31 octubre, 2011
Por EDGAR R. CONDE CARMONA
La sabiduría popular no se equivoca cuando dice: “cada pueblo tiene los representantes que se merece”. En lugar de legislar para evitar la opacidad y la corrupción en todos los niveles de gobierno, nuestros “honorables” diputados se enfrascan en discusiones banales, ridículas.
Ahí está el pasaje, protagonizado por varios legisladores, apenas la semana pasada: Mario Hernández Ramírez (del PRI) que acusa de “traidor” a Justo Lozano Tovar (PAN), porque hizo de Tlaxcala “un negocio familiar”.
El priísta acusa al panista de enriquecimiento en el sexenio anterior con presuntos negocios en los Cecytes, por cuotas sindicales.
En su defensa, el panista pidió a su acusador llegar sobrio y descansado a las sesiones: “A lo mejor viene usted a dormir aquí en los curules, como los diputados federales priístas se echan sus drinks, pero venga usted sobrio, venga usted descansado a la Cámara”
Lo grave de esto es que quienes se ostentan como Diputados, son los primeros en lanzar acusaciones sin pruebas. Y más peligroso es aún manejar información (presuntamente confidencial), para amagar, presionar, chantajear políticamente.
Si existen pruebas, que denuncien ante las instancias judiciales. Si hay acusaciones, que las sustenten. Basta de acciones cobardes que en lugar de solucionar los problemas de la entidad, enrarecen el clima político y preparan el caldo de cultivo para el encono y el fraticidio.
Pero la cereza del pastel fue la “brillante” intervención en tribuna del diputado Bernardino Palacios Montiel: “como diputados se ven como viles lavanderas, pues esa es la percepción que el público y el estado tienen de nosotros”.
No es una percepción, señor diputado Palacios Montiel. Lo dice la conseja popular: “lo que se ve, no se juzga”. Y lo que se ve, con el respeto debido, es ignorancia.
Porque los diputados ignoran, por lo visto, sus funciones y responsabilidades, y lo que establece la propia ley.
Por lo que se ve, los diputados ignoran que, una vez en el cargo, representan los intereses de todo un pueblo; y no solo los colores de sus partidos.
Por cierto, por lo que se ve, los diputados ignoran la Declaración Universal de los Derechos del Hombre: “Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”.
Y en esa condición entran las lavanderas, que no son viles y, además, realizan un trabajo honesto y digno de todo respeto.