ENTRE LA GLORIA Y EL INFIERNO

30 mayo, 2011

REPORTE ESPECIAL

* Los indocumentados saben que en este viaje quizá no haya regreso

Por JAVIER CONDE

Ahora, no sólo huyen de su miseria, sino hasta de los “Zetas”. Y prácticamente, esa tribu de indocumentados trepada en el lomo del tren que circula por territorio tlaxcalteca, escapa de la antesala del infierno.

De los que van con rumbo a Arizona enfrentarán tres pesadillas: Escalar el muro; cruzar el manto de fuego, que es la inmensidad del desierto y toparse con la ley SB1070.

Sí esa la que consideran los expertos, las autoridades, los humanistas, los migrantes y hasta el propio Barack Obama como “equivocada” e “irresponsable” porque es violatoria de los derechos humanos.

Ya en Apizaco, los nómadas toman sus mochilas, saltan de esa bestia que bufa sobre los rieles y comienzan a dibujar trazos en el aire. Para su buena fortuna esa tropa corre con suerte.

El aterrizaje es limpio en ese tramo, en esa cordillera de acero donde el drama y el peligro siempre muestran su mala cara.

En cuanto se reagrupan y comprueban que están 23, uno que otro de ellos se esparce a la orilla de la vía del ferrocarril y como una presa escapando de su captor mira para todos lados asustado.

En un receso, los guatemaltecos, los salvadoreños y hondureños deciden que esperarán unas horas más para corroborar si Walter y Chapín, dos chavalos de 17 y 20 años que fueron secuestrados, por un comando armado en Medias Aguas, Veracruz, están libres, con vida. La noticia debe correr.

Y Arturo, un ilegal cansado queda sentado sobre un riel, prácticamente atrapado en medio de la melancolía, de la nostalgia del camino. Hace un recuento de lo que han dejado los vientos del sur.

Y vaya que la canción de Serrat -Sí la muerte pisa mi huerto- encaja en esta fábula. Sobre todo la segunda y tercera estrofa que a la letra cita: “Sí muero quien lo voceará en mi pueblo, quien pondrá un lazo negro en el entre abierto portal, quien será ese buen amigo que morirá conmigo… quien cuidará a mi perro, quien pagará mi entierro y una cruz de metal”.

En la vía del tren, los zapatos desgatados de tanto trajín, las manos agrietadas, los labios secos añorando aniquilar  la sed, se comienza a redactar una historia más, una de tantas.

Por ese bulevar ferroviario han quedado los sueños casi rotos de ese grupo de nómadas que días antes habían pactado no disgregarse hasta que estuvieran en puntos clave. Unos en Tijuana, Reynosa y otros más en Ciudad Juárez, justo en la línea fronteriza en su cita con el destino: The American Dream.

Son las 10 de la mañana, el tiempo sigue su curso y el rostro de los indocumentados tiene ya claros destellos de inevitable fragilidad.

En franca charla con este periodista, algunos caminantes de ese y mil rumbos más, no paran de contar que en un poblado de Veracruz, fueron sorprendidos por los llamados “zetitas” -brazo operativo de los Zetas-. Ese sería su primer tormento.

Las versiones…

Roberto, Arturo, Ángel, Stefany y Alex cuentan que ahora ya no sólo se esconden de la “migra”, de los “maras” o de policías, sino de las redes que han creado grupos de criminales en Chiapas, Tabasco, Veracruz, Puebla y Estado de México, para privarlos de su libertad a cambio de dólares.

Así como suena, la nueva modalidad es que sus propios paisanos  vinculados con la mafia mexicana los investigan para exigir el rescate a familiares que viven en Estados Unidos. La liberación tiene un precio, pagar o morir.

En el diálogo José Luis, de origen guatemalteco explica que en plena alborada arribaron a la vía hombres con pistola en mano.

“Nosotros vimos que se armó un pleito no más y no vimos casi nada porque veníamos en los últimos vagones pero si se llevaron a otros seis entre ellos a nuestros dos ´compas´”. Todo fue muy rápido.

Y la única salida fue correr sobre los campos de cultivo y esconderse de los sujetos que no tienen compasión de nadie, ni siquiera de ellos mismos. Y no quedó de otra más que treparse al tren horas después cuya máquina la 9641 bramó sin cesar anunciando su llegada hasta la ciudad rielera, Apizaco, Tlaxcala, todos agazapados.

Sin embargo, ellos han adoptado tras dicho sobresalto, no dejar ni un sólo momento a las tres mujeres de la caravana, establecer guardias como gendarmes -con piedras y palos- para que la mayoría de ellos pueda descansar.

Y cuando van en movimiento en el techo de esa bestia quizá sea el momento más seguro para viajar aunque para ello tengan que soportar lo helado del frío y los golpes del astro rey. Y por supuesto, hasta esbozar quimeras y contemplar pecho arriba un manto de estrellas.

¡Lo mataron!…

Con el fantasma del miedo que aún ronda por cualquier lugar de sus resquicios el mismo José Luis dice:

“Le soy franco hace más de un año recibí 22  ´tablazos´ por parte de los zetas, me secuestraron también en Medias Aguas, quien sabe dónde nos fueron a meter, íbamos como 22 personas y mataron a uno de mis compañeros en frente de nosotros… nos dejaron vivos porque no traíamos dinero”.

-¿Te liberaron en seguida?- se le cuestionó.

– “Pues yo no tenía dinero, no tengo familia, no tengo nada y pues nos tuvieron como 23 días secuestrados y ya después de ´paliado´ me ayudó una señora, pero antes me torturaron”.  Inevitablemente, aparecieron las lágrimas como divisa del recuerdo, símbolo de luto.

