extendía la mano a Ortiz quien prefirió dar la vuelta y sentarse.
Con ello, vendrían los aplausos de los marianistas y con ello marcaban, la culminación de la era del orticismo en el poder y el rescate de lo que los priístas perdieron. Vendría la salutación. Mariano y Héctor, estuvieron frente a frente, pero sin mirarse y todo acabó con un superficial saludo.
Las rechiflas, las porras
Y como es la tradición, el ritual del besamanos, el gobernante priísta salió por el acceso principal de la sala de sesiones, mientras que el exgobernante panista, abandonó el recinto por una puerta lateral y a partir de ese momento era un hombre como los demás, ya sin las salutaciones, ya sin las fanfarrias.
Mientras que en otro extremo de la Cámara de Diputados Local, los excolaboradores de Héctor Ortiz, lanzaron una senda porra, para tratar de justificar su presencia, para contrarrestar aquel trago amargo, para no pasar desapercibidos.
Miguel Ángel Islas Chío fue quien organizó aquel grito que retumbó en el vitral del Congreso del Estado, y lo secundaron Rosalba Ortiz Ortiz, Fabián Pérez Flores, Constantino Quiroz Pérez y otros más fieles acompañantes de Héctor hasta la recta final de su gestión.
Sin embargo, las rechiflas estallaron por parte de los marianistas cuando escucharon aquella memorable porra para el exmandatario estatal, mientras que los elementos del Estado Mayor Presidencial, reforzaron la estrategia de seguridad en caso de una agresión.
Y como en toda democracia, siempre hay claroscuros, Mariano González, caminó en medio de una alfombra de serrín multicolor y Héctor Ortiz, entre los pasillos fríos de la honorable legislatura. No había duda, “Muera el Rey, Viva el Rey”.
A partir de las 10:30 horas, Ortiz era un hombre como los demás, ya sin el poder, mientras que Mariano González concretó aquella promesa que hizo a Emilio Sánchez Piedras, que algún día sería gobernador. Y así, la historia de Tlaxcala, comenzó a redactarlo.
CÓDIGO DE HONOR ENTRE BEATRIZ Y MARIANO
Segunda y última parte
Dieciocho años después, la familia priísta tlaxcalteca, se volvía a reunir para consumar su regreso al poder. Indudablemente tuvo que transitar por aquellos pedregosos caminos de la democracia para volver al trono. Y tuvo que regresar los ojos al origen para aprender de sus yerros, de sus tropiezos.
Y Mariano González Zarur, era desde el 15 de enero, el nuevo gobernador del estado. Quien hasta un día antes daba a conocer parte de su gabinete generaba todas las expectativas de los diversos sectores de la sociedad. Para unos era el regreso a más, de lo mismo y para otros, sólo el pago de facturas.
Y una vez que tomaba el bastón de mando, enfundado en la investidura del poder, González Zarur, salía sonriente, entre alabanzas de las decenas mirones apostados frente al Congreso Local, donde minutos antes asestaba un dardo político a su adversario Héctor Ortiz Ortiz, el otrora gobernante.
Ya sin apretar las manos en la máxima tribuna del estado, ya sin el tono exigente de su discurso, ya sin el éxtasis de la adrenalina, Mariano se trasladaba con su comitiva al Centro de Convenciones de Tlaxcala, donde la crema y nata lo esperaba. Los perfumes y las apariencias eran parte del culto.
En ese salón estaban los dueños del dinero, los senadores, los diputados federales y locales, los de la vieja guardia priísta, los expresidenciables, los altos mandos militares, los exgobernadores, los artistas, los toreros, los ganaderos, los campesinos, los del pueblo. Ah, y la vanidad de las mujeres.
Y cuando Mariano González ingresaba por el pasillo central, aquel sitio sin mucha ventilación era un hervidero de pasiones al más franco estilo priísta. Era la versión retro, los mismos actores pero en diferentes escenarios.
Una y otra vez, las porras; una y otra vez, las alabanzas para quien derrotó al Partido Acción Nacional (PAN). Con la mirada lenta recorría con los ojos, lo que decían las pancartas de apoyo, estrechaba las manos con sus seguidores, era el inicio de su mandato.
Desfile de presidenciables
Y por fin llegaba hasta donde estaba la plana mayor del Revolucionario Institucional, los que toman muchas de las decisiones políticas de este país, como la tlaxcalteca, Beatriz Paredes Rangel, la líder nacional del PRI.
Ambos emotivamente se saludaban. Aquí refrendaban ese pacto para que el último de los descendientes políticos de Emilio Sánchez Piedras, obtuviera lo que algún día quedaba moralmente pactado, la gubernatura de un estado. Un código de honor.
