09 enero, 2012
Escribe SAMANTHA CONDE HUERTA
Es tiempo de reincorporarse a las labores cotidianas después de unas relajantes vacaciones; y antes de ir al tema, quiero agradecer a quienes hacen posible que este proyecto siga en pie, a quienes leen las columnas y los textos de opinión, quienes comentan a favor o en contra de todo corazón les deseo a todos que el 2012 sea uno de los mejores, un año con cambios, un año inolvidable y no el del fin del mundo.
Las fiestas decembrinas son consideradas por nuestra sociedad como fechas especiales, las cuales nos brindan la oportunidad de pasar más tiempo con la familia, agradecer las bendiciones, perdonar y pedir perdón, queremos olvidar nuestro egoísmo y durante una semana intentamos reconocer lo bueno y lo malo, crear nuevos propósitos, pero, a pesar de nuestra buena voluntad terminamos siendo lo que éramos desde un principio.
Lamentablemente otro punto que nos hace quedar mal como personas, es el aprovechar dichas fiestas (las cuales son de carácter religioso, por lo que deberíamos respetarlas) para hacer “reuniones” desmedidas que terminan en todo menos en lo que debería ser. Pero el punto, no son las fiestas, ni el alcohol o nuestra falta de credibilidad, son: Los ancianos.
Al realizar mi servicio social, tuve la oportunidad de conocer a un grupo de “viejitos” que dejaron grabados en mi corazón gratos recuerdos y en mi razón sabias experiencias. Obviamente, cuando terminé mi servicio dejé de verlos con tanta frecuencia, pero de vez en cuando me tomo un tiempo para ir a saludarlos.
Fue que aproveché estas fechas para estar con ellos, pero mi sorpresa fue grande cuando encontré a varios de ellos con unas miradas tristes, con humores malos y entonces pregunté ¿por qué? La respuesta es más triste, que ver sus ya arrugados semblantes: hay cierta edad en la que como personas (adultas) regresamos a la etapa de cuidados y amor (la vejez), pero esto no sucede así.
La mayoría de los asilos en nuestro país están llenos de personas que fueron consideras un “estorbo” para sus familias, que fueron maltratadas, humilladas y rechazadas por quienes para ellos son o eran lo más importante. Es cuando, en ocasiones como esta, nuestros viejitos se sienten más solos y desprotegidos, a pesar del cariño que instituciones como “El Perpetuo Socorro” les ofrecen.
Esto me hace reflexionar y llego a la conclusión de que estamos perdiendo nuestro principios y nuestra cultura, pues todavía hace diez años, los ancianos eran tratados con respeto, aún se les besaba la mano y se les hablaba de usted, es una pena que eso se esté perdiendo, pues realmente estas personas son sabias y nos permiten crear diez perspectivas diferentes por cada una que nosotros mismos nos planteamos.
No perdamos también a nuestros viejitos, detrás de esos señores rabo verde o de esas señoras tristes, existen personas con corazones enormes y con alma de niño; visitemos a quienes alguien más abandono y nuestra recompensa al ver la cara de estas personas será infinita e inigualable.