25 abril, 2011
CRÓNICA/PRIMERA PARTE
Por JAVIER CONDE
Aquí todo es soez: el lenguaje, la rutina, las grisáceas paredes, los rostros de furia y otros arrepentimiento, la locura que ronda, el futuro que depende de una interrogación dramática, el encierro, la vida misma. Aquí todos son candidatos al infierno.
En el reclusorio de Tlaxcala priva al menos un rasgo de humanidad entre aquellos que purgan una condena, entre aquellos que se dicen presuntos inocentes y que claman su libertad, entre aquellos que aseguran creer en Dios y que llevan en sus entrañas la sombra del pecado.
En esta jaula de frías paredes, donde cada reja y portón de acero que se abre y se cierra repetidamente taladran el cerebro, parece que el tiempo ha frenado su marcha. Aquí golpean las dudas, aquí golpean los temores.
Y aquellos que han participado en la representación del viacrucis en este jueves santo, aquellos sesenta actores, aquellos sesenta que delinquieron quieren ingresar al mundo de los arrepentidos. Buscan fugarse de sus pecados. En el telón había secuestradores, violadores, defraudadores, ladrones, asesinos, de todo.
En este lugar donde habitan más de 450 internos, hay un mar de historias, todas distintas, todas llenas de dramatismo. Unas de horror, otras llenas de misterio. Quienes han asesinado no desean más recodar la escena del crimen y aquellos que han robado dicen descarados que lo volverían a hacer.
Las cámaras de videos que siguen a los reos, los custodios, las miradas de trueno, la soledad, la visita familiar, el arrepentimiento, los cuadros con imágenes religiosas y otros con personajes sacados de la televisión, las extremas medidas de seguridad son parte de ese retrato, de ese aislamiento.
Aquellos que habitan entre esos muros negruzcos que cancelan el exterior, les pesa el encierro, se mueven de un lado a otro, fuman cigarros como chacuacos, tienen la respiración agitada, hablan sin cesar, planean su fuga aunque sea espiritual. Cada uno carga su cruz.
Y si la cárcel es una sucursal del infierno, todavía hay quienes creen en el eterno, en su religión y los manifiestan de diferentes maneras. Unos tatuajes de Jesucristo, de la Virgen de Guadalupe, de la Santa Muerte incrustados en sus brazos, en sus espaldas, en sus dedos, en sus pectorales.
Para unos reclusos su caso, es caso cerrado y para otros, su expediente está abierto, pero lo principal es que todos habitan en esas frías paredes donde vagamente pueden ver al exterior, donde la emancipación no existe.
La otra línea…
El decano de los periodistas en México, Julio Scherer García, tiene toda la razón cuando dice que el periodismo, es una lúcida mente sin reposo, creador sin obra final, que se instalada donde no todos son convocados. Cronista por excelencia, narrador sin par.
El mismo escritor arguye que el periodismo se parece poco a la humedad y al viento, que hace puertas de los intersticios y se filtra por inverosímiles espacios y que ha de escuchar las conversaciones tenidas por secretas.
Señala que en la sublime locura de hacer todos los días algo distinto hay peligros. Esto hace que la prensa y el reportero, se miren el uno al otro, se cuenten lo que han hecho. Deduce que el periodista no tiene horas vacías en su existencia.
Y vaya tiene razón. Es el momento de atreverse a hacer algo distinto. El reloj marcó 11:55 minutos y se registró el ingreso de reporteros que cubrirían la representación del viacrucis, ya una tradición en el aquel Cereso capitalino.
Se abrieron siete puertas y cuatro rejas antes de ingresaron al patio central donde los personajes principales Jesús y sus apóstoles predicaban el evangelio. Los ahí presentes siempre expectantes en la obra teatral.
La escena bíblica seguía su desarrollo y éste reportero sigiloso comenzaba a caminar entre los romanos reclusos y entre mujeres niños visitantes. Llegaba hasta otra área del penal.
El mural de las expresiones…
De frente encontraba una vieja ventana color blanco con escasos vidrios, atrás de ella una clara manifestación de expresiones. Miradas quebrantadas, acuosas, fijas, atónitas, de unos diez internos que observaban hacia esa cruz de madera.
Todos permanecían callados, mudos, taciturnos frente a ese retrato donde los azotes, la mortificación, el agobio, las lágrimas, una corona de espinas, la penitencia, los rayos del sol avasalladores marcaron el ritual de aquella tarde.
Y adentro de ese cuarto grisáceo sólo se escuchaban carcajadas de lo que preferían vivir de otro modo el jueves santo. A todos ellos, se les permitía la salida hacia una miscelánea del patio central.
De ahí, salían gritos burdos como el “Tony” que exclamaba, una y otra vez: “Yo soy bien machín”… Lo secundaron risas cómplices. De las escaleras del segundo edificio bajaba un cholo que le decía su colega: “¡qué asunto ese!”…
Y Gerardo N. le decía a este reportero que aquí cada segundo quema. Y remata: ” si te dicen que eres un violador corres el riesgo de que te hagan lo mismo que hiciste… créeme reportero, lo mejor es hacerse `wey`… pero neta de noche todo puede suceder”…
Luego vendrían las amargas confensiones…