25 abril, 2011
*”Si hubiera aceptado terminarían por ejecutarme”
* Esta es la ruta de la muerte, señala
Por JAVIER CONDE
El hombre del tatuaje profundo que casi llega hasta el hueso del brazo derecho, dice aún confundido: “Los zetas nos propusieron a mi amigo y a mi ser `sicarios`, claro que no aceptamos… lo de menos es entrarle a este negocio, pero sabemos que sólo les serviríamos un rato y terminarían por ejecutarnos”.
Y es que Elmer, el guatemalteco que viaja junto con José Antonio, otro paisano suyo cuenta que hace seis días recibieron una propuesta temeraria por cierto cuando transitaban cerca de la central camionera allá en Villahermosa, Tabasco.
Mientras picaba cebolla y jitomate con una navaja casi oxidada sobre un plato de unicel el indocumentado relata que una “troka” extravagante, color negro mate, con vidrios polarizados se les acercó y un sujeto cuya identidad la dejó al borde del enigma les soltó a bocajarro que si querían trabajo.
“Le respondí ¿en qué?… y él me contestó que era para matar gente… de momento `jefe` -le dice a este reportero- sentí una punzada rara en mi corazón, pero me arme de valor, le contesté que nos dejara un momento pensarlo, nos dimos la media vuelta y nos echamos a correr”.
Segundos después, Elmer terminaba de preparar una sardina sobre aquella columna de cemento que está cerca de la estación ferrocarrilera de Apizaco, Tlaxcala, una vez que las costillas de esa bestia prieta chirriaban sobre los rieles de acero de esa vía.
Y por fin, el pescado bañado con un agrio limón quedaba listo. Ambos indocumentados y Enrique, un mexicano que iba de vuelta para su tierra, Veracruz, porque según él, su sueño americano se había acabado comenzaban a degustarlo. Y este cronista también.
Los avatares del camino
Ambos guatemaltecos citan las atrocidades que enfrentan a lo largo del camino y termina por decir que es el camino de la muerte, el camino donde el peligro ha sentado sus reales, donde los secuestros y las vejaciones en contra los migrantes son una constante. Parte de lo cotidiano.
Y la duda aparece en el momento en que lo detallan, pero el uso de la razón confirma el ritual de la muerte que aplica la delincuencia organizada a lo largo y ancho del camino. Las imágenes en los medios de comunicación confirman su dicho.
Juan Carlos Y Elmer indican que en su travesía se han encontrado cuerpos de ilegales mutilados y colgados de las ramas de árboles, que las violaciones a mujeres son una constante y más aún la marcada complicidad que hay de policías con la mafia.
El hombre del tatuaje, señala que hace siete años que viajó la primera vez a los Estados Unidos, el camino era distinto y hasta disfrutaba de los paisajes verdosos del sureste mexicano, pero dice que ahora la violencia contra migrantes es parte de la vida cotidiana.
Aún con este panorama de violencia está dispuesto a correr el riesgo y argumenta que sólo Dios sabe la hora de su muerte, la hora final, mientras tanto, los dos solitarios indocumentados que caminan sobre la vía del tren se juegan el pellejo cada segundo de su vida con la mira de llegar al norte.
Aunque para las autoridades mexicanas y las suyas, poco hagan para evitar que en la zona del silencio sea el reino donde impera el más fuerte y parece ser que es el de la delincuencia organizada, en ese mundo descomunal.
Ambos saben que conforme vayan avanzando al norte, cuando lleguen a la línea divisoria el peligro será latente porque el tema de San Fernando, Tamaulipas, causa miedo entre quienes han dejado su tierra por ganar dinero. Cada fosa una historia, cada fosa un llanto, cada fosa un cuento de terror.
La repulsa
La aparición de fosas ha provocado las repulsas de los migrantes. Empero, nada pueden hacer frente al monstruo de la violencia. Ambos centroamericanos dicen que tienen miedo a caminar porque no saben si llegando a Tamaulipas o en otro estado estarán cavando su propia tumba.
Y como bien lo redacta, el periodista y escritor Oscar Martínez en su libro “Los Migrantes que no importan”: estos son los secuestros que no importan. Estas son las víctimas que no denuncian . Estos son los secuestradores a los que nadie persigue. Sí en aquella ruta llena de cadáveres, allá donde habita el olvido.