24 enero, 2011
Por JAVIER CONDE
Segunda y última parte
Dieciocho años después, la familia priísta tlaxcalteca, se volvía a reunir para consumar su regreso al poder. Indudablemente tuvo que transitar por aquellos pedregosos caminos de la democracia para volver al trono. Y tuvo que regresar los ojos al origen para aprender de sus yerros, de sus tropiezos.
Y Mariano González Zarur, era desde el 15 de enero, el nuevo gobernador del estado. Quien hasta un día antes daba a conocer parte de su gabinete generaba todas las expectativas de los diversos sectores de la sociedad. Para unos era el regreso a más, de lo mismo y para otros, sólo el pago de facturas.
Y una vez que tomaba el bastón de mando, enfundado en la investidura del poder, González Zarur, salía sonriente, entre alabanzas de las decenas mirones apostados frente al Congreso Local, donde minutos antes asestaba un dardo político a su adversario Héctor Ortiz Ortiz, el otrora gobernante.
Ya sin apretar las manos en la máxima tribuna del estado, ya sin el tono exigente de su discurso, ya sin el éxtasis de la adrenalina, Mariano se trasladaba con su comitiva al Centro de Convenciones de Tlaxcala, donde la crema y nata lo esperaba. Los perfumes y las apariencias eran parte del culto.
En ese salón estaban los dueños del dinero, los senadores, los diputados federales y locales, los de la vieja guardia priísta, los expresidenciables, los altos mandos militares, los exgobernadores, los artistas, los toreros, los ganaderos, los campesinos, los del pueblo. Ah, y la vanidad de las mujeres.
Y cuando Mariano González ingresaba por el pasillo central, aquel sitio sin mucha ventilación era un hervidero de pasiones al más franco estilo priísta. Era la versión retro, los mismos actores pero en diferentes escenarios.
Una y otra vez, las porras; una y otra vez, las alabanzas para quien derrotó al Partido Acción Nacional (PAN). Con la mirada lenta recorría con los ojos, lo que decían las pancartas de apoyo, estrechaba las manos con sus seguidores, era el inicio de su mandato.
Desfile de presidenciables
Y por fin llegaba hasta donde estaba la plana mayor del Revolucionario Institucional, los que toman muchas de las decisiones políticas de este país, como la tlaxcalteca, Beatriz Paredes Rangel, la líder nacional del PRI.
Ambos emotivamente se saludaban. Aquí refrendaban ese pacto para que el último de los descendientes políticos de Emilio Sánchez Piedras, obtuviera lo que algún día quedaba moralmente pactado, la gubernatura de un estado. Un código de honor.
Las manos y un beso en la mejilla, entre Beatriz y Mariano, bastaban para que un batallón de reporteros gráficos tomara la foto, esa imagen de un encuentro anunciado aún cuando haya -entre los dos- diferencias políticas. En ese día soleado, eso era lo de menos. Lo cierto, es que era el desfile de presidenciables.
En ese orden Mariano saludaba a Javier Duarte, Egidio Torre Cantú, Jorge Herrera Caldera, José Calzada Rovirosa, César Horacio Duarte, Mario Marín Torres, Miguel Ángel Osorio Chong, gobernadores de Veracruz, Tamaulipas, Durango y Querétaro, Chihuahua, Puebla e Hidalgo, respectivamente.
Además, de los mandatarios electos de Hidalgo, Puebla y Quintana Roo, Francisco Olvera, Rafael Moreno Valle y Roberto Borge Angulo. Y cuando llegaba con el polémico y criticado exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, éste le decía:
-“¡Mi mariano chinga, se nos hizo ser gobernadores!”…
Y luego vendría el apretón de manos y un abrazo en señal de afecto entre ambos. González Zarur, daba un paso más y saludaba a emotivamente a Francisco Labastida Ochoa y avanzaba en su rictus.
Entre dientes, el mismo Ulises Ruíz, le decía a Francisco: “¡Oye, sí que éste cabrón fue más chingón, tuvo que llegar hasta la segunda vuelta (oportunidad) para obtener el poder y se jodió a los panuchos!”…
Y una larga sonrisa, de mostacho a mostacho por parte de ambos, sellaría aquel comentario. Cuatro sillas más adelante, Tulio Hernández Gómez, le decía al gober “precioso”: ¡No mames güey, me cae en los `huevos` la corbata, pero así es esto de la pinche apariencia!”… Y una carcajada remataba la escena.
En la salutación, el ganadero hacia paréntesis especiales cuando saludó a Enrique Jackson, Manlio Fabio Beltrones, Roberto Madrazo Pintado. Pero el gran ausente, era Enrique Peña Nieto, el gobernador del estado de México, el mejor posicionado de los presidenciables.
Entre el desorden y el ritual
Y como andarán tan sedientos de chamba o poder algunos priístas o no, que estuvieron dispuestos a dejar sus pieles de arrogantes militantes y convertirse en viles escoltas de connotados invitados.
Sí, como el siempre prepotente Fermín Sánchez Varela, quien al más puro estilo golpeador de la época de los setenta, quitaba a todo aquel que se acercara a Emilio Gamboa Patrón. Su cara de furioso, todo cuadrado él, no provocaba miedo sino gracia.
Una muralla de invitados y colados, enmarcaba el momento en que la familia priísta retornaba al poder. Palmas rítmicas, pausadas que no cesaron durante más de una hora, en ese lugar donde la gente más cool, donde los finos perfumes, donde las extravagancias de los acaudalados abundaron.
A las 11:40 minutos, Mariano González subía al pódium, con un set acorde a las circunstancias y desde ahí ya nada envalentonado, ya sin la presencia de Héctor Ortiz decía enfundado en un finísimo traje color azul marino decía sonriente y un tanto irónico:
“Con muchas ganas llego aquí, con ustedes, camine hace unos momentos y subí algunos escalones, aclaro no llegue en helicóptero”.
Y nuevamente estallaban las indirectas contra el exgobernante que solía volar y tripular en un pájaro de acero, modelo 2008, propiedad del gobierno del estado, dicen en compañía de sus amigos, los elegidos.
En 25 minutos, decía los retos de su gobierno, de los cinco puntos básicos a impulsar, de sus amigos, de sus anhelos.
Vendría el momento nostálgico, más allá del discurso político cuando mencionaba a todos aquellos que o ayudaron a llegar a su máximo anhelo, ser gobernador. Ahí, habló de su hija Mariana, de su nieta Mariana y de su amigo, hijo y compañero, de una y mil batallas, Mariano.
Con la voz entrecortada, pero dueño de su seguridad, el gobernador de Tlaxcala, fue emotivo en su discurso y más en el terreno familiar. No obstante, vislumbró lo que hará por Tlaxcala, en seis años, en términos de desarrollo económico, de salud, de educación, de desarrollo social, de justicia, etc.
Pero no cabía duda, que en ese sitio donde el glamur, los relojes caros, carísimos, las marcas de ropa exclusivas, los zapatos y zapatillas, de piel exótica abundaron como abundaron ese día aquellos políticos que cambian de partido como cambiar de piel.
Y cuando bajaba del pódium, Mariano González, el ganadero, el empresario, el exapoderado de toreros famosos, el exalcalde de Apizaco, el exsenador de la República, el exdiputado federal, el exlíder estatal priísta, se enfilaba a gozar del poder, en aquel día en que los priístas volvían a estar juntos pero no revueltos. Esto ocurre cuando la familia se reencuentra.