AHOGADO EL NIÑO, TAPEN EL POZO

06 junio, 2011

*Es una prioridad atender el fenómeno del Bullying

Verdaderamente vergonzoso resulta que debido a la falta de atención oportuna a situaciones de violencia en las escuelas en Tlaxcala, un menor de nueve años de edad se quitara la vida y se convirtiera, “oficialmente” en la primera víctima del bullying en la entidad.

De acuerdo con las versiones dadas a conocer por familiares del menor, “desde hace tiempo era víctima de violencia física, verbal y psicológica, situación que lo orilló a quitarse la vida en su propio domicilio”.

Si bien es cierto que los hechos ocurrieron en casa del menor y no en la escuela, vale la pena motivar una reflexión hacia la sociedad. En primer lugar porque al registrarse un hecho lamentable como el deceso de un alumno de tercer grado de primaria, existen serias dudas sobre la falta de atención que sus propios padres prodigarían al menor, pues de haber mantenido una estrecha comunicación, el niño les habría contado sobre la situación que atravesaba.

Por otro lado, las propias autoridades de la escuela acusan omisiones de lesa humanidad, pues a pesar de que el menor era víctima de tres tipos de violencia, ni los directivos ni lo maestros tuvieron el tino de identificar el problema que se cernía en la mente del estudiante y mucho menos de reaccionar y atender el problema.

La Secretaría de Educación Pública también tiene su parte de responsabilidad en este problema, pues hasta el momento no ha habido acciones específicas y dirigidas a enfrentar este problema; a lo más, se han dirigido a brindar escasa información que no aterriza a todos los actores del proceso de enseñanza–aprendizaje.

Adicionalmente, la sociedad en su conjunto, se ha visto rebasada por un fenómeno social que en los últimos años ha tenido un crecimiento exponencial; baste sumergirse por unos minutos en alguna de las páginas de redes sociales, para corroborar que hoy, los alumnos de escuelas primarias, secundarias, bachilleratos e incluso universidad, realizan acciones de agresión contra un determinado grupo de alumnos, y que, además guardan las evidencias y las hacen públicas.

Por si fuera poco, la responsabilidad de los integrantes de la LX Legislatura también existe. Especialmente porque no hay en la entidad una ley ni un reglamento que prevenga, trate y sancione este tipo de prácticas; es cierto que estamos en el primer periodo de sesiones, pero eso no es impedimento para actuar de inmediato y presentar, en el corto plazo, un proyecto que regule prácticas nocivas como el bullying.

Y no hemos hecho un solo movimiento para generar un cambio de conciencia, primero en nosotros y luego en los alumnos que, tras el disfraz de juegos inocentes, empiezan a minar la mente de quienes son objetos de burlas, golpes, amenazas o expresiones ofensivas.

Jaime Homar, en su novela “Paloma” (Editorial Alfaguara, México, 2010) recrea el tema de  una manera concreta, como reza la introducción de esta novela: “Tiene un mundo interior que la hace diferente. Le gusta estudiar, es tímida, sensible y no se preocupa demasiado por la ropa que lleva. En la clase, Lobo y sus amigos piensan que debe pagar por ser distinta. Por eso, la joven comienza a recibir llamadas telefónicas…”.

Con un realismo brutal, el autor desvela la manera en que poco a poco, quienes cometen bullying socavan cualquier voluntad o minan el espíritu de los afectados, y es un agresión que no se comete en la escuela.

Entonces es urgente que las autoridades, los padres de familia y la sociedad en general, adoptemos medidas urgentes y eficaces para frenar los efectos futuros de esta práctica, especialmente cuando uno de cada seis jóvenes, víctimas de este fenómeno terminan con su vida a través del suicidio. Se sabe que menos del 10% de los jóvenes que cursan la educación primaria, y poco más del 5% de los estudiantes de primaria, ejercen este tipo de de violencia.

No podemos, no debemos aceptar justificaciones como “este tipo de prácticas siempre ha existido, pero no con tintes tan violentos como ahora”. La violencia y sus efectos no tienen caducidad, siempre y cuando sean tratados de manera oportuna.

Entonces no nos lamentemos si se repite un resultado como este. Porque entonces, será dolo y habrá que buscar culpables que paguen por una muerte inocente.

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