Y esas palabras evocan lo que el periodista mexicano, Julio Scherer García, describe en su libro Secuestrados cuando él precisamente fue detenido en el pueblo fronterizo de San Cristóbal, el 20 de julio de 1980.

Este personaje fue arrestado por agentes militares por traer propaganda subversiva de El Salvador, cuando la guerrilla sentó sus reales en esa parte del continente y que fue recabada por él precisamente para un reportaje de la revista Proceso:

“Quise ordenar las ideas. Inútil. Quise apelar a mi fortaleza. Inútil. Quise indignarme, tramar algo. Inútil. Quise empequeñecerme, yo qué importaba, después de todo. Inútil. Quise relacionarme con los seres amados, hablarles. Inútil. En el fondo de la cueva nada sería posible a partir de mi mismo. Comprendí -¿sentí?- el significado del cautiverio”.

La ley SB1070…

Arturo, el único de los 23 centroamericanos que va a Arizona, no sabe nada de la ley Arizona o SB1070, que fue promulgada hace un año por la gobernadora, Jan Brewer, la cual obliga a los agentes policiales locales a hacer cumplir según las leyes de inmigración federales.

-¿Sabes lo que es la Ley Arizona o SB1070?- se le pregunta al mojado.

– “No pues”, responde con el acento característico de su país.

– ¿Estás dispuesto a cruzar el desierto de allá?

– “Sí, lo cruzaré por segunda vez”.

– ¿Y por qué vas para allá?

– “Porque tengo familiares”.

– ¿No tienes miedo a que te atrape la migra?

– “Pues sí, pero ya he recorrido mucho para llegar hasta allá”.

– ¿Decidido?

– “Estoy en este camino, no hay más…correré el riesgo”.

Lo que sí es un hecho que Arturo con un semblante que denota seguridad y fe está sabedor que enfrentará a la patrulla fronteriza, a “polleros” o  bien a “traficantes”, pero algo de lo más crítico será sentir el insoportable calor, esa temperatura que en los primeros meses del año llega a alcanzar hasta los 100 grados Fahrenheit. Ese es el otro infierno.

Y como dice la canción de los Tigres del Norte “Tres veces mojados” son tres fronteras las que tienen que cruzar, la de Guatemala, la de México y la de Estados Unidos. Para recorrerlas hay que tener valor porque se corre el riesgo de quedarse en el camino.

En busca de Ángel

Así pues, otro indocumentado de nombre Ángel termina por confesar que fue deportado en el año pasado, él estaba en los Ángeles, que fue inevitable explicar que allá en USA tuvo un hijo que lleva su mismo nombre y que está dispuesto a desafiar su destino, a la vida y a la muerte para lograr un reencuentro.

-¿Ya es peligroso cruzar México para ustedes?

– “Sí men la verdad que sí porque desde Tapachula, Chiapas andan ´maras salvatruchas´ viendo a quien joden… luego pues en cada estado uno corre peligro salvo Tlaxcala que aún sigue siendo pacífico para nosotros, la gente nos ayuda, nos da monedas o de comer”.

– ¿Tú ya tienes experiencia en ir para el norte del país?

-“ Sí a mi me acaban de deportar de Torreón, Coahuila, es la novena vez que en diez años me regresan”, dice.

– ¿Aquí no corren peligro?

-“No aquí es todavía pacífico, aquí no se ha dado hasta donde sé un secuestro o levantón… el problema es allá en lechería (Estado de México) ya se está empezando a dar, lo que es en la salida de Cuautitlán donde hay un basurero… ahí es donde se detiene siempre el tren para esperar que venga el otro”.

– ¿Y polleros te han propuesto pasar?

– “Si pero cobran cinco mil dólares y es imposible de pagar, con eso pondría un negocio en mi país”.

Pasado, presente y futuro

Han transcurrido quizás 30 minutos del diálogo, a quien apodan “Mu Do Kwan”  no para de pedir monedas a los transeúntes de la colonia Ferrocarrilera.

Ángel, el encapuchado, no hace más de revisar una y otra vez su mochila para ver la foto de su retoño y termina barriendo una banqueta a cambio de 10 pesos.

Y qué decir de “El Rasta”, el larguchón presume que es bien “brincado” (peleonero)  y sí se nota que es bien banda, porque en la frente tiene las cicatrices de las refriegas, pero en todo momento niega -a este reportero- ser de la MS 13, del barrio 18 de allá de El Salvador. Y es firme: “Yo voy a triunfar”.

Mientras que Stefany, la más aguerrida de las tres mujeres que van en el grupo comenta qué ha sido su calvario y su mirada, lo dice todo.

Los destellos de la dureza son imposibles de ocultar, aunque por momentos la atrapa la añoranza, los recuerdos de su natal Honduras, pero ella no deja de soñar en Wall Street, en la estrecha calle neoyorquina,  bajo el cielo de Manhattan, aunque para ello tenga que arriesgar la existencia.

Sobre los durmientes donde casi agoniza la charla y aparecen los rayos del sol que golpean tozudamente la cara, aparecen los destellos de su fragilidad.

Y por fin surge la última pregunta acerca de los tatuajes que esconden algunos de ellos entre su ropaje y José Luis, el líder esa tribu de nómadas  indómitos, responde filosóficamente:

“Dicen que todos los ilegales tenemos tatuajes, grabados que ya muchos no quisiéramos tener en la piel, pero sabe hay unos que se llevan en el alma y que son imposibles de borrar”.  Ahí, se corta el diálogo.

Los valedores terminamos por estrecharnos las manos unos con otros. Y pronto ellos se pierden en la ciudad de los trenes caminando en medio del fanstasma del miedo, de la gloria y del infierno.

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