LA CANDIDATA… NO ERA DE HIERRO

10 enero, 2011

Por JAVIER CONDE

Dos de tres partes

La candidata panista no era de hierro, la invencible, como vitoreaban sus seguidores antes del cuatro de julio. En su casa de campaña, en su cuartel general, el día de votaciones había un sigilo funesto, y en plena recepción estaban empotradas doce fotografías, en su mayoría de Adriana Dávila posando junto al presidente Calderón. Sólo eso.

En ese lugar, rondaba la sombra del silencio y con él, un mural de mensajes escritos todos a mano. Unos hablaban de la perseverancia, otros de los anhelos para seguir en el poder. Los que estaban redactados por la propia abanderada se pronunciaban por el bien común, un asunto doctrinario. Todo en tiempo pasado.

Este cronista y el reportero gráfico Guadalupe Pérez Pérez, ingresaban -como incógnitos- hasta el lugar más íntimo de ese búnker, por donde circularon días antes, las llamadas telefónicas del poder presidencial; por donde los buenos presagios nunca llegaron; por ese portón donde el acceso siempre fue restringido.

No cabe duda, que las palabras del escritor mexicano, Julio Scherer García, encajan ahora -en esta historia- cuando habla, precisamente que el periodista se instala donde no todos son convocados; que el periodista, es cronista por excelencia, narrador sin par.

Y más aún -dice- que el periodismo se parece un poco a la humedad y al viento, hace puertas de los intersticios y se cuela, se filtra por inverosímiles espacios. Presente en todo espectáculo, ha de escuchar las conversaciones tenidas por secretas y ha de mirar de modo natural cuanto protagonista tiene por asombroso. Y así fue ese día.

Los incrédulos

Lo cierto, es que la noche era fría, pero mucho más para los contados panistas que permanecían en esas improvisadas oficinas todos incrédulos, revisando por internet, una y otra vez, el Sistema de Acopio de Resultados Preliminares de la Jornada Electoral (SARJE). Su fe, no tenía brújula.

En el patio central que fue acondicionado como centro de cómputo también había sendos arreglos florales, una mesa larga con paño azul y un plotter con la imagen de Adriana Dávila, con la leyenda “Rompiendo Barreras”. La pregunta obligada ¿cuáles?

Mientras que en ese búnker de plano no había ninguna persona que proporcionara información, después de la candidata panista vitoreara -tres horas antes- su triunfo. No estaban sus incondicionales. No había fulgor.

Cada cubículo, permanecía semivacío, sin actividad alguna, no era lo ideal de un lugar donde se había cantado la victoria y allá como a un kilómetro y medio de distancia estaba la algarabía, el éxtasis, la fiesta, el ritual del besamanos con el priísta Mariano González quien levantaba ambos brazos en señal de victoria. La otra historia.

A estas alturas de la contienda electoral quedaba en evidencia que la errónea estrategia política-electoral, los aduladores, la simulación, los falsos operadores, la soberbia, las encuestadoras poco fiables, la división, le impactaron al presidente.

Y era válido preguntarse, dónde estaba la euforia de días antes, dónde estaba aquel español Antonio Solá Reche, creador de aquella “flamante” idea de que la candidata se quitara las zapatillas (color fiusha) en su cierre de campaña, dónde estaba el orquestador de la guerra sucia en contra de Mariano González. ¿Dónde?

El muro de los lamentos

Para ser exactos, en lo que fue la casa de campaña de Héctor Ortiz Ortiz, en las elecciones estatales de 2004, citaban con carácter de urgente a los principales operadores de la campaña de Adriana Dávila. Por ese lugar, desfilaban el propio mandatario estatal, la candidata panista, el majo ibérico del marketing político.

Además, acudía el diputado local y responsable de la estrategia electoral, Damián Mendoza Ordóñez; el líder estatal panista, Benjamín Ávila Márquez; el coordinador de campaña, Alfredo Hernández, entre otros, desmoralizados militantes. El cónclave iniciaba a las 21:00 horas.

