LA NOCHE EN QUE LOS PANISTAS CALLARON

02 enero, 2011

Por JAVIER CONDE

Primera de tres partes

Dos retratos del momento. Adriana y Mariano, se autoproclamaban ganadores de la contienda. Los priístas y los panistas, vitoreaban su triunfo. Sin embargo, como en toda historia electoral, debía haber un vencedor y un vencido.

Conforme caía la tarde-noche, de ese cuatro de julio, fecha en que los tlaxcaltecas transitaron por los caminos de la democracia fue de claroscuros. En los “bunkers” un ejército de militantes se encontraba atrincherado, pero los marianistas ya tenían una cifra preliminar.

A las dos de la tarde -derivado del famoso corte de la una- sabían que una encuestadora les daba seis puntos de ventaja, mientras que los adrianistas a las cinco seguían con su movilización. Y el escenario se modificó conforme agonizaba el día.

De la algarabía de los priístas, se pasaba a la incredulidad de los panistas que no daban pie a lo que ocurría. Entre ellos, se decían: “¡sí vamos adelante!” “¡vamos a ganar!”…

Y uno que otro panista que llegaba al ritual del besamanos en la casa de campaña de Adriana Dávila y confundidos se preguntaban ¿Dónde está nuestra candidata?
¿No vendrá pa´l festejo?… Nunca llegó.

Lo cierto, es que en ese lugar, se transpiraba un mutismo bárbaro, se cruzaban las miradas acuosas, húmedas al borde del colapso.

En la radiografía política, los sentimientos eran encontrados, estaban a flor de piel. Los del tricolor añorando su regreso a los pasillos de Palacio de Gobierno -que hace doce años lo perdieron- y qué decir, los de Acción Nacional, desencajados, estupefactos.

A las 18:10 horas, “El Teacher” Joaquín López Dóriga, daba el resultado de la primera encuesta de salida y decía que Mariano González tenía una ventaja de nueve puntos sobre Adriana Dávila.

Y en cascada venían otros reportes nada alentadores para el presidente de la República, para el gobernador del estado, para César Nava, para la propia Adriana Dávila. Los resultados eran adversos.

La cronología…

A las 18:15 horas, la candidata de la alianza “Por el Progreso de Tlaxcala”, Adriana Dávila Fernández, convocaba a una conferencia de prensa.

Al restaurante del hotel San Francisco, llegaba minutos antes Minerva Hernández Ramos, con su séquito de desmoralizados colaboradores.

En la mesa redonda y en cuyas sillas los perredistas se sentaron, el síntoma de la melancolía naufragaba por esas frías tazas de amargo café. Sus rostros acongojados.

Cómo olvidar, lo que los ojos de quien redacta esta crónica captaron; sin duda, la mirada de un testigo privilegiado. Caras que no dibujaban sonrisa, rostros duros y parcos, simplemente no había visos de felicidad. De plano, era el preámbulo de lo adverso.

En ese mismo salón, en el cual hace dos semanas Minerva declinaba a favor de Adriana, la extraña convivencia entre la izquierda y la derecha, era agria.

Una vez que la candidata de Felipe Calderón descendía de una lujosa camioneta Suburban, color arena, las porras de los incrédulos panistas aparecieron, pero ahora no fueron tan desgarradoras como en el multitudinario cierre de campaña.

Y los reporteros de la fuente se cuestionaban dónde está la crema y nata del panismo tlaxcalteca; dónde estaba la delegada de la Sedesol, Leonor Romero quien se la pasó aclamando y tomando fotos de aquella mañana cuando el dúo dinámico (Adriana y Minerva) se fusionaba.

Y de verdad, dónde estaban los que ya se habían auto-asignado un cargo en la administración pública; dónde estaban los orticistas; dónde estaba su triunfalismo; dónde estaba su vanidad; dónde se hallaban todos los panistas.

Una tarde y noche gris

Una vez que la panista llegaba a la sala de prensa, acompañada de la coordinadora de los diputados federales panistas, Josefina Vázquez Mota, de Minerva Hernández y del encargado de `maquiavelar` las campañas `negras` del PAN, Antonio Solá Reche, se disponía a proclamar su añorado triunfo.

Frente a cámaras de televisión, de cámaras fotográficas, de un batallón de reporteros de medios locales, regionales y nacionales, la mujer de 39 años, originaria de Apizaco decía:

“Les quiero informar que de acuerdo con dos empresas que contrató mi partido, me dan una ventaja de cuatro puntos a favor”. Coreaba su triunfo siendo que aún había ciudadanos en las casillas y quizás pasaba por alto la ley electoral.

En diez minutos que duraba el encuentro con la prensa, Dávila Fernández, daba sus razones que la hacían suponer -a las 18:30 horas- que había ganado la contienda, sin tener en su poder los resultados preliminares de las actas de escrutinio.

Simplemente, las fotografías de los reporteros gráficos decían más que mil palabras. Las caras de ambas candidatas, no estaban para celebrar; la del líder estatal panista, Benjamín Ávila, al borde del colapso y la de Josefina Vázquez, con una sonrisa más que fingida.

Y qué decir, el semblante de Minerva justo en ese mismo lugar, donde declinaba sus aspiraciones, donde vio frustrado su anhelo de llegar a la gubernatura -hace dos semanas- era nuevamente de consternación.

En seguida, la candidata bajaba por las escaleras de esa vieja casona. Salía por ese portón en medio de aplausos y abrazos. A su lado caminaba el español Antonio Solá, quien repentinamente era abordado por el esposo de Minerva Hernández quien le preguntaba en corto y nervioso:

-“¿Cómo vamos en las encuestas?”- preguntó Abel González

-“Unas encuestas muy duras”, respondía tajante el ibérico.

Pero el majo no perdía el tiempo y sacaba sus dotes de don Juan moderno y daba rienda suelta a sus instintos. Alcanzaba a una mujer exuberante que transitaba por el centro de Tlaxcala. Y caminó con ella escasos 20 metros e incluso se atrevía a abrazarla y así conseguir su número telefónico.

Hacía recordar aquella escena en la cual don Juan le declara su amor a doña Inés en aquella Quinta, tal y como narra el famoso libro publicado en 1844 por José Zorrilla llamado “Don Juan Tenorio”. El amorío en medio del drama.

Y a estas alturas de un día gris, la mujer del lema “Rompiendo Barreras” traía cargando un cúmulo de errores de una campaña llena de altibajos, aquellos que siempre, la rondaron. Todavía a las ocho de la noche, el líder nacional del PAN, César Nava, se atrevía a afirmar que su partido había obtenido el triunfo, otro engañado, otro iluso.

Tal parecía que el nexo con lo que queda de la corriente orticista; el accidente automovilístico donde murieron dos personas al inicio de su campaña; la sombra del presidente Calderón; los subordinados llenos de soberbia; las acusaciones del supuesto dispendio de recursos oficiales fueron votos, pero en su contra.

Y si a esto se le agrega, la incorporación del ombusdman, Jesús Ortiz Xilotl, como representante del PAN ante el órgano electoral; el rebote de una frustrada alianza de facto con Minerva Hernández; la simulación, fenómeno que caracterizó este proceso; la detención de `panfleteros`, era la antesala de un domingo lluvioso.

Ese domingo, donde la congoja y el silencio fustigaron esa noche fría, noche en que el PAN entregó el poder y el PRI, lo recuperó.

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