25 diciembre, 2010
*A ocho días de la tragedia, priva la desolación
*En Texmelucan, saltan las dudas como sapos
Quinta y última parte
Por JAVIER CONDE
Lo que ocurrió en Texmelucan, Puebla apenas hace nueve días superó la ciencia ficción. Fue real. En la zona cero, sólo habita el fantasma de la desolación. Los que sobrevivieron a esa pesadilla dicen que aquello de lo que podemos imaginar, los que no vivimos ese infierno, es poco.
Y es que las dudas saltan como sapos en todos los rincones de San Martín, donde hace ocho días despertó entre la danza del fuego, aquella que volvió a rememorar otra tragedia, la de hace 29 años, donde otro estallido en un ducto de Pemex, estremeció a sus habitantes, pero en grado menor.
Poco después de las cinco y media de la mañana, de ese 19 de diciembre, de este 2010, que ya agoniza, la calle Camino Antiguo, de San Damián, había una profunda tranquilidad. Luego de la locura, vendría la otra cara, el sosiego, ese profundo letargo.
En los domicilios, donde las llamas fustigaron, donde el drama, la agonía, el terror acabó con los sueños -para siempre- de 29 personas, de hombres y mujeres, hoy las 58 casas dañadas comienzan a ser demolidas.
Inicia la demolición
Ahí, los trascabos comenzaron a derribar cada muro, cada recuerdo, cada vivencia, cada meta, cada esperanza, cada esfuerzo, cada anhelo de aquellos que lo perdieron todo, lo principal, sus seres queridos.
En la zona cero, el Ejército Mexicano dejó de hacer su labor. El verde olivo, no se ha vuelto a ver desde su retirada, pero ahora un batallón de los hombres de naranja limpia aquel lugar, donde el petróleo corrió como una víbora hambrienta que devoró a su presa.
En aquel enorme montículo de petróleo comprimido que está entre la calle Camino Real y el puente que comunica a la colonia Solidaridad, las más afectadas, los trabajadores empuñan sus palas, sus picos, sus escobas para retirar los residuos químicos.
En 108 minutos, el fuego cambió el ritmo de vida de Texmelucan; en 108 minutos, hubo pánico y terror; en 108 minutos hubo la movilización de bomberos, de elementos de protección civil, de policías, de militares, de personal de Petróleos Mexicanos, de socorristas, de periodistas.
A ocho días de la tragedia, el miedo sacudió a toda una sociedad; a ocho días de esta amarga pesadilla, la creencia de que el accidente fue provocado por la ordeña en un ducto de Pemex, así como lo dijo el presidente Calderón, es todavía una interrogante.
Antes y después
Y es que una oleada de rumores tanto de funcionarios, como de medios de comunicación ha hecho que la verdad sea más incierta, más confusa, para que la sociedad en general entienda a ciencia exacta lo que ocurrió.
Lo verdadero, son todas esas voces que en ese día reclamaban a sus muertos, esas historias reales, las dramáticas como de aquel padre de familia que murió abrazando a sus dos pequeños hijos; la de María que perdió a su hijo, sus nietos, a su nuera, luego estallara la unidad en que huirían.
Así como la de aquel padre y abuelo que murió entre la lumbre al tratar de salvar a nueve integrantes de la familia de apellido Medel. Nadie de ellos, sobrevivió.
Y como esa realidad, hay otras también de heroísmo, como la de aquel bombero Arturo Sánchez que salvó a más de seis personas atrapadas en aquel abrumador infierno, en medio de esa imponente nube negra, oscurísima que quedó suspendida por más de dos horas en la atmósfera.
Lo evidente, es que la flora y fauna del río Atoyac, hasta el momento nadie habla, nadie dice cuántos árboles fueron dañados y mucho menos de aquellos animales e insectos que forman parte del ecosistema.
El daño ambiental fue notorio, como notorio fue el signo de la agonía que provocó el derrame petróleo a los largo de tres kilómetros. En términos, esto fue lo que el fuego y el viento de esa mañana negra, negrísima se llevó.
Frente a los que perdieron todo
En el albergue instalado en el Complejo Cultural Texmeluquense, los integrantes de la compañía teatral “La Rutina”, trataban de apaciguar el dolor de aquellos de que plano lo perdieron todo, los que habitaban en casas de cartón y láminas a la orilla del río Atoyac.
En su interior hubo sabor a Navidad, no como los demás años, pero soldados prepararon una suculenta cena para 58 personas -entre niños y adultos-. El menú fue spaguetti a la boloñesa, pechuga asada con verduras, ponche, romeritos y un aguinaldo bien surtido.
Mientras que los demás sobrevivientes decidieron pasar la Noche Buena, en casa de familiares y amigos, pero lo cierto es que el espíritu de la Navidad, del nacimiento de Jesús, no se vivió como en años anteriores porque en la zona cero quedaron enterradas, destruidas sus ilusiones.
Imagen del satélite de la NASA, que capta el momento de la nube negra que se derivó de la explosión en Texmelucan.