“BUITRES ESOS MAJES”, DICE EUFÓRICO UN INDOCUMENTADO

28 marzo, 2011

*La intimidaciòn siempre está casi presente en su camino

*Recriminan la acción de elementos policiacos

Por JAVIER CONDE

Era domingo, las manecillas del reloj marcaban las 15:45 horas. La vida y la sinfonía urbana seguían su curso. Entre las calles Hidalgo y Roberto Covarrubias del municipio de Huamantla observé como un joven con un dibujo en el cuello auxiliaba a un muchacho completamente golpeado del rostro.

Por la vestimenta y la mochila en sus espaldas, pensé que eran ilegales. La intuición me obligó a bajar del automóvil y preguntar qué les ocurría.

El hombre de la marca me respondía eufórico con el acento propio de los centroamericanos que unos policías los agredieron al bajar de los vagones del tren y con los músculos de la cara contraídos reprochaba: “por qué nos hacen eso, por qué nos tratan así, si nosotros nada más vamos de paso, buitres esos majes”.

Y recordé -tiempo después- una expresión del escritor francés, Laurent Gaudé: “Hoy y en todos los tiempos la sociedad se enfila a cruzar una frontera, es migrante por naturaleza, y al hacerlo conviene tener presente que enfrentan sus propios desafíos”.

“Ninguna frontera es fácil de cruzar, siempre hay que dejar algo atrás; creíamos que podríamos pasar sin la menor dificultad, pero para abandonar el país de uno, hay que arrancarse la piel. Ninguna frontera te deja pasar sin más, todas hieren de un modo u otro”. Y vaya que el dramaturgo galo tiene razón.

En medio del infortunio platique brevemente con ellos para saber dónde y en qué lugar de Huamantla, había ocurrido la grotesca escena. Y William, necesitaba ayuda y ningún ciudadano se compadecía de él. Sólo sus dos fieles amigos soñadores.

La desdicha

La grabadora que llevaba en mano se quedó en off the record y las hojas de la libreta en blanco, quise ayudarlos, pero el hombre morenísimo del tatuaje se rehusaba a hablar, mientras William sofocaba su dolor tomando pequeños sorbos de agua. Su dentadura ensangrentada y su pierna con un severo golpe a la altura de la espinilla.

Y lo que es la ironía, el centroamericano limitaba su curación al colocarse un paliacate en la cabeza justo enfrente de un hospital de la Secretaría de Salud.

Es más, les propuse que entráramos al área de urgencias, pero el joven lastimado me decía: “¡No men!” “¿quiere entregarnos a la migra?”… Y les respondí que no era la intención, que no era mi propósito.

Pero aún cuando me identifiqué como periodista, ellos simplemente se opusieron y sólo exclamaban: “¡Gracias men, gracias caballero!”…

Y el más pequeño de ellos, le preguntaba a William un tanto asustado con sus ojos de rana: “¿Vo cómo te sientes?” y para qué saber la respuesta, si el dolor estaba ahí incrustado.

Entre lo poco que me comentaron, entendí que al bajar de los vagones del tren en la vieja estación, un policía prácticamente jalaba al indocumentado y lo impactaba entre los durmientes de la vía del ferrocarril. Después los elementos de seguridad huían del lugar cobardemente.

Posteriormente, caminaron sobre el libramiento carretero México-Veracruz -alrededor de siete kilómetros- sin saber dónde paraban y se internaron -según relataron- cerca de donde está una distribuidora de automóviles, a unos pasos del cuartel de la policía municipal.

Tiempos de zozobra

Reflexionando recuerdo lo que un reportero me cuestionó -hace varios meses-  que si servía de algo contar historias de indocumentados y le dije que sí, porque los reporteros estamos obligados a exigirnos siempre lo imposible y tenemos que publicar cuantos relatos sean necesarios y dejar constancia en la memoria del hombre, lo que pasa a nuestro alrededor.

Y quizás el discurso que proclamó el escritor mexicano, Julio Scherer García, cuando el Consejo Ciudadano le otorgó el Premio Nacional de Periodismo en el año de 2003, encaja en este texto. El también exdirector del diario Excélsior señaló que vivimos tiempos de zozobra y que el mundo se ha endurecido.

En su misma arenga citó: “Pienso que el periodismo habrá de endurecerse para mantenerse fiel a la realidad, su espejo insobornable. Si los ríos se enrojecen y se extienden los valles poblados de cadáveres víctimas del hambre y la enfermedad, así habrá que contarlo con la imagen y la palabra; muchos no lo consideran así”.

Por ello mismo comprendí, que la talacha misma me ha puesto en 20 años en diversos escenarios, pero hoy no pude apuntar en mi libreta, ni preguntar de los sueños y aventuras de esos trotamundos, con piel de errantes que cada minuto se juegan el pellejo, mucho menos, los detalles de este cobarde acto policiaco.

Y el único recurso que tuve fue redactar esta infame historia, en primera persona, sin señalar desgraciadamente culpables.

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