ENAMORADO

18 julio, 2011

Por TZUYUKI ROMERO

Caminas deprisa. Hace unos cuarenta minutos recibiste la llamada de ella invitándote a venir. Tu respiración es agitada. No sólo por el apuro, sino por la exaltación. Sabes que ella te espera como siempre: dispuesta, excelsa, inquieta.

Bajo el brazo llevas el disco que le regalarás por sus atenciones. Crees que se lo merece. Doblas la esquina, ya es la Calle Allende. Falta poco para llegar a tu destino. No puedes esperar más. Tienes que verla.

Por fin llegas a mitad de la cuadra. Te plantas frente al zaguán blanco y tocas el timbre. Desde arriba ella descuelga el auricular, pregunta si eres tú y  abre la puerta.

Llegas a su apartamento, el 102. Te recibe sin verte y regresa rápidamente a la computadora, cierra un cajón de su escritorio y sigue en lo que estaba haciendo.

Querías un beso de bienvenida pero sabes que ella es así, impredecible. Te sientas en el sofá de la sala y la observas mientras teclea. Tiene puesto un camisón blanco y supones que nada más.

– Enseguida estoy contigo,  te dice sin dejar de ver el monitor.

– Te espero,  respondes y te diriges al modular empotrado en la pared.

Pones el disco que le compraste y notas como ella apenas reacciona. Regresas a tu lugar en el sofá y sigues contemplándola.

– ¿Tienes trabajo?,  preguntas, pues sabes que es una mujer ocupada.

– Sí, me pidieron un reporte y decidí aprovechar el tiempo mientras llegabas pero ya terminé…

– ¿Te gusta la música?

– Sí, ¿es tuyo el disco?

– No, es tuyo.

Ella sonríe levemente mientras observas que presiona las últimas teclas antes de apagar la computadora. Tiene el cabello suelto y la bata entre-abierta y viene hacia ti. Te saluda con un beso y sube el volumen del aparato. Se adelanta con dirección a la recámara y sabes que debes seguirla.

45 minutos antes, ella se levantaba de la cama, se ponía una bata blanca sobre su cuerpo desnudo, prendía un cigarro e iba hacia la computadora mientras un tipo salía del departamento cerrando ruidosamente la puerta después de una larga y cansada sesión a su lado.

En uno de los cajones del escritorio, ella había guardado los billetes que el hombre que acababa de salir le había dejado. Un minuto después, con una de sus delgadas manos con uñas largas y cuidadas, tomaba el teléfono, marcaba tu número y te invitaba a venir.

Hoy cumplían diez semanas de novios y al hablar con ella por teléfono, pensaste que lo recordaría pero no, no había mencionado nada. Sólo que vinieras. Sientes que la amas pero todavía te falta saber mucho de ella…

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