Las manos y un beso en la mejilla, entre Beatriz y Mariano, bastaban para que un batallón de reporteros gráficos tomara la foto, esa imagen de un encuentro anunciado aún cuando haya -entre los dos- diferencias políticas. En ese día soleado, eso era lo de menos. Lo cierto, es que era el desfile de presidenciables.
En ese orden Mariano saludaba a Javier Duarte, Egidio Torre Cantú, Jorge Herrera Caldera, José Calzada Rovirosa, César Horacio Duarte, Mario Marín Torres, Miguel Ángel Osorio Chong, gobernadores de Veracruz, Tamaulipas, Durango y Querétaro, Chihuahua, Puebla e Hidalgo, respectivamente.
Además, de los mandatarios electos de Hidalgo, Puebla y Quintana Roo, Francisco Olvera, Rafael Moreno Valle y Roberto Borge Angulo. Y cuando llegaba con el polémico y criticado exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, éste le decía:
-“¡Mi mariano chinga, se nos hizo ser gobernadores!”…
Y luego vendría el apretón de manos y un abrazo en señal de afecto entre ambos. González Zarur, daba un paso más y saludaba a emotivamente a Francisco Labastida Ochoa y avanzaba en su rictus.
Entre dientes, el mismo Ulises Ruíz, le decía a Francisco: “¡Oye, sí que éste cabrón fue más chingón, tuvo que llegar hasta la segunda vuelta (oportunidad) para obtener el poder y se jodió a los panuchos!”…
Y una larga sonrisa, de mostacho a mostacho por parte de ambos, sellaría aquel comentario. Cuatro sillas más adelante, Tulio Hernández Gómez, le decía al gober “precioso”: ¡No mames güey, me cae en los `huevos` la corbata, pero así es esto de la pinche apariencia!”… Y una carcajada remataba la escena.
En la salutación, el ganadero hacia paréntesis especiales cuando saludó a Enrique Jackson, Manlio Fabio Beltrones, Roberto Madrazo Pintado. Pero el gran ausente, era Enrique Peña Nieto, el gobernador del estado de México, el mejor posicionado de los presidenciables.
Entre el desorden y el ritual
Y como andarán tan sedientos de chamba o poder algunos priístas o no, que estuvieron dispuestos a dejar sus pieles de arrogantes militantes y convertirse en viles escoltas de connotados invitados.
Sí, como el siempre prepotente Fermín Sánchez Varela, quien al más puro estilo golpeador de la época de los setenta, quitaba a todo aquel que se acercara a Emilio Gamboa Patrón. Su cara de furioso, todo cuadrado él, no provocaba miedo sino gracia.
Una muralla de invitados y colados, enmarcaba el momento en que la familia priísta retornaba al poder. Palmas rítmicas, pausadas que no cesaron durante más de una hora, en ese lugar donde la gente más cool, donde los finos perfumes, donde las extravagancias de los acaudalados abundaron.
A las 11:40 minutos, Mariano González subía al pódium, con un set acorde a las circunstancias y desde ahí ya nada envalentonado, ya sin la presencia de Héctor Ortiz decía enfundado en un finísimo traje color azul marino decía sonriente y un tanto irónico:
“Con muchas ganas llego aquí, con ustedes, camine hace unos momentos y subí algunos escalones, aclaro no llegue en helicóptero”.
Y nuevamente estallaban las indirectas contra el exgobernante que solía volar y tripular en un pájaro de acero, modelo 2008, propiedad del gobierno del estado, dicen en compañía de sus amigos, los elegidos.
En 25 minutos, decía los retos de su gobierno, de los cinco puntos básicos a impulsar, de sus amigos, de sus anhelos.
Vendría el momento nostálgico, más allá del discurso político cuando mencionaba a todos aquellos que o ayudaron a llegar a su máximo anhelo, ser gobernador. Ahí, habló de su hija Mariana, de su nieta Mariana y de su amigo, hijo y compañero, de una y mil batallas, Mariano.
Con la voz entrecortada, pero dueño de su seguridad, el gobernador de Tlaxcala, fue emotivo en su discurso y más en el terreno familiar. No obstante, vislumbró lo que hará por Tlaxcala, en seis años, en términos de desarrollo económico, de salud, de educación, de desarrollo social, de justicia, etc.
Pero no cabía duda, que en ese sitio donde el glamur, los relojes caros, carísimos, las marcas de ropa exclusivas, los zapatos y zapatillas, de piel exótica abundaron como abundaron ese día aquellos políticos que cambian de partido como cambiar de piel.
Y cuando bajaba del pódium, Mariano González, el ganadero, el empresario, el exapoderado de toreros famosos, el exalcalde de Apizaco, el exsenador de la República, el exdiputado federal, el exlíder estatal priísta, se enfilaba a gozar del poder, en aquel día en que los priístas volvían a estar juntos pero no revueltos. Esto ocurre cuando la familia se reencuentra.
* Crónicas publicadas los días 16 y 20 de enero de 2011.