13 junio, 2011
Por TZUYUKI ROMERO
Conocí a Bruno en un antro. Es flaco, larguirucho, tiene el cabello ondulado y castaño. Esa noche acompañaba a una amiga que a su vez llevaba otra amiga. Él era la “cita” de esa chica. Cuando llegó a alcanzarla al lugar, se presentó y en toda la noche no dejó de verme: cuando prendía un cigarro o daba un sorbo a mi bebida, también mientras bailaba, él se quedaba abstraído con el rojo encendido de mi boca, las poses de mis manos y, por supuesto, con mi escote.
Al salir del lugar me hice la interesante y fingí que había tomado más de la cuenta. Entonces me pidió las llaves del auto y amablemente nos llevó a mi amiga, la otra chica y a mí a nuestras casas. Primero dejó a las otras. Lo vi despedirse con un beso tenue de la amiga de mi amiga.
Pensé que intentaría tocarme cuando estacionó el auto afuera de mi casa pero simplemente bajó, me abrió la puerta y me dijo que estaba sana y salva. Pero, como era natural, antes de que yo cerrara la puerta, me pidió el número de mi celular.
Así acordamos esta cita. Le invité un café, pero terminó por ganarme el deseo de un vino. Nos tomamos dos botellas en un lugar cerca de La Paz y lo invité a continuar la velada en mi casa, ahora tenía antojo de probarlo a él.
Es perfecto para mis intenciones: aparentemente tiene unos cinco años menos que yo, es poseedor de unos ojos un tanto ingenuos y de un adorable cinismo disimulado. Las ganas de aprender le salen por los poros.
Llegamos a la casa antes de las once. En cuanto Aníbal, mi rottwailer, me vio empezó a inquietarse, dar saltos y algunos ladridos, pero al notar la presencia de mi invitado, echó las orejas para atrás y se puso a la defensiva. Antes de que empezara a gruñir, decidí meterlo a la zotehuela.
Bruno y yo bebimos otra botella en la sala. Puse un disco de Philip Glass y acaricié la espalda de mi invitado como no queriendo, casi por accidente. Bruno empezó a sentir calor y desabotonó un par de botones de su camisa. Le di más de beber, pero puse gotas para dormir en la última copa.
Antes de que sucumbiera lo conduje a mi cama. Lo desnudé. Perfecto para el ritual. Joven, delgado, con la sangre a la temperatura adecuada. Lo até de las muñecas a la cabecera metálica de la cama. Fui por un cuchillo. Prendí unas velas, eran cuarto para las doce, tenía el tiempo justo para hacerle una ligera cortada y untarme su sangre sobre el sexo. Los libros indican que eso da lozanía y atractivo, lo he hecho sólo un par de veces y he de decir que funciona bien.
Cuando volví de la cocina Aníbal empezó a arañar la puerta. Perro consentido, pensé. Le hice shhh y empecé el ritual. Di tres vueltas alrededor de la cama tres veces y pronuncié los versos al revés.
Me parecía que Bruno era un cordero sobre un prado verde con las patas amarradas esperando rodearse por una dulce mancha de sangre. Me incliné, lamí su ombligo y fui subiendo en línea recta hasta su cuello donde realizaría la incisión. Pero Aníbal empezó a ladrar. Fui al refrigerador y por la ventana de la cocina le lancé un trozo crudo de bistec.
Al regresar con mi fácil víctima, Aníbal se propuso aullar. Miré el reloj. Sólo me quedaban siete minutos para llevar a cabo el sacrificio, si no, tendría que esperar a la siguiente luna llena. Sin embargo, recordé que Aníbal tenía que salir a orinar desde las diez. Por eso molestaba tanto. Para callar su escándalo fui por la correa, se la puse y lo conduje al parque hundido.
Al soltarlo en el parque para que hiciera de las suyas, Aníbal sólo se puso a brincar y jalarme la falda. Perro caprichoso, le dije y le coloqué de nuevo la correa.
Cuando volví a casa eran las doce cinco. Fui corriendo a mi habitación. Las velas seguían prendidas, pero las cuerdas con que até a Bruno estaban puestas sobre la cama y mi hermoso cordero no estaba. Sobre el buró encontré una nota: “Francesca, agradezco la velada, espero repetirla en otra ocasión, estuviste fabulosa. Besos. Bruno.”
“Fabulosa”. Qué estúpido. Creyó que me lo tiré. Es lo malo de tomar con niños, me dije. Guardé el cuchillo, me senté en el sofá a seguir escuchando a Glass y marqué en la agenda el día exacto de la próxima luna llena.