21 septiembre, 2011
Por EVA ESPINOSA
Un aporte al Primer Coloquio de Artes y Toreo en Tlaxcala
El pasado martes 13 de septiembre se llevó a cabo el Primer Coloquio de las Artes y el toreo en la ciudad de Tlaxcala, organizado por el Instituto Tlaxcalteca de Desarrollo Taurino, en donde se nos dejó una muestra clara de las ganas de querer trabajar y de fortalecer nuestra fiesta y me quito el sombrero ante estas iniciativas promovidas por el C.P. Luis Mariano Andalco y al mismo tiempo también nos dejó claro la poca cultura y conocimiento que tenemos sobre la Gran Fiesta Taurina y el arte que de esta se desprende.
Acercarse a la fiesta de los toros es en primer lugar, abandonar en parte este mundo. El planeta de los toros es, efectivamente, un espacio especialísimo de la cultura española, universalmente difundido, confundido y mal interpretado hasta la saciedad, de tal modo que para el que la desconoce.
Adentrarse en una plaza de toros, es penetrar en un mundo desconocido y casi incomprensible, donde parece que no ocurre otra cosa que la persecución de un bello animal hasta su muerte.
Ofrecer a cualquier persona mínimamente interesada en la fiesta una visión siquiera somera de lo que es en realidad es una tarea compleja, más aún, quizá, si quien se acerca a los toros lo hace desde otra lengua y otra cultura.
La fiesta de los toros es sencilla y compleja a la vez. Muchos de los que contemplan por primera vez una corrida de toros abandonan a su término la plaza decepcionados, aburridos, incapaces de comprender las reacciones del público habitual de estos festejos.
Muy probablemente esta reacción se debe a los condicionantes a que actualmente está sometida la fiesta de los toros. Por un lado, está la ingénita complejidad de sus leyes y ritos, por otro los sentidos ancestrales de esta fiesta de raíces milenarias, pero también, y a ellos vamos antes de empezar a explicar la fiesta, los prejuicios y tópicos que sobre las corridas de toros se han cernido desde hace un par de siglos.
La primera pregunta a la que debe responderse, mucho antes de explicar qué hacen toro y torero en la arena de la plaza es: ¿qué vienen a ver los aficionados? Una lucha, deporte, arte, cultura, espectáculo, que se yo.
De este modo, ya en la denominación aparece una inexactitud importante. Las fiestas de los toros fueron en un principio exactamente eso, luchas con el toro. Sólo a partir de su celebración en plazas construidas a propósito para celebrar espectáculos taurinos tuvo lugar la evolución que ha dado lo que es hoy la fiesta: un espectáculo en el que la lucha entre hombre y animal subsiste, pero ha quedado relegada ante otros valores.
Hay que tener en cuenta esta evolución si se desea mostrar correctamente el sentido de la fiesta. De otro modo, si nos quedamos en la superficie del enfrentamiento entre hombre y animal difícilmente podremos hacer ver la verdadera riqueza de la fiesta.
En español, usamos la expresión corrida de toros, expresión que contiene aún la idea de enfrentamiento, lucha, y fiesta de los toros. La palabra fiesta recoge mejor lo que realmente contemplamos en la plaza.
Lo que allí sucede podemos describirlo y entenderlo en términos de fiesta, en su sentido antropológico: celebración de la comunidad y al mismo tiempo acto ritual, cargado de significaciones que afectan a la vida de la comunidad que participa en la fiesta.
La celebración es también espectáculo en su sentido más teatral. En la plaza de toros tiene lugar una obra de teatro, con unos protagonistas y un argumento perfectamente definidos. Una obra de teatro en la que se ventilan temas tan hondos y graves como la relación del hombre con los ciclos de la vida y la muerte, o el enfrentamiento eterno entre naturaleza, razón, pasión, etc.
Por la misma naturaleza de la fiesta, es la corrida de toros un espectáculo teatral especial, pues en ella la representación se tiñe de verdad, saltando, de forma fascinadora, poderosa, la barrera de lo que es verdad y mentira.
En los toros sólo es admisible torear con “verdad”, sin fingir, paradójicamente, No es un espectáculo deportivo, y sin embargo, está muy cerca de serlo en la misma idea en que hoy en día pueda considerarse un deporte la caza.
No obstante, es un espectáculo lejos de los deportes competitivos, en los que interesa, por encima de todo, ganar. El toreo está, inevitablemente, más cerca del arte: no importa tanto vencer sobre el toro, sino hacerlo de una determinada forma, de una forma que tenemos que calificar, a falta de otra palabra mejor, artística.
