25 julio, 2011
Por TZUYUKI ROMERO
Vete al diablo, dijo Esther mientras salía del cuarto azotando la puerta. “No valen nada”, pensaba mientras tomaba las llaves del coche metidas en el bolso de mano.
En su cabeza circulaba la misma pregunta de siempre ¿cuál era el problema? ¿Por qué nunca funcionaban las cosas cuando de hombres se trataba? La posible respuesta se la daba ella misma: seguramente les daba demasiada importancia.
Inconscientemente les otorgaba un valor exagerado aunque también siempre criticaba a aquellas mujeres que no podían vivir sin un hombre, que según ella, sufrían dependencia. Mujeres tontas, influidas por los cuentos de hadas en los que el final feliz era justamente cuando la muchacha del cuento se quedaba con su príncipe. “Cursilerías”, pensaba.
-¿Un hombre para apaciguar a la bestia? “Imposible, no son nada y sólo sirven para estacionar el carro”.
Se dirigió a su casa desde donde telefoneó a Martha, a la que no veía desde hacía un tiempo. Irían a tomarse un café. Cuando se saludaron acordaron hablar de todo, menos del trabajo y de los hombres, dos temas nada gratos.
Martha no había podido conseguir un buen empleo y Esther no estaba contenta con el suyo. En cuanto a los hombres, las dos tenían un sinfín de malas experiencias. Después de tomarse el café, Martha propuso ir por una copa, Esther estuvo de acuerdo y se dirigieron a un bar.
Pidieron dos coñacs y siguieron platicando. El tiempo se iba rápido cada vez que se veían y no se dieron cuenta en qué momento, pero diversos nombres masculinos empezaron a surgir durante la plática.
Las posibles causas de sus malas suertes con los hombres salieron a flote: Martha mencionó que tal vez era culpa de su desesperación por encontrar alguien que valiera la pena, Esther dijo que tal vez era el carácter difícil que ambas tenían.
“Son estúpidos”, concluyeron las dos ya un poco mareadas. Esther pagó y salieron del lugar.
– ¿Te llevo a tu casa?
– Sí, creo que ya estoy algo cansada.
Esther condujo hasta casa de Martha, que la invitó a pasar una vez que llegaron. Tomaron otra copa y siguieron platicando sus experiencias amorosas. El teléfono de Esther sonó dentro de su bolso y ella contestó.
Al oír la voz que le hablaba su rostro cambió y lucía animado. Después su expresión se endureció.
– Hola, ¿qué paso? ¿Cómo estás? Yo bien, gracias…. No, en casa de Martha…. sí….. A ver, dime…. ah….. ¿el carro?…. Mmmh… No, es que, pues, lo estoy ocupando…. sí…. lo siento, ahora sí no….. ok…. tú también…. bye…..
– ¿Quién era?- preguntó Martha.
– Enrique.
– ¿Sí?, no sabía que seguían viéndose.
– A veces. Me llama, salimos. O me llama y me pide favores, como hoy.
-¿Qué quería?
– El coche. Me dijo que el suyo esta en el taller y necesitaba algo pues tenía un compromiso.
-¡ Qué bien!… Entonces, eso de los favorcitos ¿lo hace continuamente?
– Sí, a veces- respondió Esther algo desanimada. –Sólo para eso se acuerda de mí.
– Cabrones- dijo Martha mientras servía unos tequilas. -¿ Y Gustavo? ¿qué ha sido de él?- Ayer lo mandé al diablo.
-Pensé que las cosas iban bien.
– Nada bien. Nunca quiso formalizar la relación y además, es un bodrio, no puede pronunciar una sola oración interesante y siempre que nos veíamos, quería sexo.
– ¿Muy caliente el tipo?
– Sí, ya me tenía harta. Aunque bueno, el sexo con él era…. rico. ¿Y tú qué tal?
– Amiga, llevo un año y meses sin acostarme con nadie… y pues ya ves…. desde que se acabó lo de Osvaldo no he andado con nadie…
– Vaya, vamos de mal en peor. Sírveme otro tequilita.
La estancia en casa de Martha se prolongó mientras el tequila se iba acabando. A la mañana siguiente, Esther se levantó sobresaltada, era tarde y tenía que ir al trabajo. Se vistió apresuradamente, tomó su bolso y salió de la habitación, dejando a su amiga durmiendo plácidamente en la cama.