09 mayo, 2011
*Un asesino confeso y solitario narra lo que es vivir en la cárcel
Segunda y última parte
REPORTE ESPECIAL: SEGUNDA Y ÙLTIMA PARTE
Por JAVIER CONDE
Anonadada la monotonía, en esa jaula que no deja ver más allá del horizonte, donde las culpas saltan como sapos, Juan N. purga una condena de 25 años por haber matado. Se declara, confeso. Ese hombre de mirada de trueno, confiesa -en ese espacio asfixiante- que nuevamente jalaría el gatillo por defender su honor.
En todo momento, se niega a hablar con este reportero del motivo por el cual mató a su rival. No desea recodar la escena del crimen. Sólo deduce que era la vida de su víctima o la de él.
Afirma que su caso, es un caso juzgado y que en la sentencia está el grado de culpabilidad. Y en sus entrañas carga esa cruz como símbolo del pecado. La vigilancia era perruna menos donde este cronista estaba con este recluso.
El hombre bajo de estatura, de vientre abultado, con tatuajes en ambos brazos, señala que siempre carga el terror del sufrimiento y más cuando golpean las dudas, de aquel pasado y de su dudoso presente.
La plática se desarrolla en el área de dormitorios, cerca de esa escalera que conduce al segundo piso, donde las carcajadas de los demás internos eran abrumadoras, donde las palabras eran poco ortodoxas, donde rondaban los violadores, los secuestradores, los ladrones, los asesinos como Juan N.
En once años ha visto de todo. Quienes venden droga, quienes son los líderes, quien gozan de privilegios, quienes entran, quienes se van. Y después de todo dice que lo mejor es hacerte “wey”. “Neta brother –le dice a este periodista- yo no veo, yo no escucho nada y sigo mi camino”.
En ese caluroso día de jueves Santo, día en que este periodista se introdujo de incógnito a otros lugares del penal, Juan N. mostró en un inicio cierta desconfianza, no dejó tomarse fotos de aquel teléfono celular que grabó el desarrollo de la entrevista.
Mientras que a unos pasos estaba un hombre moreno que prendía un cigarro y fumaba. Parecía un toro que bufaba. Su cuello inmóvil. No dejaba de mirar hacia el patio central donde se desarrollaba la representación de la Pasión de Cristo. Ese sujeto estaba a acusado de robar. No una sino en varias ocasiones.
A unos pasos estaba “El Cholo” y “El Güero” ambos acusados de intento de homicidio. El chavo pelón, de camisa y pantalones demasiado aguados decía que su expediente no había sido revisado en dos meses.
Por lo que el otro jovenzuelo de piel blanca ojos azules, camiseta café, con bermuda y sandalias le respondía: “tu aguanta vara, no te desesperes yo ya llevo más tiempo así y no hay pedo tu aguanta como machín”.
Ambos terminaban por comentar las recientes reformas que se habían llevado en materia de justicia en el ámbito federal. Y comenzaban a desmenuzar lo poco que sabían de estos ajustes a la ley y que habían escuchado a través de la radio.
Pasaron cinco minutos. Y “El Cholo” le decía a su compañero de prisión que si no tenía música que le pasará y le respondía “a huevo, tengo mi Ipod bien chido y con rolas bien perronas”. Ambos, caminaban y se perdían en otra área del penal.
“Cuando uno carga su cruz”…
Jesús N. prosigue con la conversación. Su figura no denota temor. Es un hombre de aspecto rudo. En su relato señala que cuando mató no sintió ni siente remordimiento, pero que es un asunto que te marca para toda la vida. Lo más fuerte es “cuando uno carga su cruz. Lo mismo ocurre con tu familia”.
Señala que aún cuando sus compañeros representan la escena del Viacrucis, no dejan de llevar en sus espaldas el grado del pecado. “Eso sí sirve como una fuga para liberarte de tus penas, sólo es eso, pero luego vuelves a la mendiga realidad, estar en tu celda”.
A pregunta expresa rememora que la primera noche que estuvo en prisión “pensé que no amanecería por tantas cosas que se dicen allá afuera y acá adentro, pero pues cada mañana salgo a correr, a hacer ejercicio, leo de vez en cuando un libro, pero aquí hay que estar siempre bien trucha por las dudas”.
-¿Aquí existen las zonas de aislamiento, de castigo?- se le pregunta.
-“Sí, son las mismísimas sucursales del diablo, ahí te vuelves loco”, responde.
¿Y cómo poder sobrevivir entre las rejas?
-“La receta más importante es que eches tu mente a volar, eso hará que no mueras en vida”.
-¿Volverías a matar?
– “Primero mi vida, siempre hay que intentar salvar el pellejo”.
-¿Sientes temor de los demás reclusos?
“Mira, cuando tu ingresas hay varios internos que te dicen pendejada y media, tú debes seguir tu camino y jamás voltear… aquí todavía hay camaradería no como en otros lugares del país, donde la ley la hace el más fuerte”.
Entre los dos extremos. La vida y la muerte, ese hombre pide cambiar su identidad para evitar represalias en su contra, por parte de las autoridades penitenciarias. “Aquí, no debes hablar de más, sino eres ingresado a esa isla, donde todo está oscuro y de verdad, es como si fuera la mismísima antesala del infierno”.