El espectáculo de los toros es, naturalmente, danza, pues la danza es en el fondo el lenguaje del toreo. Lenguaje del cuerpo del torero y el toro, que deben moverse de forma armoniosa, acompasándose el uno y el otro alrededor de la estela efímera de la muleta o el capote que agita el hombre ante la cara del animal.
Y como el toreo es danza, la música es un elemento importante: los pasodobles populares que amenizan la espera antes de la salida del inicio del espectáculo y que adornan las mejores faenas, a veces exigidos a gritos por el público.
A la plaza no se va a contemplar el resultado de un enfrentamiento en los términos de un combate que puede decantarse de un lado o de otro. No es la posible derrota del toro lo que debemos valorar, pues el argumento del espectáculo es el camino recorrido hasta llegar a la muerte del toro, inevitable final.
La vida y la muerte, la razón y la naturaleza, lo masculino y lo femenino son los conceptos básicos que intervienen en la fiesta. Por un lado, el triunfo del torero sobre el toro supone el triunfo de la vida sobre la muerte.
El torero representa la vida y el toro la muerte, pero también la razón y la sinrazón, respectivamente, o la civilización y la naturaleza. En este sentido, la victoria del torero es un recordatorio de cómo el hombre vence a la naturaleza, impone su razón sobre la misma y la domina para ponerla a su servicio, incluso eliminándola.
Pero toro y torero, inician una danza en el ruedo. El torero no somete al animal sin más para preparar su muerte, sino que lo hace mediante una danza que no puede calificarse sino como
En todo caso, en la danza del toro y el torero se da un extraño y fascinante juego de seducción, de sorprendentes resonancias, donde amor y muerte parecen unirse misteriosamente, más todavía si la danza se ejecuta con perfección, con armonía.
Como puede verse, el sentido original de lucha del hombre con el toro debe resituarse en la perspectiva de una lucha simbólica de conceptos, por lo que el simple ejercicio de dominio sobre el toro se trasciende hasta lindar con los terrenos del arte, pues el rito ha traspasado su sentido religioso, social, hasta colocarse en el terreno de la representación, es decir, del arte.
El aficionado acudirá siempre a la plaza para disfrutar de la destreza con la que se lleva a cabo la representación. El final, por conocido, importa menos, importa el cómo se lleva a cabo todo. Quizá por eso no se torea sino que se interpreta el toreo, como si fuera música.
El premio no es la muerte del animal por sí misma, sino que ésta debe ser el lógico colofón a una faena, que así se llama la actuación ante el toro, un colofón que dé sentido a todo lo que se ha hecho antes. Queda además la cuestión de la supuesta crueldad del trato dado al animal.
La fiesta es cruel si se la desprende de su dimensión ritual, en la que el castigo adquiere sentido, si se deja de lado que el animal puede defenderse y que no está permitido que el torero disfrute de ventajas que el animal no pueda contrarrestar, aunque la mayor inteligencia del hombre determine su victoria sobre el toro, y, por lo tanto, la muerte, casi siempre, de éste.
No es menos cruel la muerte dada a los animales destinados al consumo de carne, al contrario: éstos jamás serán tratados al nivel de un animal sagrado como lo es el toro. Por otro lado, ningún aficionado acude a la plaza a disfrutar de un espectáculo de tortura, o ensañamiento con un animal.
El espectador está situado en otro lado, quizá en esa dimensión donde se cruza rito, misterio religioso y arte, por lo que el supuesto sufrimiento del animal queda trascendido. Y decimos sufrimiento porque, sin rechazar la idea de que exista dolor y sangre en la fiesta, hablar del sufrimiento del toro es un abuso del lenguaje, pues atribuye al animal una capacidad y sensibilidad propias de un ser humano.
La fiesta de los toros ha sido una celebración en continua evolución en paralelo con otras.
El carácter ritual y artístico al mismo tiempo de la fiesta de los toros es la razón probable de esta extraña mezcla de rigor y transformación. La fiesta como rito religioso, se resiste al cambio, pues la repetición de los actos rituales forma parte del sentido mismo del rito: volver una y otra vez a instaurar el tiempo y el espacio del rito.
Pero la fiesta, como realización artística que sin duda es, admite la contribución de uno de sus protagonistas, el artista, que con su sensibilidad y su especial inteligencia para esta actividad, aporta, sin salirse de los esquemas del rito, nuevas formas de entenderlo.
Sin duda los TOROS SON LA FIESTA MÁS CULTA.
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