23 diciembre, 2010
* A su hijo el policía, le explotó su camioneta
* La mujer busca, lo que queda de sus pertenencias
Por JAVIER CONDE
Tercera de cuatro partes
Frente a lo que quedó de su hogar está María, aquella señora inconsolable que no para de llorar. En el domicilio marcado con el número dieciocho quedaron sus recuerdos, sus muertos, su pasado, su presente y en sus manos están llenas de cenizas, porque aún sigue buscando entre los escombros sus pertenencias.
Ella, la mujer que está devastada, que está abrazada en todo momento de su hijo menor, no encuentra consuelo alguno, no para de hacer un recuento de la tragedia, no para de rezar, no para de llorarle a Juan, su hijo mayor, a sus dos nietos, a su nuera.
Son muchas las razones para que María Hernández, ya no quiera saber de la calle Camino Antiguo, de la Colonia San Damián, de Texmelucan; en ese lugar dónde a su hijo el policía, le explotó la camioneta justo cuando la arrancó para que su familia abandonara el sitio en ese negro, negrísimo domingo.
Ya sus brazos de aquella mujer no tienen fuerzas, son más frágiles que el viento, sus lágrimas dejaron de ser ese caudal, son ya muy escasas. Confesó a este reportero que a las cinco y media de la mañana, se escuchó un estruendo. Juan fue el primero que se levantó y “nos despertó a todos, él se apresuró a bajar al primer piso de su casa”.
Reminiscencias
“Recuerdo que mi hijo le dijo a su esposa que llevara a los niños al patio de la casa y claramente escuchamos otros seis familiares que estábamos aún arriba como se oyó otra detonación y nos abalanzamos al suelo… cuando salimos su unidad estaba en llamas ¡qué desgracia Dios mío!”, dijo una madre desconsolada.
Detalló que esa calle era un río de fuego, imposible salir por la parte frontal y entre gritos de desesperación decidieron saltar por la parte trasera de la casa abrazada por el fuego y ponerse a salvo.
Con los músculos del rostro contraídos, con el alma sin aliento relató que a sus nietos y nuera, no los volvió a ver hasta que los rescatistas, los encontraron sin vida y de inmediato se comunicó con su esposo Arcadio para comunicarle de este aterrador hecho. Y de Juan sólo encontraron sus remedos.
-¿Dónde estaba su esposo?
-“Él estaba trabajando en Cholula, él también es policía”, respondió.
Con un nudo en la garganta comentó que Arcadio pidió permiso, para trasladarse de su trabajo a San Martín y cuando llegó encontró puro luto, una calle en pedazos, cuatro integrantes de su familia muertos, un manto de petróleo en el río, los muros de su hogar derruidos, a su esposa abatida, vaya escenario.
Su hijo menor, daba por terminada la charla más que entrevista con este cronista y ambos se perdieron entre los fierros retorcidos por el fuego, por aquellas paredes desnudas de esa calle donde había una mediana empresa, un motel, dos casas de lujo como aquella que está una ostentosa camioneta GMC y un Bettle, intactos.
Y a unos cuantos metros, los miembros del Ejército comenzaron a sacar a toda persona de la zona afectada, porque la orden fue que nadie autorizado podía estar en la tarde-noche del 22 de diciembre, un día después de la tragedia, donde el luto, la consternación imperan en la Zona Cero.