Circulaban las cifras y éstas no encajaban -confió a este periodista un testigo presencial del hecho-, varios de ellos buscaban a los culpables de su derrota, de la pérdida del poder gubernamental, del frustrado proyecto político de Felipe Calderón. Y nadie asumía los yerros cometidos no sólo ese día, sino de semanas atrás.

Conforme avanzaba la noche, aumentaba la ventaja entre Mariano González y Adriana Dávila. Y conforme revisaban la radiografía- electoral más arreciaban los dimes y diretes entre unos y otros. Ortiz era el más cauteloso, casi no pronunció palabras.

Lo que cambiaba el rumbo de la noche fue cuando Antonio Solá, aquel sujeto que orquestó también la guerra sucia en contra de Andrés Manuel Obrador, el otrora candidato a la presidencia de la República, se atrevió a decir que supuestamente uno de los responsables de la derrota había sido Damián Mendoza Ordóñez.

En cuanto el diputado y coordinador de la operación política de la campaña panista escuchaba estas palabras con veneno puro, se levantaba de la mesa y negaba los hechos. Enfadado, encolerizado respondía:

“¡Mira españolete!… no vengas a decir estupideces cuando la realidad fue otra, tú por ejemplo te paraste sólo tres o cuatro veces durante la campaña”… Y de inmediato Ortiz calmaba los ánimos y ahí daba por terminada esa ríspida reunión.

Cada quien subió a su vehículo, en su mayoría de lujo, con vidrios polarizados y se perdían entre las calles oscuras de San Esteban Tizatlán, ya cuando agonizaba el cuatro de julio, día en que los tlaxcaltecas transitaron por los caminos de la democracia.

Y conforme avanzaba la madrugada se ampliaba más la ventaja para Mariano González. Los resultados eran irreversibles, según el Instituto Electoral de Tlaxcala (IET).

La llamada de felicitación…

El cinco de julio, el abanderado priísta a la primera magistratura convocaba a los reporteros y corresponsales -muy temprano- para confirmar su triunfo, de acuerdo con la suma de votos de las actas de escrutinio al 95 por ciento.

A pregunta expresa de un reportero, contestaba que efectivamente cerca de las ocho de la mañana el presidente Felipe Calderón, le había llamado por teléfono para felicitarlo y que le estrechaba su respaldo como mandatario de esta nación.

Horas después Adriana Dávila, salía a la prensa para decir que había un fraude electoral, otra pésima estrategia de prensa aplicada por Antonio Solá y por el vocero Domingo Fernández Ahuactzin. Todo estaba consumado.

La panista ponía en entre dicho el trabajo hecho de los representantes de casilla y de sus propios representantes de partido. El denominado ejército electoral azul (como lo habían bautizado) le fallaba. ¡Qué ironía!…

El desenlace

El siete de julio, la candidata a la gubernatura por la alianza Progreso para Tlaxcala (PAN-Nueva Alianza), Adriana Dávila Fernández, anunciaba a la ciudadanía que no impugnaría el proceso aún cuando reiteraba que González Zarur, había cometido un supuesto fraude electoral.

Visiblemente consternada, daba las gracias a Minerva Hernández Ramos, daba las gracias a todos aquellos que no la traicionaron, daba las gracias -a medias- a su rival político, Héctor Ortiz.

Adriana Dávila, se quedaba atrapada en sus recuerdos y decía que seguiría en la palestra política y que no estaba derrotada. Ese era el retrato del momento.

El pasillo de los recuerdos

Días después era desmantelada la casa de campaña panista, era desmontada esa galería de fotografías, en la que Dávila quería decirle al pueblo que ella era la amiga del presidente.

Cómo no recordar aquella imagen en la que aparece la exdiputada federal, en medio de mantas, de rostros coléricos de panistas y perredistas disputándose la máxima tribuna del país, a fin de que Calderón llegara a rendir protesta en ese polémico 2006.

Y quizás, algún día en esa misma galería de fotografías cambie de pared, de oficina y queden empotradas imágenes de lo que fue el proceso electoral de 2010, con aquellas imágenes de lo que fue para muchos, una derrota anticipada.

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