25 julio, 2011
* Queda intacta una pared con tres imágenes religiosas.
* El aire, el sol, quizás los factores de la tragedia.
* Sanctorum, el rostro del dolor.
Por JAVIER CONDE/CRÓNICA
¡Vuelve, vuelve!… Era un insistente clamor que salía desde aquella colina. Era la voz solloza de una mujer sesentona devastada por el dolor que le pedía a su hijo Martín que resucitara. Y en la panorámica sólo había irremediable dolor y un camino sobre montones de escombro. Sello de aquel fatídico día.
En lo alto del cerro “Las Biznagas”, los efectos de la pólvora habían causado sus estragos. Cinco personas habían muerto y tres más habían resultado lesionadas. La explosión fue tal que destruyó todo lo que encontró a su paso: árboles, paredes, techos de lámina de otros talleres y una camioneta gabacha marca Pontiac.
Y como se le quiera llamar, un acto divino o del misterio fue lo este reportero miró, precisamente, en lo que quedó del polvorín 557, ese número que otorga la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para poder operar. Cómo explicar que fue tan bestial el impacto que sólo ahí permanecía intacta una pared.
En ese muro quedaban tres cuadros -incólumes- de imágenes religiosas como la del mismo santo patrono de los pirotécnicos que es San Juan de Dios, la de la Virgen de Guadalupe y la de Jesucristo en la Cruz. Un ramo de rosas artificiales permanecía inclinado sobre una vieja repisa de madera.
En el municipio de Sanctorum sitio de la tragedia, la consternación fue visible como visible fue la movilización de soldados, bomberos, brigadistas, elementos de protección civil, policía estatal y municipal, familiares y amigos de las víctimas, así como de funcionarios del gobierno.
Y allá a lo lejos un pelotón de reporteros, fotógrafos y camarógrafos desesperados por no poder ingresar a la zona de la explosión. Sólo captaban mínimas escenas de la franja del desastre. El acceso, simplemente, restringido.
De incógnito…
Este reportero fue el único periodista que ingresaba de incógnito al lugar de los hechos, a la zona de los polvorines, ya que los propios lugareños siempre que pasa algún accidente prohíben el acceso a representantes de medios de comunicación. Ignorar dicha advertencia puede traer consecuencias fatales, el riesgo de la vida misma.
Se introdujo en la cabina de una camioneta de la Dirección Estatal de Protección Civil; posteriormente, caminó más de un kilómetro hasta llegar a la zona cero, la zona de la tragedia. Este es el relato de una mañana funesta:
Fue tanto el impacto que provocó la explosión que hasta rompió los vidrios de una caseta de cobro de la autopista Arco Norte, ubicada a un kilómetro de distancia de la zona de polvorines y donde lamentablemente una trabajadora resultó con heridas en varias partes del cuerpo.
En una extensión de cincuenta metros a la redonda el movimiento de militares y de policías ministeriales era continuo. En la tierra grisácea emanaba un olor a pólvora asfixiante y el aire nunca dio tregua se la pasó trotando de un lado a otro.
Y los hombres de la pirotecnia ayudaban a los trabajadores del Servicio Médico Forense (Semefo) a encontrar entre un tapete de papel periódico que se esparció por todas partes, los restos de los cuerpos de tres compañeros suyos que prácticamente quedaban desintegrados.
Las heridas, las reminiscencias
Por momentos el silencio era abrumador, pero el llanto lo sosegaba. La esposa de Martín, propietariodel polvorín que estalló, decía agobiada, apesadumbrada:
“¡Mi niño tanto querías a tus hijos!”… Y su madre devastada la proseguía: “¡´Mijo´ vuelve, vuelve te necesitamos!”… Miraba al cielo, inconsolable. Y lo peor es que tres pequeñines quedaban huérfanos.
Mientras que el cuerpo de Martín, yacía sobre el piso, desvanecido, sin vida y con tremendas quemaduras en su cuerpo, algunos militares consternados por el hecho apretaban los labios, movían la cabeza de un lado a otro, escuchando el léxico del dolor y seguían en lo suyo acordonando la zona.
En ese lugar, la escena era sencillamente brutal. En la segunda zona destinada para la elaboración de juegos pirotécnicos y que está autorizada por la Sedena, las paredes estaban desnudas, los muros derruidos y el drama desbordado. El suceso ocurrió a las 11:30 horas, de este sábado.
Aquí las evidencias del impacto eran crecientes, aquí quedaban sepultadas las esperanzas de los familiares como aquel padre alicaído que miraba como el cuerpo de su hijo Benjamín era depositado en un féretro. Un cigarro, sin filtro, se llevaba a la boca no sin antes expresar su infinito sufrimiento.
En aquella colina Martín Carmona, Jovani Pérez, Banjamín Muñoz, Óscar Maravillas y Rubén Juárez, habían muerto lamentablemente. De su taller marcado con el 793 tampoco nada quedó. La explosión se generó al ras del piso y dicha detonación dejó un enorme boquete.
Instrucción superior…
Y por órdenes del gobernador Mariano González instruía para que el Ministerio Público correspondiente agilizara el papeleo y de inmediato se entregaran los restos humanos a sus familiares. Y así fue. Los cuerpos y sus deudos comenzaron a salir en carrozas cerca de las 16:00 horas.
En tanto que los lesionados Nicolás Vázquez, Porfirio Zavala y Luis Alberto Zamudio y la mujer herida por los vidrios -cuyo nombre se desconoce- fueron internados en diversos nosocomios de los municipios de Calpulalpan y de la capital tlaxcalteca.
Y aquí la vida continuaba para los que quedaron. Aquí donde los dueños de otros polvorines le decían a este reportero que es tan peligroso el manejo del material que hasta puede influir las inclemencias del tiempo. El sol, el aire, la lluvia o hasta cortar rápidamente una mecha. Eso puede ser mortal.
Y aquí otra mujer desquiciada por el dolor, por lo que vio quedaba sentada bajo un árbol mirando un féretro de madera entintado donde introducirían minutos después a su hijo. Atrás de ella, sus progenitoras. La solidaridad del pueblo llegaba rápidamente y el desfile de vehículos nunca cesó.
Aquí donde está ella hay cerca un extinguidor que jamás se utilizó; platos con restos de comida; troncos partidos en dos y una bota minera con residuos de pólvora, esa misma que portaba Martín, el joven de 26 años de edad, que jamás volverá.
Parado en medio de esa colina éste reportero dedujo que los muertos dejan de ser parte de una cifra, fueron seres humanos que ya no son. El dolor se siente aunque no sea ajeno.
Un profundo dolor
Y ese mismo dolor se prolongó toda la noche y hasta el otro día en aquel municipio del norte del estado.
En Sanctorum, repicaron las campanas en señal de duelo. Los cánticos religiosos aparecieron al igual que la muerte urdíendo su trama final.
Esos dedos huesudos de “La Catrina” conspiraron en lo más alto de esa colina, donde el aroma a pólvora se quedó bailando con silencio, en ese negro día, negrísimo por cierto.